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Un llamado de alerta desde los museos de la memoria

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salondelnuncamas

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Publicado

10 Oct 2018


Un llamado de alerta desde los museos de la memoria

El caso del Salón del Nunca Más de Granada, Antioquia, en grave riesgo por la humedad y el paso del tiempo, es el reflejo de lo que está sucediendo en las regiones con los lugares dedicados a hacer memoria. ¿Cómo asegurar la supervivencia de estos espacios, que son apuestas de vida de las comunidades?


El Salón del Nunca Más de Granada, uno de los bastiones de la memoria en Antioquia, está en riesgo tras nueve años de vida. “Hay problemas de humedad, se le mete el agua por todos lados”, cuenta Gloria Ramírez, una de las lideresas que sacó adelante ese museo. “Entonces baja el agua derecho y moja las fotos y las bitácoras, y hay algunas cosas que se están dañando”. Los años empiezan a desmoronar las paredes de tapia y el techo del edificio, que necesita con urgencia una intervención.

A principio de este siglo, apenas un mes después de que paramilitares del Bloque Metro entraron al casco urbano de Granada y masacraron a 19 personas, cientos de guerrilleros de las Farc hicieron explotar un carro bomba con 400 kilos de dinamita y se tomaron el municipio a plomo, durante casi un día entero. En esa incursión, ocurrida entre el 6 y el 7 de diciembre del 2000, perdieron la vida 23 personas y varias cuadras completamente destruidas. De ese tamaño fue la guerra en Granada.

Su cercanía con la autopista Medellín-Bogotá y con las centrales hidroeléctricas del oriente antioqueño, así como su ubicación entre el Valle de Aburrá y el Magdalena Medio, hicieron de Granada un lugar estratégico para la disputa entre guerrillas, paramilitares y Ejército. Según el informe Granada: Memorias de guerra, resistencia y reconstrucción, del Centro Nacional de Memoria Histórica, el conflicto armado dejó en ese municipio por lo menos 460 muertos, 299 desaparecidos y unos 10 mil desplazados, cifras grandes para un municipio pequeño.

Pero durante esa época, cuando la violencia llegó con más fuerza a la región, sus habitantes respondieron con valentía y dignidad. Para reconstruir el pueblo, cargaron ladrillos al hombro por una de las calles principales en la Marcha del adobe. Prendieron velas blancas y caminaron con ellas en silencio en las Jornadas de la luz. Salieron juntos a recorrer y a reapropiar los lugares del horror en encuentros que llamaron Abriendo trochas. Pintaron piedras de colores y las llevaron al Parque de la Vida para honrar a sus desaparecidos.

Algunos años más tarde, las iniciativas de resistencia en Granada encontraron una casa en ese Salón del Nunca Más, un lugar de memoria creado por la comunidad en 2009 y liderado por la Asociación de Víctimas Unidas del Municipio de Granada (Asovida). En el Salón, ubicado en el primer piso de la Casa de la Cultura, hay exhibidas fotos y relatos de más de 300 víctimas, respuestas sobre lo que ocurrió allí durante el conflicto armado y muestras artísticas que ayudan a comprender la historia de resistencia de la comunidad. “De manera colectiva decidimos dar cuenta de nuestra vivencia en el conflicto”, dice un documento de Asovida.

Ese es el legado que hoy está en peligro.

La coyuntura del deterioro físico motivó a los líderes y lideresas de Granada a hacer un llamado de alerta. “Nosotros disponemos de nuestro tiempo para abrir el Salón, para hacer las reuniones”, dice Ramírez, “pero no podemos disponer de recursos propios para meterle al espacio”. Casi con devoción, ella y otros líderes abren las puertas de viernes a domingo entre 11:00 a.m. y 4:00 p.m. Todos han hecho esto mismo durante casi una década sin recibir contraprestación, pero esta vez sí necesitan el dinero.

“Necesitamos solucionar los problemas físicos, claro, pero también que pueda haber sostenibilidad en el tiempo”, explica Ramírez, “queremos hacer adecuaciones, actualizar algunas cosas y también poder dar algún reconocimiento a las personas guías que trabajan en el espacio”.  Para lograrlo, los granadinos tienen abierto un canal para recibir donaciones que se puede consultar acá. Pusieron un tope de 100 millones, de los que han recaudado poco más de 2 millones. Faltan 37 días para el cierre de la colecta.

