Etiqueta: Resistencia

Tres robles: violencia y resistencia en la U. de Córdoba

Noticia

Autor

CNMH

Fotografía

Lina Pinzón.

Publicado

13 Jul 2015


Tres robles: violencia y resistencia en la U. de Córdoba

El Grupo de Reparaciones Colectivas del Centro Nacional de Memoria Histórica desde el 2013 ha venido trabajado en conjunto con la Universidad de Córdoba, en la reconstrucción de memoria histórica de lo sucedido en esta institución educativa a mano de grupos paramilitares.


El Grupo Regional de Memoria Histórica de la Universidad de Córdoba en Montería, está conformado por estudiantes, profesores y empleados de la universidad que se han venido capacitando en temas relacionados a la construcción de memoria, para ser ellos quienes cuenten lo que ocurrió en este recinto educativo durante los años más álgidos del paramilitarismo que vivió la región. Dentro de este proceso han sido muchas las historias escuchadas y los temas trabajados pues, en su mayoría, quienes hacen parte del grupo fueron víctimas y vivieron la violencia en la institución.

A este período de violencia lo llaman “la toma a sangre y fuego de los paramilitares”, debido a los distintos hechos de violación de derechos humanos que cometieron las autodefensas durante la época de su predominio en la zona: asesinatos, desapariciones forzadas, desplazamientos y amenazas, además de cambios en las relaciones académicas y sociales de la comunidad universitaria. Además, esta toma no fue solamente a través de acciones violentas, pues los paramilitares lograron controlar los recursos públicos y en general las dinámicas sociales de la universidad desde adentro, por medio del nombramiento como rector de Claudio Sánchez, desde 2002 hasta el 2008, cuando fue capturado por el CTI debido a sus presuntos nexos con grupos paramilitares, sin embargo, actualmente se encuentra prófugo de la justicia. Sus presuntos vínculos con los grupos paramilitares fueron reafirmados por Salvatore Mancuso en versiones libres

Los cambios sociales se generaron tras un proceso de estigmatización y violencia selectiva en la Universidad (período 1987-2000), y continuó con la toma a partir de los estamentos y las cátedras de la universidad, al respecto una de las víctimas narra: “en esa época primero empezó la violencia contra los estudiantes, trabajadores y empleados, asesinatos, desplazamientos… y después nos quitaron las convenciones colectivas y nuestros derechos”.

La reconstrucción de esta historia es lo que el Grupo Regional de Memoria Histórica está trabajando a través de la construcción de un informe y de piezas comunicativas, para poder enseñar a la comunidad universitaria, al país y al mundo entero la manera en que la Universidad de Córdoba fue cooptada.

Uno de las tantos relatos es el de tres agrónomos que fueron desaparecidos y asesinados por los grupos paramilitares, una historia que marcó a la comunidad universitaria y que detonó en la desintegración de los movimientos estudiantiles que aun existían, según el relato de uno de los estudiantes de la época: “tras la muerte de los tres agrónomos se intensificaron las amenazas y tuvimos que desplazarnos por nuestra seguridad”.

Los tres agrónomos trabajaban en la aplicación de la encuesta sobre ruralidad realizada por el DANE en 1997, se encontraban en el municipio de Puerto Libertador en Córdoba, cuando fueron abordados por paramilitares y asesinados. Sus familiares los creyeron secuestrados y luego desaparecidos por más de un año cuando en extrañas circunstancias fueron encontrados sus cuerpos y verificadas sus identidades. Hace poco en versión libre el exparamilitar Salvatore Mancuso aceptó la responsabilidad sobre la muerte de los tres agrónomos de la Universidad de Córdoba, diciendo que fueron confundidos con informantes de la guerrilla en la zona.

De la misma manera ocurrió con la desaparición de varios líderes estudiantiles, lo que llevó al movimiento estudiantil de la época- con apoyo de la Universidad y de los familiares de las víctimas- a realizar marchas protestando por la pérdida de los estudiantes y reivindicando la necesidad de dejar por fuera de la guerra a la sociedad en general.

Además de estas protestas, en un acto simbólico de resistencia y tras haber encontrado los cuerpos de las víctimas, realizaron la siembra de tres árboles de roble que representan los agrónomos asesinados, la resistencia de su memoria y las luchas realizadas a pesar de los hechos sucedidos. La idea de los miembros del movimiento estudiantil era poner una placa conmemorativa frente a los árboles, sin embargo, varias amenazas y persecuciones hicieron que los líderes tuvieran que desplazarse y dejar de lado las acciones referentes al movimiento estudiantil, razón por la cual hoy en día no existe dicha placa.

Actualmente el Grupo Regional de Memoria Histórica se encuentra realizando varios perfiles biográficos sobre las víctimas y unas crónicas sobre los hechos que marcaron a la Universidad. Además, en el marco del trabajo de implementación de medidas de reparación colectiva, se realiza la construcción conjunta del diseño de la placa conmemorativa para que ésta sea finalmente puesta frente a los árboles de roble, esperando con esto contribuir a la construcción de memoria colectiva que dignifique a las víctimas y que fortalezca la construcción de una identidad sin ningún tipo de estigmatización en la Universidad de Córdoba. 

 


Córdoba, Educación, Resistencia, Universidades, Violencia

La arquitectura de la resistencia en Colombia

Noticia

Autor

Fernando Viviescas M

Fotografía

CNMH

Publicado

14 Ago 2015


La arquitectura de la resistencia en Colombia

Arquitecto Urbanista, Coordinador, por parte del Centro Nacional de Memoria Histórica, del Concurso Internacional para el anteproyecto del Museo Nacional de la Memoria, en compañía del Arquitecto Sergio Trujillo, Coordinador por parte de la Sociedad Colombiana de Arquitectos.


En un importante documento, producido a principios del año pasado, el Jefe de la delegación del Gobierno en las conversaciones de Paz que se llevan a cabo en La Habana, el Dr. Humberto de la Calle, se refirió al papel que tiene “El arte en la búsqueda de la paz”. En dicho escrito no solo no se incluye a la Arquitectura dentro de las manifestaciones artísticas sino que, en las proyecciones o en las funciones que se les atribuyen a estas expresiones creativas en el “llamado postconflicto”, tampoco se percibe claramente que las disciplinas del espacio tengan algún protagonismo “en la implantación de una paz firme.”

Como es lógico pensar en una sociedad como la colombiana que —a lo largo de casi ochenta años de buscar erráticamente un lugar en el mundo contemporáneo— fue naturalizando la violencia (de todo tipo) como un componente fatal de su entidad como Nación, todas las actividades constitutivas de su cotidianidad y de su perspectiva estratégica, de una forma u otra, tienden a ignorar el enorme peso que los efectos de esa violencia ejerce en la definición tanto de su identidad estructural como de su funcionamiento y de su proyección.

Sin embargo, en ningún ámbito pueden ser más apreciables las consecuencias de asumir la construcción de la sociedad en medio de la violencia que en la materialización tangible que asume esa misma sociedad, esto es, en su espacialidad y, para el caso nuestro, fundamentalmente en la CIUDAD COLOMBIANA, la cual no sólo es el producto más genuino de ese trasegar en el medio de la barbarie sino el sitio que ha servido de albergue para la gran mayoría de los hombres y mujeres que al sobrevivir han edificado esta sociedad y la seguirán erigiendo hacia el futuro.