En paralelo, la Alcaldía de Granada está gestionando recursos con la Gobernación de Antioquia para hacer un estudio arquitectónico que evalúe cuánto cuesta y cómo debe ser la reestructuración de la Casa de la Cultura entera. Ya hay un presupuesto asignado para eso y el trabajo, que se delegó a la Universidad de San Buenaventura, empezaría este mismo año. Mientras eso pasa, agrega Gloria, “nosotros haremos lo que podamos para recoger recursos y que el Salón no se vea tan deteriorado”.

“¿Qué implica un lugar de estos para el país? Un reconocimiento de que esto sí nos pasó, pero también de lo que podemos ser desde la resiliencia”, dice Lorena Luengas, curadora del Museo de Memoria Histórica de Colombia y quien participó en la creación del Salón. “Alrededor de ese espacio ellos tienen proyectos productivos y proyectos con colegios. Es un espacio que se ha tomado como un deber de la memoria. Y esto no lo hace todo el mundo. Esto es una apuesta de vida”.

Como el de Granada, hay muchos otros lugares de memoria que han sido esenciales para reconstruir los lazos que rompió la guerra. Y de la misma forma que el Salón del Nunca Más, varios han encontrado obstáculos que ponen en riesgo su futuro. Por ejemplo, el museo Tras las huellas del Placer, en Valle del Guamuez (Putumayo), ha pedido públicamente recursos y asesoría para conservar los objetos, crear exposiciones nuevas y fortalecer los procesos comunitarios que se han debilitado con el paso del tiempo. Y en el Centro de Memoria del Conflicto, en Valledupar, a quienes la Biblioteca Departamental les ordenó desalojar el espacio a principios del año pasado. A pesar de los intentos por resolver la situación, hoy tienen las piezas guardadas y trabajan en sus proyectos sin un espacio físico.

Yohana Cuervo, quien ha acompañado desde el CNMH los procesos de varios lugares de memoria, dice que en el de Trujillo, Valle, y otros, pasa algo similar que en Granada: “No hay una inversión en la sostenibilidad económica de los lugares, que se mantienen en parte porque hay una sostenibilidad social: un grupo de personas de la comunidad que están pendientes. Pero ellos no tienen recursos para mantener las estructuras físicas”.

Esa sostenibilidad económica, dice Orlando Carreño, investigador del Centro de Memoria del Conflicto y coordinador del nodo andino de la Red Latinoamericana de Sitios de Memoria, “debería venir por parte de las alcaldías, gobernaciones o el gobierno nacional, aunque no queremos que eso perjudique nuestra autonomía, porque ellos, por poner dinero, pueden querer decidir qué se muestra y qué no”. Pone el ejemplo del Museo Caquetá, en Florencia, que desde el año pasado comparte el edificio con un museo de memoria militar. Para Carreño, mantener esos espacios vivos e independientes es determinante en la coyuntura actual del país porque “ahí está la verdad, ahí nosotros decimos qué pasó, cómo pasó y cómo nos vemos en los territorios”.

Cuando ocurrió el episodio de Valledupar, Gonzalo Sánchez, director del CNMH, dijo que la labor de estos lugares “es de vital importancia para la región y la nación, justo cuando el país está abocado a procesos de construcción de paz y de reconciliación”. Eso es lo que estaría en riesgo de perderse en Granada y otros lugares si no se toman acciones a tiempo. “Estos procesos son ese vehículo hacia la no repetición y no podemos permitir que desaparezcan”, insiste Gloria Ramírez, “porque si estos espacios están abiertos al público la gente puede conocer y comprender que la guerra no es un camino feliz”.

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Antioquia, Granada, Lugares de Memoria, Museos de Memori, Salón del Nunca Más

Recordarlo todo: 30 años de la masacre de Segovia

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Laura Cerón

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Laura CerónLaura Cerón

Publicado

16 Nov 2018


Recordarlo todo: 30 años de la masacre de Segovia

Los habitantes de este pueblo antioqueño conmemoraron a las 46 víctimas de la masacre perpetrada por los paramilitares hace tres décadas. Este acto sirvió para recordar al pueblo que alguna vez fue remanso de oro y paz.