Por ello, ahora que con las conversaciones de Paz se dan las circunstancias para abocar una construcción consciente de nuestra sociedad, es indispensable que las disciplinas del espacio se asuman como referentes para emprender esa tarea de reconstitución: que puedan contribuir “en la fase de aclimatación de la paz (,) donde —al decir de de la Calle— la expresión artística despliega su mayor potencial.”

Se abre una oportunidad, muy posiblemente irrepetible, para que estas disciplinas se instituyan como partes constitutivas en la configuración del país como sociedad civilizada en el concierto de las naciones en el siglo XXI.

Como lo plantea el Señor Comisionado: “Terminado el conflicto, se abre… el momento de las transformaciones de la sociedad.” De la formulación de un proyecto de nación que efectivamente apueste por una sociedad en la cual no sólo se busque sistemática e inteligentemente dignificar la existencia individual y colectiva (inicial y especialmente de las víctimas directas) sino restablecer críticamente, esto es, en forma crecientemente consciente, las relaciones entre los hombres y mujeres y de ellos con los demás elementos de la Naturaleza y con las expresiones materiales (particularmente con el territorio y, dentro de él, con las CIUDAD) e imaginarias que, mediante la cultura, hemos creado en el desarrollo de nuestra historia.

Tanto para formular ese horizonte de futuro como para realizarlo, es en el postconflicto donde tienen su lugar, ya ineludible e irremplazable, las disciplinas de la “proyectación” —el diseño, la arquitectura y el urbanismo— y donde pueden desplegar su inmenso poder imaginativo y constructivo para que, junto a “la palabra, el trazo, la nota y el símbolo” puedan contribuir “en la implantación de una paz firme” que apuntale la formulación y construcción de una sociedad realmente moderna: democrática, equitativa y sustentable.

Ya ubicadas en ese terreno por el Museo, necesariamente, entrarán en colaboración con las demás disciplinas, incluidas las artes y las ciencias sociales y económicas para darle consistencia, viabilidad y expresión tangible (el efecto de demostración) a la dignificación de la existencia, que es el primer arco que se abre una vez abocados a superar la barbarie que ha signado nuestra historia reciente de los últimos ochenta años.

Ese es el horizonte que ha abierto este Concurso Internacional para el Anteproyecto del Museo Nacional de la Memoria.

Las artes de la proyectación han sido consultadas y han respondido con creces no sólo en términos de cantidad, vale decir, de sensibilidad. Setenta y dos 72 anteproyectos, en el marco de más de cien inscripciones, muestran la capacidad de reacción de nuestros arquitectos, urbanistas y diseñadores, que se movilizaron masivamente, para tratar de configurar  un ámbito de expresión de solidaridad con las víctimas de la tragedia y crear una espacialidad que no sólo contribuya a resarcirlas en su identidad y en su recuerdo sino en crear condiciones objetivas para que el conocimiento y la reflexión  se erijan en los baluartes de la no repetición.

Pero respondieron también, y sobre todo, en términos de calidad —expresa profusamente en todos y cada uno de las propuestas— para buscar señalar cómo el Museo se convertirá en el símbolo de la enorme tarea que tenemos los colombianos y las colombianas en la perspectiva de re-crearnos como una sociedad solvente en el ámbito internacional de la civilización contemporánea.

Una vez convocadas de manera comprometida las disciplinas del espacio han demostrado que propenden por la formulación de paradigmas sociales que están por encima de los parámetros tradicionales de “las necesidades básicas insatisfechas” y de las “líneas de pobreza” en las cuales nos han anclado por décadas la violencia y el conflicto armado, como referentes de formulación de proyectos y programas sociales y de todo tipo.

La solvencia formal y funcional que muestran todos los proponentes da cuenta de la capacidad para formularles salidas a la complejidad que encierra esa perspectiva ciudadana e ilustrada, que implica no sólo salir de la barbarie sino introducirnos conscientemente en la construcción colectiva de una Nación donde la dignidad sea la característica fundamental de la existencia individual y colectiva.

Esa profusión de imaginación y de creatividad fue lo que hizo ardua la tarea del Jurado al cual hay que reconocerle por su idoneidad pues estuvo a la altura del reto que implicaba responder a la gran altura que habían señalado los concursantes.

En esa combinación de sensibilidad, capacidad, seriedad y responsabilidad de exponentes y de jueces estriba la fortuna del Concurso que brinda, como resultado, un Museo Nacional de la Memoria (MNM) que con solvencia ética y estética puede mostrarse -al lado de todos los demás lugares de memoria que con el liderazgo de las víctimas se han levantado en todas las regiones del país-, en el inicio del Eje de la Paz y la Memoria de Bogotá, como el símbolo del valor y la resistencia del pueblo colombiano a la barbarie, que son los principales atributos de la esperanza de una sociedad que se apresta a aprovechar creativa y solidariamente, como diría García Márquez, su “segunda oportunidad sobre la tierra.”

Bogotá, Agosto 13 de 2015.

 


Arquitectura, CNHM, Colombia, Resistencia

Resistencias y memoria en Buenaventura

Noticia

Autor

Alexandra Gómez

Fotografía

María Luisa Moreno

Publicado

07 Jul 2016


Resistencias y memoria en Buenaventura

Durante el 9 y 10 de junio, ongs, organizaciones de la sociedad civil, investigadores, líderes afros y centros de pensamiento se reunieron en la Universidad del Pacifico en Buenaventura en el Foro -Taller Regional de Herramientas para la Paz: Desarraigo, resistencias y memorias en Buenaventura en el contexto de las transiciones.


Desde la perspectiva de la paz territorial planteada en la mesa de conversaciones de La Habana, Buenaventura supone varios desafíos que se evidenciaron en el foro- taller regional, como: hacer compatible los acuerdos con la administración propia de los territorios étnicos, generar políticas gubernamentales no racializadas, reafirmar el territorio como forma de vida en la mediación entre los proyectos económicos a gran escala, el fortalecimiento de las entidades públicas como garantes de derechos, y la memoria histórica en búsqueda de la verdad y la no repetición.   

Hamigton Valencia del Proceso de Comunidades Negras (PCN) sostiene que “entre el año 2000 y 2004 sucedieron las masacres más horrorosas que aún perviven en el subconsciente colectivo. Estas atormentan la mente y el espíritu de nuestra gente, masacres como la del Naya, las dos del Lleras, la de las Palmas, la de Punta del Este, entre otras que se dieron por una fuerte disputa territorial.

El conflicto armado ha significado un proceso de vaciamiento demográfico para facilitar la apropiación  e instalación de los macroproyectos que acompaña la profundización del modelo económico de enclave portuario en Buenaventura, entre algunos: la Terminal de contenedores, el proyecto Arquímedes, la construcción de la acuapista para el Pacifico. La respuesta a la crisis en Buenaventura desde el gobierno central ha sido de carácter militar, muy a pesar que la Defensoría del Pueblo, a través de alertas tempranas, acciones de seguimiento ha insistido en una respuesta integral que permita atender las situaciones críticas de la población”.

En el primer panel del foro-taller participaron varias iniciativas de memoria como la Capilla de la Memoria donde “las mujeres se encuentran a recodar y reconstruir los hechos del pasado para recuperar la dignidad y resignificar la vida individual y colectiva, ellas se reúnen ante un dolor común. Las mujeres en el Pacífico han hecho una propuesta de reparación simbólica a través de la construcción de relatos, el uso de fotografías de familiares, el arte y actos conmemorativos públicos, visibilizando sus realidades, y dan un punto de referencia al Estado para la garantía del derecho a la verdad”,  expresó  Mery Medina de Fundescodes quien acompaña esté proceso.

Florencia Arrechea, una de las impulsoras de la Capilla de la Memoria cuenta que “somos de allá de donde sube la marea y algunos vivimos en casa de palafitos, a mí me desaparecieron un sobrino el 4 de noviembre de 2003 en el barrio Lleras y comenzamos a reunirnos a orar, para nunca olvidar, y después fuimos llevando cositas. Con mi sobrino yo era alcahueta, él llegaba de trabajar y le gustaba que le sirviera la comida en una ollita la cual está en la Capilla de la Memoria con la cucharita con la que él comía. En estos momento tenemos 165 fotografías de nuestros desaparecidos y muertos”.

 

 

Fotografía por Alexandra Gómez.

 

El informe del CNMH Buenaventura: un puerto sin comunidad referencia que, conforme a los procesos organizativos afro y la construcción de comunidades emocionales —impulsadas por mujeres, jóvenes, laicos y organizaciones de base— ha sido posible sobrevivir en el territorio desde formas creativas, colectivas y de resistencia al conflicto armado.

“En el Pacífico esta memoria de lucha y resistencia, de creatividad artística y cultural ha mostrado la compleja realidad que viven estas comunidades ancestrales, por ejemplo la Escuela de Poetas de la Gloria han usado la poesía como un leguaje polifónico en esta memoria dolorosa, lejana y cercana. Las narraciones de esa poesía no son un pálido reflejo de la realidad que se vive si no han ayudado a ver esta realidad y entenderla de una manera profunda desde las entrañas de la comunidad y del Pacifico”, argumentó Edson Louidor del Instituto Pensar en su ponencia sobre el desarraigo.

El primer día cerró con la presentación de la obra de teatro Tocando la Marea  del proceso de pedagogización del informe del Centro Nacional de Memoria Histórica en Buenaventura. Al segundo día de la jornada se realizaron dos mesas de discusión en torno a los retos y posibilidades del desarraigo, la memoria histórica, las resistencias y la construcción de paz. En plenaria Marcos Oyaga de Codhes resaltó sobre Tocando la Marea que es “un ejercicio de memoria viva que permite dar cuenta de lo que ha pasado pero desde una perspectiva de futuro, donde están las abuelas, los jóvenes. A pesar de ser una obra del conflicto al final es muy esperanzador”.

En el período de transición de los acuerdos de paz, dice Helmer Quiñones —relator de las mesas de trabajo— que “la memoria va tener un papel trascendental en reconstruir lo qué paso, y por qué pasó, qué permitió que todo esto sucediera. Creo que nosotros como pueblo afrodescendiente debemos llegar a una reflexión muy profunda. Con el reto de la construcción dinámica de la memoria, pasará por entender esta historia de pasados trágicos para la no repetición”.   

 


Buenaventura, Memoria, Resistencia

Mujeres indígenas: resistencia en Jambaló

Noticia

Autor

CNMH

Fotografía

CNMH

Publicado

18 Jul 2016


Mujeres indígenas: resistencia en Jambaló

Entre noviembre de 2014 y septiembre de 2015 el Centro Nacional de Memoria Histórica (CNMH), con el apoyo de USAID y OIM, participó en una iniciativa de memoria histórica de las mujeres indígenas Nasa y Misak del resguardo de Jambaló. El jueves 21 de julio se dará cierre a este proceso con un evento en el resguardo, a las 9 a.m.


Jambaló, en el departamento del Cauca, es un lugar lleno de riqueza; un territorio donde han convivido con sabiduría los pueblos indígenas Nasa y Misak. En medio del conflicto armado, la Columna Móvil Jacobo Arenas, y el frente 6 de las FARC, buscaron aprovechar el abandono estatal para hacer presencia en este territorio. Hoy en día los pueblos indígenas de esta región han emprendido una lucha incansable no solo contra las guerrillas sino contra cualquier actor armado que los ha afectado, bandas criminales y el Ejército, para defender su territorio, su cultura y su derecho a vivir en paz.

Las mujeres, como ellas mismas cuentan, han llevado en sus hombros una lucha incansable por el respeto de su territorio y de la vida que ellas engendran: “Fuimos las mujeres que trabajamos hombro a hombro sin importar lo que pudiese pasar con nuestras vidas, sólo pensando trabajar por la defensa del territorio y de la vida como derecho fundamental”, dice Carmen Ramos, participante del proceso.

Por esta razón, la iniciativa de memoria histórica tuvo como objetivo principal reconstruir las memorias de las violencias ejercidas sobre las mujeres indígenas Nasa y Misak, y sobre la comprensión de los procesos de resistencia ejercidos por ellas en el conflicto armado.

En este trabajo se realizaron 21 talleres de memoria, en los que participaron mujeres de las zonas alta, media y baja del resguardo, y se desarrolló la cartilla “Hilando memorias para tejer resistencias”. Allí están condensadas las experiencias de las mujeres, sus relatos y la forma como ellas se entienden a sí mismas, como agentes de resistencia, en medio de un territorio en donde la violencia no les ha dado tregua:

 “Somos hijas de la luna, hermanas de la estrella, llevamos la fuerza de lucha de la Cacica Gaitana y de Maria Madigua, mujeres que con mucha sabiduría encontraron varios caminos que permitieron salir al paso de los grandes terrateniente en el Cauca”: Plan de trabajo Programa de Mujer -Proyecto Global Plan de Vida.

El Centro Nacional de Memoria Histórica, OIM y las autoridades del resguardo invitan a todas las mujeres interesadas y participantes del proceso a la presentación de este material el próximo jueves 21 de julio desde las 9:00am, en el Resguardo Indígena de Jambaló.

Agenda:

1. Bienvenida.

2. Recuento del trabajo realizado a partir de la entrega y muestra de la cartilla

3. Muestra fotográfica del proceso y del documental “Mujeres en Resistencia”.

4. Conversatorio

5. Minga Muralista y cierre del proceso

6. Actividad cultural de cierre

Información:

adriana.solorzano@centrodememoriahistorica.gov.co

maria.reyes@centrodememoriahistorica.gov.co

 


Indigenas, Jambaló, Mujeres, Resistencia

Nuevo documental: “Mujeres en resistencia”

Noticia

Autor

CNMH

Fotografía

CNMH

Publicado

19 Ago 2016


Nuevo documental: “Mujeres en resistencia”

Tres iniciativas de memoria histórica de mujeres lideresas: Las madres de la Candelaria, Mujeres sobrevivientes de la UP y Mujeres Indígenas del Resguardo de Jambaló hicieron parte de un nuevo largometraje del CNMH. Este 22 de agosto a las 6:00 p.m. será presentado en el auditorio Margarita González de la Universidad Nacional.


Basta leer y ver las  muestras  fotográficas del proceso y del documental “Mujeres en Resistencia”, para comprender cómo la violencia que se ejerció sobre las mujeres ha moldeado nuestra cultura, nuestra bandera y la guerra. Cada una de ellas se ha asegurado de reconstruir los procesos de resistencia que han vivido, en colectivo, por el conflicto armado.

Gracias al apoyo del CNMH, USAID y OIM estas experiencias podrán ser conocidas por la sociedad colombiana en forma del documental, que, a su vez, se conforma por tres cortos documentales que detallan uno a uno los procesos de memoria.

Las madres de la Candelaria son la personificación de la lucha para resistir al conflicto armado, al desplazamiento de pueblos y veredas en diversas regiones de Antioquia. Estas mujeres, inspiradas en el movimiento de las Madres de la Plaza de mayo, de Argentina, cuentan sus memorias para mostrarle a la ciudadanía su lucha por evitar que sus familiares, secuestrados, asesinados y desaparecidos sean olvidados.