A cada persona que entró al auditorio del Museo Casa de la Memoria de Medellín le entregaron un clavel blanco. Las paredes las decoraron con las fotografías de las personas que ya no están porque los desaparecieron o los mataron. En el escenario, un pequeño altar con mantel blanco rodeado de más flores y, sobre el mantel, un listado con los nombres de los 46 hombres y mujeres que asesinaron hace tres décadas en las calles de Segovia, al norte de Antioquia: Pablo, Shirley, Libardo, Jorge, Rosa, Luz, Jesús, Roberto… El listado completo lo leyeron al final del acto.

Se trató de la conmemoración en Medellín de los 30 años de la masacre de Segovia, el pasado 11 de noviembre. Llegaron un poco más de 100 personas para recordar lo que pasó pero, especialmente, para encontrarse. La mayoría pertenece a ASOVISNA (asociación que reúne buena parte de los sobrevivientes y familiares), viven en la capital antioqueña desde hace años y hablan sobre su pueblo como si se tratara del paraíso perdido. Recordaron los familiares muertos, sí, pero a leguas se notaba que la conmemoración también les servía como pretexto para preguntar por familiares, amigos o el hijo “de tal” que se atrevió a regresar al nordeste a trabajar en minería a pesar de continuar como “zona roja” en términos de violencia.

Hubo lágrimas. Hacer la conmemoración de la primera gran masacre de la historia del conflicto armado en Colombia cometida en un casco urbano, también es recordar el miedo y el dolor que ha acompañado a los sobrevivientes durante años. Para algunos, esos sentimientos están acompañados por un deje de frustración política, pues gran parte de las víctimas pertenecían a las disidencias políticas del momento, en especial, simpatizantes y militantes de la Unión Patriótica (UP). Hace siete años elCentro Nacional de Memoria Histórica lanzó el informe “Silenciar la Democracia”, en alusión a la gran mordaza impuesta ese 11 de noviembre y a las 200 personas asesinadas selectivamente entre 1982 y 1997 en esta región. Sin contar con las otras 14 masacres que ocurrieron en la zona y que dejaron 147 víctimas fatales. No todas eran de la UP, también hubo del Partido Conservador, del Liberal, de las juntas cívicas y de las juntas sindicales.

La masacre de Segovia del 88 es la más conocida por la opinión pública por lo que implicó en términos de terror y sevicia, y porque casi cada familia del pueblo tiene una historia que contar sobre ella. Pero algunos de los asistentes al acto conmemorativo en Medellín hablaron más de lo ocurrido a mediados de los noventa, cuando un comando paramilitar perpetró un alto número de asesinatos colectivos. Fue ahí -recuerdan- cuando colapsaron las relaciones comunitarias, y el miedo a pensar y hablar de una manera diferente se apoderó de la gente. Fueron asesinados líderes campesinos, autoridades locales, exalcaldes, exconcejales, profesores y miembros de la Fuerza Pública. A veces, dichas muertes eran precedidas de secuestro o desapariciones forzadas. Aún no se sabe el paradero de algunos de ellos. Aunque los actores y la forma de la guerra han cambiado después de 1998, esta se ha perpetuado hasta hoy, a tal punto que varios de los asistentes también hicieron memoria de familiares asesinados hace tan sólo cinco o seis meses.

  • “Como ciudadanos debemos trabajar por la verdad y la justicia. Si no lo hacemos, nos convertimos en cómplices de nuestra historia”, afirmó el cura durante la misa de conmemoración.

  • La esperanza que existe entre los segovianos es que exista una nueva generación que reivindique la dignidad y la vida.

 

El fin de semana del 11 y 12 de noviembre, también se realizaron conmemoraciones en Segovia, lideradas por otras dos organizaciones de víctimas: la Corporación Acción Humanitaria por la Convivencia y la Paz del Nordeste Antioqueño Cahucopana (Cahucopana), y la Corporación para la Defensa y Promoción de los Derechos Humanos Reiniciar; quienes estuvieron acompañados por organizaciones campesinas de la región, organismos internacionales y la Alcaldía del municipio.