Por otro lado, el “genocidio” del partido Unión Patriótica —llevado a cabo por paramilitares y agentes del Estado— es uno de los hechos más indignantes que ha sufrido Colombia, condenado ya por la Comisión Interamericana de Derechos Humanos. Muchas mujeres, que siempre estuvieron en la base del movimiento social y político de la UP, sobrevivieron y se atrevieron a contar su historia. Su proceso de memoria buscó ir más allá de las cifras; por medio de los testimonios de las lideresas, se realizó un libro que cuenta la historia de 10 mujeres que han dedicado su vida a la lucha política, aún después de la desaparición del partido, y aún hoy, cuando se recuperó su personería jurídica.

Finalmente, las mujeres indígenas del resguardo de Jambaló  han transitado un difícil camino lleno de amenazas, humillaciones y estigmatizaciones por la violencia. Ellas produjeron la cartilla “Hilando memoria para tejer resistencia” y el documental da cuenta de su disputa por obtener el respeto por la vida y por el territorio.

Cada uno de estos proyectos es el reflejo de una realidad que muchos pretenden ignorar. Es por esto que el Centro Nacional de Memoria Histórica (CNMH), con el apoyo de USAID, OIM y la Escuela de Estudios de Género de la Universidad Nacional, realizarán la presentación del documental, con entrada gratuita. El documental podrá encontrarse desde ese día en la página web del CNMH.

Agenda:

6:00 p.m. Bienvenida

6:45 p.m. Presentación del proceso de apoyo a las tres iniciativas de memoria de mujeres (Nancy Prada Prada, coordinadora del enfoque de género del CNMH).

6:55 p.m. Iniciativas de memoria histórica de mujeres desde lo fotográfico (Rommel Rojas Rubio, especialista de enfoque diferencial de la OIM).

7:05 p.m. Proyección del documental.

7:40 p.m. Conversatorio con

– Teresita Gaviria (Madres de la Candelaria – Medellín)

– Josefa Serna (Mujeres UP – Bogotá)

– Carmen Rosa Dagua (Jambaló – Cauca)

Modera: José Fernando Serrano (Escuela de Estudios de Género de la Universidad Nacional)

Información:

adriana.solorzano@centrodememoriahistorica.gov.co

maria.reyes@centrodememoriahistorica.gov.co

Publicado en Noticias CNMH



Mujeres, Resistencia

El Salado: resistencia y aprendizaje

Noticia

Autor

CNMH

Fotografía

CNMH

Publicado

02 Mar 2017


El Salado: resistencia y aprendizaje

La masacre de El Salado, un hecho cargado por el horror y la estigmatización, hoy se erige como un pilar para el aprendizaje en la escuela de la memoria y la historia reciente de Colombia.


Cada año, en febrero, se conmemora la masacre de El Salado, uno de los hechos más crueles que llevaron a cabo los paramilitares en Colombia. Entre el 16 y el 21 de febrero de 2000, diferentes corregimientos del municipio del Carmen de Bolívar, entre ellos El Salado, fueron blanco de asesinatos selectivos por parte de paramilitares liderados por Salvatore Mancuso, Carlos Castaño y alias Jorge 40, contra civiles, en estado de indefensión, que acusaban de ser parte de la guerrilla.

Diecisiete años después, los habitantes de El Salado, a pesar de las consecuencias del horror que tuvieron que soportar, han sido un ejemplo de resistencia y han estado dispuestos a tomar sus aprendizajes y transmitirlos, tanto a los indiferentes como a las nuevas generaciones que no han tenido que padecer tales desmanes por causa de la guerra.

Como se lee en el informe del Centro Nacional de Memoria Histórica (CNMH), El Salado. Esta guerra no era nuestra, los saladeros hicieron la apuesta de “poner su memoria en la escena pública, construida desde la doble condición de víctimas y ciudadanos. (Ella) debe ser valorada entonces como una interpelación a la sociedad a reconocer y re-conocerse en lo sucedido, y a solidarizarse y movilizarse por las demandas de verdad, justicia y reparación de las victimas de esta masacre inenarrable”.

La caja de herramientas

En este mismo sentido, el Grupo de Pedagogía del CNMH, como parte de la estrategia de la Caja de Herramientas para maestros y maestras. Un viaje por la memoria histórica, desarrolló un material pedagógico para estudiantes de 10 y 11, basado en el caso de El Salado, para reflexionar sobre sus identidades y proyectos de vida en medio de contextos violentos y problemáticas como el acceso a la tierra, el desplazamiento forzado y la estigmatización.

En 2016 varios profesores pusieron en práctica este material en sus aulas, y los resultados han dejado grandes experiencias, tanto para los maestros como para los estudiantes. Lorena López, docente de ciencias sociales en el colegio Distrital en concesión Jaime Garzón, en Bogotá, dice que trabajar este caso cambió su vida y la de sus estudiantes:

“¿Por qué es importante hablar de la masacre de El Salado en el colegio Jaime Garzón?, puedo decir con seguridad que es importante porque convierte a las nuevas generaciones, en generaciones comprometidas con la paz de su país. Porque haberlo estudiado desde un pupitre en Bogotá, y sin conocer El Salado, generó en los estudiantes sentido de pertenencia por su país, porque no hay necesidad de ser víctimas directas o no haber sufrido el dolor que muchos colombianos han vivido a causa del conflicto, para hoy querer asumir un rol de un agente de cambio de su país, el rol que la promoción 2017 del colegio Jaime Garzón asumió”, dice López.

Algunos estudiantes, tanto de Bogotá como de otras regiones de Colombia, no conocían el caso de El Salado, pero habían vivido el conflicto a su manera. Conocer lo ocurrido en los Montes de María les permitió reconocerse en una historia, una memoria común a raíz del conflicto armado, que aunque diverso, los tocó a todos. Un estudiante de Giraldo, Nariño, dice: “no conocíamos cómo otras personas habían vivido el conflicto armado. Y no había oído sus voces ni cómo habían sido afectadas”.

En el colegio Jaime Garzón, en medio de un ejercicio de memoria, alguno de los estudiantes reflexionó lo siguiente: “No es por creerme la víctima, pero soy desplazado del Meta; cuando empezamos a ver los testimonios, a mi me afectó mucho porque muchas de esas cosas le pasaron a mi familia, me recordó en el momento que me sacaron, las amenazas, fue fuerte. Acordarme de todo eso, y saber que ahora estoy acá, y que nadie sabe lo que en realidad pasa cuando estuvimos en el Meta… me afectó, me pareció fuerte, me identifiqué”.

Incluso entre los estudiantes de otros lugares de los Montes de María, de San Juan Nepomuceno, los jóvenes pudieron tener un acercamiento distinto a la historia de su propia región y asumieron igualmente un compromiso con la no repetición: “Al principio no sabíamos, personalmente no le prestábamos mucha atención a lo del conflicto, como que lo escuchaba en la televisión, era interesante, pero el hecho de que ahora comenzamos a trabajarlo en las clases y saber dónde surgió, realmente sientes el dolor que sintieron esas personas y empiezas a tomar conciencia de que realmente fue horrible y que no quisiera volver a repetir eso, a vivirlo”.