Además de un acto solemne en la plaza central, hubo un recorrido por las calles y lugares donde hace treinta años fueron asesinadas las 46 personas (desde el barrio La Madre hasta la plaza central). La marcha fue acompañada por familiares de víctimas, miembros de las organizaciones civiles, funcionarios locales, dos bandas marciales y estudiantes de colegio, quienes se unieron –durante las dos horas que duró el recorrido- para hacer memoria colectiva de un hecho que no debió ocurrir.

Carlos Morales, líder de Cahucopana, hizo énfasis, especialmente, en las exigencias de justicia y las garantías de no repetición. “Para hablar de justicia, hay que empezar por conocer toda la verdad”, dijo en la plaza. Según las investigaciones judiciales, la violencia política del nordeste estuvo protagonizada por redes criminales articuladas por miembros activos de la Fuerza Pública que operaban en la región, unidos a civiles y grupos paramilitares. Por la masacre de Segovia de 1988 hay condenas contra paramilitares, militares y un político.

Pero no es suficiente. Por eso, representantes de la Comisión de la Verdad y de la Justicia Espacial para la Paz (JEP) fueron invitados a Segovia para que acompañaran la conmemoración. Allí se sentaron en la plaza central a escuchar a las víctimas que quisieron compartir su testimonio. “El genocidio contra la UP es un caso que está en la JEP, cuyo reto es poder contar a la sociedad y a las víctimas qué fue lo que pasó y poder establecer los máximos responsables”, dijo Reinere de los Ángeles Jaramillo, magistrada del Tribunal de paz de la JEP.

A dicha frase tal vez habría que agregarle la necesidad porque Segovia vuelva a ser un lugar digno para vivir en paz, y donde pensar diferente no se convierta jamás en un pretexto para que llegue la muerte.

Listado personas asesinadas el 11 de noviembre de 1988

Pablo Emilio Gómez Chaverra
31 años, minero, simpatizante de la UP, esposo de María del Carmen Idárraga

Shirley Cataño Patiño
11 años, estudiante

María del Carmen Idárraga de Gómez
33 años, ama de casa, simpatizante de la UP

Jorge Luis Puerta Londoño
41 años, secretario del Juzgado de Instrucción Criminal de Segovia

Carlos Enrique Restrepo Pérez
77 años, minero pensionado de la Frontino Gold Mines, simpatizante del Partido Liberal, padre de Carlos
Enrique y Gildardo Antonio Restrepo

Libardo Antonio Cataño Atehortua
Minero

Carlos Enrique Restrepo Cadavid
26 años, carnicero, simpatizante del Partido Liberal

Luz Evidelia Orozco Saldarriaga
20 años, mesera

Gildardo Antonio Restrepo Cadavid
35 años, minero, simpatizante del Partido Liberal

Rosa Angélica Masso Arango
20 años, mesera

Luis Eduardo Sierra
41 años, mecánico, transportador, militante de la UP, cuñado de Jesús García

Jesús Antonio Benítez
34 años, minero

Jesús Antonio García Quintero
41 años, minero

Pablo Emilio Idárraga Osorio
31 años, minero

Luis Eduardo Hincapié
40 años, cotero, simpatizante de la UP

Roberto Antonio Marín Osorio
34 años, empleado de la Frontino Gold Mines, simpatizante de la UP

Fabio de Jesús Sierra Gómez
38 años, albañil

Luis Adalberto Lozano Ruíz
45 años, tendero

Diana María Vélez Barrientos
21 años, ama de casa

Guillermo Darío Osorio Escudero
52 años, minero pensionado de la Frontino Gold Mines, arrendador de caballos, simpatizante de la UP