La memoria en el aula

El ejercicio alrededor del caso de El Salado permitió que algunos profesores exploraran posibilidades de acercamiento mucho más intimas entre sus estudiantes y el caso. La profesora Ana María Durán, en el colegio Campo Alegre, en Bogotá, buscó acercar la experiencia de sus estudiantes más allá del estudio y comprensión del caso, llevándolos al Carmen de Bolívar, a El Salado, para que ellos mismos pudieran hacer ejercicios de memoria con los sobrevivientes y retornados. El resultado de este proceso fue una publicación con relatos cortos de los estudiantes, que reproducimos a continuación, en los que narraran, con su propia voz, la resistencia al conflicto armado.

Una de las estudiantes que fue a la salida de campo, Juana Durán, escribió lo siguiente: “El Salado carga una cicatriz indeleble, pero también unas manos que trabajan el campo y tocan instrumentos, pies que bailan los cantos de bocas que, a su vez, cuentan interminables historias. Historias, un plural que abre ojos, desvanece prejuicios y nos enseña que, aunque en El Salado hubo muerte, hoy, de diferentes maneras, decide vivir”.

Descargue aquí el libro “Memorias del retorno”

Cada testimonio de los estudiantes que se acercaron al caso de El Salado, es una muestra de la forma viva de resistencia que han construido sus habitantes. Ahora, para un grupo de jóvenes en el país, recordar y conmemorar esta tragedia cada mes de febrero ya no es sinónimo de horror. Ahora ellos ven, más allá del horror, la esperanza que pudieron conocer y aprehender de quienes hace tiempo vivieron esa tragedia, se sobrepusieron al dolor y ahora luchan para ser constructores de paz en sus regiones, y por medio de su ejemplo, de todo el país.

Tras diecisiete años hay que seguir recordando la masacre, reconociendo que El Salado es más que eso; después de todo, como se lee en el epígrafe del informe del CNMH de El Salado: “Cuando las sociedades, al igual que los individuos, contemplan sus heridas, sienten una vergüenza que prefieren no enfrentar. Pero el olvidar trae consecuencias importantes: significa ignorar los traumas, que de no ser resueltos permanecerán latentes en las generaciones futuras. Olvidar significa permitir que las voces de los ‘hundidos (Levi) se pierdan para siempre; significa rendirse a la historia de los vencedores’.

Publicado en Noticias CNMH


resistencia


Resistencia

Medellín Basta Ya, un reconocimiento a la resistencia

Noticia

Autor

Maria Paula Durán

Fotografía

Maria Paula Durán

Publicado

09 Oct 2017


Medellín Basta Ya, un reconocimiento a la resistencia

“Si bien los 80 fue una época fuerte de ruido y de furia, como dice Faulkner, Medellín se jodió bastante antes”, explicó el relator Jorge Alberto Giraldo durante el conversatorio del lanzamiento del Basta Ya en Medellín. 


Con más de un centenar de personas en cola para ingresar al auditorio, el lanzamiento del informe Medellín, Memorias de una guerra urbana, acogió el pasado 14 de septiembre a 600 personas en el auditorio del Centro Cultural Moravia. Los asistentes representaron, sin proponérselo, los rostros de la violencia de esta ciudad: diversidad, pluralidad. Había hombres, mujeres y jóvenes de diferentes edades, etnia y lugar de procedencia. Había personas en situación de discapacidad, víctimas del conflicto, estudiantes, miembros de la fuerza pública, líderes y lideresas de organizaciones sociales, y defensores de los derechos humanos.

Medellín fue, hasta hace tan solo un par de décadas, una de las ciudades más violentas del país que aún hoy sigue generando múltiples movimientos y respuestas. Su particularidad: todos los perpetradores confluyeron en el mismo espacio. Narcos, sectores de la fuerza pública, grupos guerrilleros y grupos delincuenciales participaron y se proliferaron en el territorio, generando escasez para albergarlos a todos, propiciando luchas entre ellos. Fue el “periodo del gran desorden”. El informe calcula que hubo en total 132.529 personas reconocidas como víctimas del conflicto, dentro de las cuales 106.916 son desplazados, 19.832 fueron víctimas de asesinatos selectivos, 2.784 de desapariciones forzadas y 1.175 víctimas de 221 masacres. 

“Todos hicieron de todo”, afirmó Manuel Alberto Alonso, uno de los relatores del informe, en su intervención del conversatorio. Las cifras son impresionantes y nos dan una dimensión general de la violencia, pero también hay subregistros que permiten pensar que la dinámica de la violencia fue aún más fuerte. En Medellín la guerra no pasó de largo, fueron muchos los espacios donde las probabilidades de encontrarse con la violencia fueron muy altas. Sus habitantes la banalizaron, convivieron con ella, existen pruebas de despliegues de retaliación, pero también existen pruebas de superación y de resurgimiento.

“Este informe es un acto de reconocimiento pero también una empresa de resignificación”, explicó Gonzalo Sánchez, director general del Centro Nacional de Memoria Histórica, pues Medellín se ha recuperado de la violencia a través de una red solidaria, de lugares de memoria, del trabajo creativo de las organizaciones y de funcionarios ejemplares. Se trata de reconocer la guerra y la violencia en la urbe, pero también las luchas silenciosas y los actos heroicos de las organizaciones sociales y sus líderes.

Medellín, Memorias de una guerra urbana es un texto que compila testimonios de distintas voces y sentidos. Es un relato cuya intención fue ser lo más plural posible para que, como dijo Marta Villa, Directora de la Corporación Región y relatora del informe, escuchemos “las voces de personas que sin ser víctimas directas, tenían un relato que contar”. Nadie se siente al margen de la historia; el miedo, el encierro y la desconfianza fueron el impacto de la guerra en la memoria colectiva. 

Al son del grupo musical Son Batá, de la comuna 13, quienes llevan 12 años realizando trabajo social comunitario, culminó este lanzamiento, y al ritmo de la canción “Pa’ los que luchan a diario”, los asistentes se despidieron del evento llevándose una copia en físico del informe.

Conozca el informe “Medellín: memorias de una guerra urbana”.

Publicado en Noticias CNMH


Resistencia


Resistencia

Juan Frío: el corregimiento que lucha contra la estigmatización

Noticia

Autor

Laura Cerón

Fotografía

Laura Cerón

Publicado

03 Oct 2018


Juan Frío: el corregimiento que lucha contra la estigmatización

En septiembre del 2000, los paramilitares asesinaron a seis habitantes de esta comunidad de Norte de Santander y utilizaron su territorio para instalar unos hornos crematorios en los que desaparecían a sus víctimas. Esta comunidad hoy quiere decirle al país que son un territorio de paz.


En medio de una carretera que cruza casas y casetas en las que resuena música a todo volumen, aparece el colegio de Juan Frío, un corregimiento pequeño ubicado en Villa del rosario, Norte de Santander. Allí, ocupando la cancha que bordea los salones de clase, un grupo de mujeres cuelga fotografías de lado a lado y forjan una exhibición de mochilas tejidas. Una a una va dejando mensajes que hablan de tejer lazos entre ellas, de sanación y de trabajo colectivo. Alrededor colocan flores como si se tratara de un altar. Están emocionadas. Llevan meses esperando el momento de mostrar quienes son, en quienes se han convertido después de la guerra que llegó a su corregimiento hace 18 años.

Una de ellas es Fideligna Gómez, una mujer imponente que orienta a los jóvenes que las acompañan para que estén pendientes de los preparativos de la conmemoración. Es 22 de septiembre del 2018 y los habitantes de Juan Frío rinden un homenaje a los seis campesinos que fueron asesinados hace 18 años, con la entrada paramilitar del Bloque Catatumbo a esa región. Llevan meses planeando ese momento. Con el sol que empieza a caer, hombres, mujeres y niños caminan juntos hasta la entrada del pueblo. Llevan flores de muchos colores en sus manos. Fideligna toma el micrófono conectado al bafle que lleva un carro, se aclara la voz y les da la bienvenida.

A un costado de la carretera, un mural pintado deja ver los campos verdes cultivados y llenos de cosecha que caracterizan a esa zona; hay árboles con frutos y un río azul que los atraviesa. En el centro, un par de manos sostienen una cachama, un pez que muchos años antes de la violencia atrajo a miles de visitantes a estas tierras. Se ven casas, una iglesia y una paloma blanca. En medio hay un mensaje escrito en letras amarillas que dice: Juan Frío, tierra de esperanza. Cuéntale a la gente que tenga más confianza.

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     Fideligna Gómez, lideresa y secretaria de la Junta de Acción Comunal de Juan Frío.

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     Sicar Valdez, esposa de Gerardo Rangel, víctima de la masacre perpetrada por los paramilitares en el año 2000.

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    Mochilas tejidas en los ‘círculos de sororidad’, un espacio creado para que mujeres y hombres de Juan Frío.

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    La comunidad de Juan Frío reunida durante la conmemoración celebrada el pasado 22 de septiembre.

Juan Frío está ubicado en el límite de Norte de Santander, justo al borde del río Táchira que linda con San Antonio de Táchira (Venezuela). Está en la región del Catatumbo, una zona de gran interés para los grupos al margen de la ley por sus tierras fértiles y por su ubicación estratégica en la frontera con Venezuela.

Según informes de la Fundación Ideas para la Paz, el Ejército de Liberación Nacional (ELN) fue la primera guerrilla en llegar al Catatumbo a principios de los años 70. Allí, el ELN adoptó como una de sus principales estrategias atentar contra las zonas de exploración, extracción y transporte de crudo. Hacia 1982 llegaron las Farc, con el objetivo de controlar la cordillera oriental y crear un corredor entre Ecuador y Venezuela. Desde los años 80 la guerrilla de las Farc se vinculó al negocio del narcotráfico en esta región y, con el auge de la coca en el Catatumbo, convierten a esta región es un escenario clave para sus finanzas que se estaban fortaleciendo.

Desde mayo del 1999, los paramilitares del Bloque Catatumbo -creado y organizado por órdenes de Vicente y Carlos Castaño- empezaron a llegar a la zona con el objetivo de desterrar a los grupos guerrilleros, y tomar el control de la producción y distribución de coca. Como en todos los rincones de Colombia donde hubo disputas territoriales, la población de Juan Frío quedó en medio del fuego cruzado.

Fideligna llegó a Juan Frío cuando tenía 15 años. Su papá era jornalero y encontró allí la tranquilidad que no le daba Cúcuta, la ciudad en que ella nació y vivió con su familia. En Juan Frío podrían cultivar sus propias tierras y vivir mejor, a pesar de que el pueblo, las casas y la carretera apenas estaban en construcción.

El 24 de septiembre del 2000, Fideligna estaba dando catequesis a los niños que se preparaban para la primera comunión. Ese domingo, como siempre, en el pueblo había música, comida, adolescentes jugando torneos de fútbol y gente que subía en carros a los restaurantes más famosos a comer cachama.

A lo lejos el ruido de un tiroteo la alertó. Un niño se acercó agitado y le dijo que hombres encapuchados con armas venían hacia el pueblo. A toda velocidad llevó a los niños a un salón del colegio y los ocultó detrás de un tablero que usaban para publicar carteleras. “Por favor, limítense a respirar. No vayan a llorar ni a hacer bulla”, les dijo.

Mientras intentaba mantener a los niños con calma, Fideligna no podía reconocer a esos hombres pero les temía. Les temía porque unas personas encapuchados y con armas, como ellos, desaparecieron a su papá un día de 1999 en una trocha que conecta a Villa del Rosario con Los Patios. Lo buscó en caseríos como Donjuana, Bochalema, Los Patios; también en las funerarias, el hospital,  la morgue y los ancianatos, pero no encontró rastro.

El mural era el punto de inicio de la caminata por la vida, en la conmemoración del pasado 22 de septiembre. El recorrido marcaría los lugares por los que hace 18 años los paramilitares del Bloque Catatumbo habían cometido la masacre. Al lado de la carretera fueron homenajeados los esposos Nohora Albeira de García Delgado y Carlos Julio García, quienes fueron asesinaron frente a sus tres hijos de 11, 9 y 7 años.

Una pequeña peregrinación empezó a formarse. Dos niñas llevaban en alto un telar que habían tejido las mujeres hacía unos meses, mientras entre puntada y puntada planeaban la conmemoración. La segunda parada se hizo en el colegio de Juan Frío, lugar donde los encapuchados habrían asesinado a Javier Antonio Gómez.

Caminaron con el sol en la espalda hasta llegar a la tercera estación: una casa en la que se homenajeó a Gerardo Rangel, un campesino que, al momento de la masacre, llevaba seis meses viviendo en Juan Frío con su familia. Gerardo fue asesinado en la trocha  que se conoce como La Ramona. Allí también se honró la memoria de William Palencia, un chofer que prestaba servicios de transporte para la gente del pueblo.

Una escultura de la virgen María fue la última parada. Allí se celebró la vida de Julio Cesar Vásquez. A Julio le decían era ‘El Guajiro’, un hombre que sembraba y cultivaba la tierra. “Alimentó a muchos cuando no tenían qué comer. Uno iba, le pedía una yuca y lo mandaba con comida para preparar un sancocho para la familia. Lo tildaron de ayudante de la guerrilla”, comentó Fideligna.

Cuando la guerra es prolongada en el tiempo se vuelve un arma de doble filo. Con la llegada de los paramilitares, los episodios de violencia, desaparición y tortura empezaron a ser parte de la cotidianidad. Pero al mismo tiempo, los habitantes de Juan Frío aprendieron a convivir con ellos. Se crearon incluso algunos lazos de amistad y muchos paramilitares engendraron a sus hijos allí.

Sus habitantes no olvidan que el día de la masacre las paredes quedaron grabadas con los mensajes “muerte a sapos” y “guerrilleros HP”. La incertidumbre crecía. Fideligna cuenta que la paranoia por parte de los paramilitares por ‘pescar’ guerrilleros era evidente. Como su casa quedaba al borde del camino, muchos se instalaron en ella, colgaron hamacas en su patio y, en cualquier momento paraban los carros que pasaban por el frente. “Ese es de la guerrilla”, decían mientras salían a detenerlo.

Mientras tanto, a unos 15 de allí en moto, sin que nadie del pueblo se enterara, los paramilitares empezaron a usar trapiches como hornos crematorios para desaparecer a sus víctimas. Alcanzaron a incinerar unos 560 cuerpos según relató el periodista Javier Osuna en el libro ‘Me hablarás del fuego: Los hornos de la infamia’.

“Eso fue el dolor más grande cuando me enteré. Leí en la prensa ‘Los hornos del terror, el holocausto de Juan Frío’”, cuenta Fideligna. Incluso, les preguntó directamente a los paramilitares y su respuesta fue: “Sí señora, eso es arriba por donde llaman Juan García. Allí adecuamos un horno”. “Uno sí veía que subían ruedas de carro, gasolina, picas. Con los días llevaron a varios para que vieran cómo desenterraban los cadáveres de las fosas. Era un castigo por no estar de acuerdo a sus leyes”, contó Fideligna.