Olga Lucía Agudelo de Barrientos
42 años, ama de casa

María Soledad Patiño
Ama de casa

Luis Ángel de Jesús Moreno San Martín
16 años, minero

Juan de Dios Palacio Múnera
Minero

Henry Albeiro Castrillón
21 años, cotero, tío de Francisco William Gómez

Jesús María David
Minero

Francisco William Gómez Monsalve
10 años, estudiante

NN masculino
31 años, indigente

Jesús Eduardo Hernández Sierra
Minero

NN masculino
30 años, indigente

María Dolly Bustamante
23 años, ama de casa

Robinson de Jesús Mejía Arenas
31 años, albañil, vendedor de rifas

José Danilo Amariles Ceballos
26 años, minero

Julio Martin Flórez Ortiz
26 años, minero

Jairo Alfonso Gil
Minero

Regina del Socorro Muñoz de Mestre
34 años, empleada de la Frontino Gold Mines

Jairo de Jesús Rodríguez Pardo
46 años, conductor empleado del Municipio de Segovia

José Abelardo Osorio Betancur
46 años, minero

Jesús Emilio Calle Guerra
39 años, despachador de vehículos de servicio público, simpatizante de la UP

Oscar de Jesús Agudelo López
49 años, minero

Guillermo de Jesús Areiza Arcila
32 años, minero

Jesús Orlando Vásquez Zapata
26 años, minero

Fabio Arnoldo Jaramillo Fernández
52 años, minero

Jesús Avalo
28 años, transportador

Jesús Aníbal Gómez García
41 años, minero

Erika Milena Marulanda
15 años, estudiante

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La lucha de los cañoneros por sacar la verdad del río Cauca

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Laura Cerón

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Laura Cerón

Publicado

20 Nov 2018


La lucha de los cañoneros por sacar la verdad del río Cauca

Los habitantes del cañón del río Cauca, afectados por las obras de Hidroituango, se unieron para exigir verdad y justicia sobre la violencia en su territorio. Denuncian que muchos continúan sin hogar y trabajo, y que se sienten amenazados por hacer estos reclamos.


Juan José Toro

Al borde de las gradas del coliseo de Ituango (Antioquia), un grupo de treinta barequeros y pescadores del cañón del río Cauca discute sobre religión. Que si pasear las ánimas por las calles es un ritual pagano o no, que si hay un solo dios o muchos. En el Movimiento Ríos Vivos Antioquia se respetan la palabra, aunque el tema sea álgido y las opiniones contrarias.

Durante esos días, el 1 y 2 de noviembre, tuvieron varias conversaciones así. Algunas sobre el pasado, cuando aprendieron a anudar un anzuelo o sacar oro de las aguas amarillas del río. Otras sobre el presente, que los tiene casi confinados en ese coliseo, su casa desde hace seis meses. Y otras más sobre el futuro, que enfrentan sin certezas pero con energía.

Hablaron de rituales y religiones porque estaban decidiendo cómo sería la ceremonia para llegar hasta la plaza del municipio, donde hicieron la primera parte de la conmemoración “Cañoneros y cañoneras contra el silencio y el olvido”.

En las últimas décadas del siglo pasado, y lo que va de este, varios grupos armados han azotado el norte de Antioquia. Las confrontaciones entre los frentes 18, 36 y 5 de las Farc, los bloques Mineros y Metro de los paramilitares, el Ejército y la Policía dejaron, según cifras del Observatorio de Memoria y Conflicto del Centro Nacional de Memoria Histórica, al menos 110 masacres y 2.345 desaparecidos en los 17 municipios que rodean al río Cauca en Antioquia.

Sobre esas montañas, estratégicas para el control territorial, por donde se puede salir a Córdoba o al Urabá o al Nudo de Paramillo, ocurrieron, masacres muy recordadas como la de El Aro y la de La Granja, ambas en 1997, y por las que la Corte Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) condenó al Estado colombiano en el 2006.

Esos mismos municipios, donde aún no hay ni verdad ni justicia completas, están en la zona de influencia de Hidroituango, la megaobra que pretende suplir el 17% de energía del país. “No puede haber desarrollo así en una zona que todavía está herida por el conflicto”, dijo Isabel Zuleta, vocera de Ríos Vivos. “Todavía estamos adoloridos, buscamos a nuestros desaparecidos, seguimos siendo amenazados. Este territorio fue vaciado prácticamente por la violencia y así es muy difícil asumir críticamente un proyecto como Hidroituango”.