Y mientras eso estaba ocurriendo, los paramilitares seguían en su campaña de ganarse a la gente. Organizaban fiestas y asados, y muchas personas asistían porque les ofrecían dos cosas que ellos estaban necesitando mucho: comida y un poco de regocijo ante el dolor. Hacían misas; les daban regalos, ropa, útiles escolares para los niños. “Tapaban lo que hacían malo con algo bueno. Pero como decía un sacerdote del pueblo: pecar y rezar no es empatar. Es una gran mentira”, afirmó Fideligna.

El estigma con el que cargan los habitantes de Juan Frío desde entonces ha sido una marca difícil de borrar. Cuando hablan de su origen, muchas veces son señalados de ser “paracos”. Y hay quienes les dicen, de frente, que por esas tierras nunca irían porque los podrían desaparecer o asesinar.

A pesar del dolor, la comunidad de Juan Frío ha aprendido a resistir con dignidad. Ya han sobrevivido a las guerrillas de las Farc y el ELN, a los grupos paramilitares, a bandas criminales como las Águilas Negras, los Urabeños y los Rastrojos. Ahora no se van a rendir.

Desde 2013, la Unidad para las Víctimas les reconoció como sujetos de reparación colectiva. Es decir, el Estado colombiano admitió que esta comunidad sufrió constantes hechos de victimización y vulneración de sus derechos, y que por lo tanto requiere una atención especial.

Desde su rol de lideresa, Fideligna Gómez ha acompañado este proceso desde el inicio. También ha impulsado proyectos de piscicultura para volver a criar tilapia roja y fomentar el turismo. Además, apoyó la creación de actos conmemorativos para fortalecer los lazos destruidos por el conflicto.

La última conmemoración, celebrada el pasado 22 de agosto, incluyó una caminata que terminó en el colegio. Allí, el sacerdote del pueblo celebró una eucaristía y se dio inicio a los actos simbólicos.

Para este año, la fundación 5ta con 5ta Crew, formada por jóvenes del departamento, acompañó a la comunidad con talleres. Las mujeres aprendieron a tejer mochilas y, con ese ejercicio, a rescatar los múltiples saberes de la frontera; los niños y jóvenes de la Escuela Itinerante del Norte Bravos Hijos presentaron un documental titulado Juan Frío “Memorias de una esperanza”, y los integrantes de la Junta de Acción Comunal presentaron una obra de teatro. El sentido era el mismo: mostrar que Juan Frío está recuperando la confianza en su gente y en su territorio.

Son muchos los retos que tiene hoy este territorio: la migración de venezolanos a sus tierras, el contrabando que alimenta la frontera, las disidencias de los grupos armados y las bandas criminales que quieren volver. La respuesta de la comunidad ha sido generar oportunidades de trabajo y crear espacios de reconciliación. Con el proyecto que adelantan junto a la Unidad de Víctimas, esperan construir un espacio policultural en el que puedan volver a integrarse, a reconstruir los lazos perdidos y borrar la desconfianza que existe entre ellos mismos.

“Aunque el conflicto armado nos marcó, también nos enseñó que somos valientes, resistentes y persistentes. Somos gente trabajadora, que salimos para adelante ante los obstáculos que se nos presenten. Queremos que vayan y le cuenten a la gente que Juan Frío es territorio de paz”, concluyó Fidelina.

Publicado en Noticias CNMH



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Una década sin respuesta para las madres de Soacha

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MAFAPO

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MAFAPO

Publicado

10 Oct 2018


Una década sin respuesta para las madres de Soacha

Para homenajear a las víctimas de los ‘falsos positivos’, que se presentaron hace diez años en Soacha y Bogotá, el próximo 14 de octubre se realizará una caravana desde Soacha hasta Ocaña, Norte de Santander. Sus familiares siguen esperando verdad y justicia.


Entre enero y agosto del 2008, 19 jóvenes procedentes del municipio de Soacha y de Bogotá desaparecieron sin dejar rastro. Estos muchachos no se conocían entre sí y sus familias tampoco. Después de meses de búsqueda, sus seres queridos recibieron la noticia de que los cuerpos sin vida de los jóvenes fueron hallados en cementerios y fosas comunes de Ocaña y Cimitarra, Norte de Santander. Y no solo eso. Habían sido presentados como guerrilleros dados de baja en combates con la Brigada 15 del Ejército Nacional.

Luego se conoció que desde el 2005, el Ministerio de Defensa estaba aplicando una directiva (firmada por Camilo Ospina Bernal, ministro de Defensa en el gobierno del entonces presidente Álvaro Uribe Vélez), que les otorgaba recompensas a los militares por cada captura o abatimiento de un líder de organizaciones al margen de la ley.

Los casos de los jóvenes desaparecidos en Soacha y Bogotá presentaban características similares. En su mayoría, eran muchachos que provenían de familias pobres o campesinas con profundas necesidades, que buscaban oportunidades laborales para salir adelante y apoyar a su núcleo familiar.

Desde entonces, y a pesar de las constantes amenazas que han tenido que enfrentar, las madres de Soacha se empezaron a reunir en las plazas públicas, universidades y colegios, para denunciar la desaparición y asesinato de sus hijos, y exigir que se cuente la verdad y se haga justicia frente a estos crímenes cometidos por las Fuerzas Militares. Además, crearon la fundación Madres Falsos Positivos Suacha y Bogotá (MAFAPO). Para ellas, nombrar su territorio como Suacha, y no Soacha, es parte de la identidad que se dieron a sí mismas y a la fundación.

Las muertes de los 19 jóvenes de Soacha y Bogotá no fueron casos aislados. El capítulo de los ‘falsos positivos’ en Colombia, fue sistemático y afectó a las comunidades más vulnerables. Según el libro “Ejecuciones extrajudiciales en Colombia 2002–2010”, escrito por Omar Eduardo Rojas Bolaños, oficial retirado de la Policía, en ese período de tiempo se habrían presentado en el país 10 mil casos de ejecuciones extrajudiciales.

Como cada una de las familias lleva el proceso judicial de forma individual, después de 10 años hay algunos casos en lo que no se ha celebrado ni una sola audiencia, y muchos otros que se han enfrentado a constantes prórrogas. Por eso, el pasado 14 de septiembre, la Fundación MAFAPO presentó ante la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP) un informe, en el que solicitaban garantías de seguridad para continuar trabajando en conjunto y llegar a la verdad.

El próximo domingo 14 de octubre MAFAPO conmemorará en Ocaña, Norte de Santander, la vida de los 19 jóvenes silenciados hace diez años. Con este encuentro, que tiene el lema “10 años vivas y unidas por la verdad”, las madres y familiares de los jóvenes buscan crear una plataforma de interlocución, para seguir hablando sobre las ejecuciones extrajudiciales y los múltiples obstáculos que han tenido para llegar a la verdad.

El evento contará con la participación de artistas locales y nacionales, y con movimientos sociales. Además, se realizará una rueda de prensa en que se hará un recorrido por los diez años de lucha de estas mujeres, y por las deudas que el sistema judicial y el país todavía tiene con ellas.

Para mayor información: 

Fecha: 14 de octubre de 2018
Hora: 9 a.m. – 6 p.m.
Lugar: Plaza central de Ocaña – Ocaña, Norte de Santander

Publicado en Noticias CNMH



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10 años del Salón del Nunca Más en Granada, Antioquia

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ASOVIDA

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ASOVIDA

Publicado

22 Jul 2019


10 años del Salón del Nunca Más en Granada, Antioquia

El primer lugar de memoria de Colombia construído por una comunidad cumplió 10 años el pasado 3 de julio en Granada, Antioquia. Con series fotográficas que visibilizan los rostros de las víctimas e infografías con datos clave sobre el conflicto armado, han ido alimentando el que hoy se reconoce como uno de los lugares de memoria más importantes del país para dignificar a las víctimas.


Muchas comunidades, desde hace ya varios años, han dado a la sociedad colombiana una lección de dignidad al confrontar las consecuencias de la guerra y no permitir que esos hechos queden en el olvido. Los habitantes de Granada, ubicado en el Oriente Antioqueño, fueron los primeros en sacar fuerzas para construir, mano a mano, un salón de la memoria en el que pudieran visibilizar los rostros de cientos de hombres, mujeres y niños que fueron víctimas de la violencia en este municipio. Hoy por hoy, ellos son quienes llevan la bandera de la paz y el salón que construyeron cumplió 10 años el pasado 3 de julio.

No ha sido un camino fácil. ¿Cómo reconstruir la memoria histórica de un municipio que ha vivido tomas guerrilleras, más de 36 masacres, secuestros, desplazamientos, asesinatos selectivos por parte de paramilitares y enfrentamientos militares entre distintos grupos armados? Según cifras de la Personería de Granada, hasta finales de 2008 este municipio tenía registradas más de 400 víctimas de muertes selectivas y 128 desaparecidos. El 60% de la población fue desplazada pasando de 19.500 habitantes a 9.800. Cerca de 83 personas han sido víctimas de minas antipersonal y casas bomba, el 50% civiles y el 50% militares. Además, se han reconocido 15 fosas comunes y de ellas han sido identificadas 8 personas.

A principio de este siglo, apenas un mes después de que paramilitares del Bloque Metro entrarán al casco urbano de Granada y masacraran a 19 personas, cientos de guerrilleros de las Farc hicieron explotar un carro bomba con 400 kilos de dinamita y se tomaron el municipio a plomo, durante casi un día entero. En esa incursión, ocurrida entre el 6 y el 7 de diciembre del 2000, perdieron la vida 23 personas y varias cuadras quedaron completamente destruidas. De ese tamaño fue la guerra en Granada.

Su cercanía con la autopista Medellín-Bogotá y con las centrales hidroeléctricas del oriente antioqueño, así como su ubicación entre el Valle de Aburrá y el Magdalena Medio, hicieron de Granada un lugar estratégico para la disputa entre guerrillas, paramilitares y Ejército. Según el informe Granada: Memorias de guerra, resistencia y reconstrucción, del Centro Nacional de Memoria Histórica, el conflicto armado dejó en ese municipio por lo menos 460 muertos, 299 desaparecidos y unos 10 mil desplazados, cifras grandes para un municipio pequeño.

Pero durante esa época, cuando la violencia llegó con más fuerza a la región, sus habitantes respondieron con valentía y dignidad. Para reconstruir el pueblo, cargaron ladrillos al hombro por una de las calles principales en la Marcha del adobe. Prendieron velas blancas y caminaron con ellas en silencio en las Jornadas de la luz. Salieron juntos a recorrer y a reapropiar los lugares del horror en encuentros que llamaron Abriendo trochas. Pintaron piedras de colores y las llevaron al Parque de la Vida para honrar a sus desaparecidos.

  • Una de las marchas de la luz que se organizaban desde antes del 2007 en Granada. Las jornadas se hacían en silencio los últimos viernes de cada mes. – Fotografía: Lorena Luengas

  • Bitácora de uno de los jóvenes desaparecidos, donde amigos, conocidos y familiares depositaban mensajes y pensamientos. – Fotografía: Lorena Luengas

La Organización de Víctimas Unidas por la Vida, ASOVIDA, fue la encargada de materializar esta iniciativa comunitaria junto a la personería municipal y el Cinep. El Salón del Nunca Más buscaba convertirse en un escenario público en el que se trataran temáticas asociadas a las violencias vividas en el territorio, al tiempo que defendían y garantizaban su acceso a políticas públicas en defensa de los derechos humanos de los sobrevivientes.

Gloria Ramírez, coordinadora del Salón del Nunca Más, creyó que con inaugurar el espacio su tarea en parte había terminado, “pero ahí empezó el trabajo fuerte. Ahora vienen estudiantes, personas del común y extranjeros. Atendemos casi a diario y lo hacemos con cariño, con el interés de sensibilizar un país deshumanizado. Lo que vivimos no es fácil, pero lo que perseguimos es la construcción de paz y las garantías de que esto no vuelva a suceder”, afirmó.

Le recomendamos el documental “Rostros de la memoria“.

Lorena Luengas, museóloga y profesional del equipo del Museo de Memoria Histórica de Colombia, acompañó la construcción del Salón desde el 2007 y reconoce la transformación que vivió Granada y los miembros de ASOVIDA, a partir de la inauguración. “Este día vivimos una conmoción muy grande. Muchos familiares se desmayaron o tomaban de la foto de su familiar y lloraban de manera inconsolable. Durante los siguientes días hicimos un acompañamiento psicosocial muy fuerte, estuvieron dos psicólogas con las familias. Sin embargo, fue un momento muy importante porque los familiares decían que ahora tenían la oportunidad de ir al Salón, ver la foto de su familiar de una manera distinta: con amor, con el reconocimiento de quienes eran y no con el dolor de su pérdida”, dijo Lorena.

Lorena recuerda que con el tiempo fueron consignadas unas bitácoras que contenían las fotografías de las víctimas. Sus familiares y amigos acudían al Salón y empezaban a escribir a sus familiares en un diálogo reparador. “Una niña iba con cierta regularidad a escribirle a su papá que había muerto cuando ella era pequeña, en la bitácora le contaba sus relaciones con su familia, con sus amigas del colegio. Una profesora estaba en contra del reclutamiento y la guerrilla la mató afuera del salón de clase, sus estudiantes le escribían mensajes de gratitud y cariño por todo lo que había hecho por ellos”, comentó.

Desde hace algunos años, la construcción ha venido presentando un deterioro significativo en su estructura. En el 2018, los líderes del proyecto se vieron en la necesidad de recoger fondos por internet para poder patrocinar la remodelación. Como comentó Gloria, no ha sido sencillo. “Desafortunadamente no le hemos podido hacer mucha intervención. Hicimos una recolecta de 4,5 millones de pesos, pero ese dinero se invirtió en recuperar el dominio web para poder volver a ser dueños de la página y que nos visiten no solo en Colombia sino a nivel mundial. Queremos tener un contacto más cercano con la comunidad”.

Este panorama hace aún más urgente la necesidad de pensar políticas públicas que garanticen la permanencia de los lugares de memoria en los territorios. Más que un museo, el Salón del Nunca Más se ha convertido en un lugar de encuentro alrededor de la memoria, la superación de las violencias y la reconciliación. En diez años, las organizaciones de víctimas de Granada han logrado posicionar la memoria como un eje transversal al interior del municipio. Además, durante el 2010, fueron seleccionados como ganadores del Premio Nacional de Paz. “Con este espacio de memoria hemos minimizado los impactos de la guerra y hemos entendido que unidos podemos lograr muchas cosas, si seguimos trabajando por la paz ese será nuestro mejor aporte. Queremos que nos vean como un municipio resiliente, estar sin actores armados, sin daños al medio ambiente”, afirmó Gloria.

 


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