El día de la conmemoración, cuatro mujeres y un hombre completamente pintados de blanco recorrieron las calles de Ituango como si fuera un purgatorio. Los guió Estela Posada, miembro de Ríos Vivos, quien hizo de animera, un oficio tradicional de algunos pueblos antioqueños que consiste en pasear a las almas en pena, y caminaron por lomas empinadas hacia la plaza principal. Detrás de ellos se organizaron los demás integrantes de Ríos Vivos que viajaron de otros municipios. Arengaron contra la megaobra y entonaron canciones con nostalgia por su vida junto al río.

  • En medio de la conmemoración, los habitantes de la zona de influencia de Hidroituango denunciaron que varios de los líderes que han luchado por volver a recuperar su forma de vida junto al río Cauca, han sido objeto de amenazas e intimidación.

  • Tomados de las manos y con los puños en alto, los habitantes del cañón del río Cauca hicieron un minuto de silencio por sus muertos.

  • El desbordamiento del río Cauca causó que las dinámicas creadas entre las mismas comunidades, como la pesca y el trueque, cambiaran drásticamente.

Así empezó el acto de protesta y memoria en Ituango, seis meses después de que esos mismos hombres, mujeres y niños se vieron obligados a tomarse el coliseo y armar allí un campamento improvisado. En mayo de este año, un taponamiento en uno de los túneles de Hidroituango causó una crecida súbita del río Cauca y miles de personas tuvieron que ser evacuadas de su ribera, donde vivían y trabajaban, para buscar albergues o desplazarse hacia otros municipios a intentar conseguir mejor suerte.

La vida en el coliseo no es fácil, pero se las arreglan. Montaron carpas por familias, tienen una cocina pequeña y una olla comunitaria, colgaron las vallas y los telares que usan en las protestas y afuera, en un pastal tras una reja, sembraron una huerta con lechuga, albahaca, cilantro y otros alimentos. Las atarrayas y las bateas con las que trabajaron toda su vida están por ahí, de adorno, arrumadas, en desuso.

A los cañoneros y cañoneras se les juntó un problema de hace años, el de la verdad sobre sus seres queridos asesinados o desaparecidos, con uno más reciente, el de la emergencia ambiental por los daños en el proyecto hidroeléctrico. Entre los dos hay un cruce aterrador: el llenado de la represa pudo haber cubierto de agua decenas de fosas comunes y sitios de enterramiento. Allí podría estar sumergida la verdad que buscan.

En mayo hubo una audiencia pública en la CIDH, donde la Fiscalía dijo que investigaba 502 casos de desaparición forzada, pero los líderes de Ríos Vivos Antioquia exigen que las investigaciones avancen más rápido. Y que, de ser necesario, se vacíe el embalse. Todo eso sucede mientras varios grupos armados siguen rondando el territorio. En los últimos meses, varios líderes y lideresas de Ríos Vivos Antioquia han denunciado amenazas de muerte.

Parados sobre una tarima en la plaza principal de Ituango, con la cabeza en alto, Isabel Zuleta y otros voceros del movimiento leyeron durante una hora, una por una, las 110 masacres ocurridas en su territorio desde 1958. Las de Santafé de Antioquia, las de Liborina, las de Olaya, las de Buriticá, las de Sabanalarga, las de Peque, las de Toledo, las de Briceño, las de San Andrés de Cuerquia, las de Yarumal, las de Ituango, las de Valdivia, las de Tarazá, las de Cáceres, las de Briceño, las de Caucasia y las de Nechí. Después de cada una gritaron “¡nunca más, nunca más, nunca más!”.

En la noche, el silencio se convirtió en fiesta. En una chiva repleta se fueron a buscar el río en la vereda El Líbano, a una hora del casco urbano de Ituango. El agua, dijeron, estaba varios metros más arriba que unas semanas atrás y se había tragado otro tramo de la carretera, que debe ser cruzado en ferri.

Sus caras se transformaron apenas estuvieron junto al ‘Patrón Mono’, como llaman al río Cauca. Amarraron anzuelos y se montaron en dos canoas encalladas, cantaron trovas improvisadas, hicieron aguapanela comunitaria, se mojaron hasta las rodillas e intentaron pescar con las manos y una linterna.

“El río nos daba todo, lo que uno quisiera”, dijo una de las participantes de la conmemoración, Cecilia Muriel. Aunque ese tono de nostalgia a veces se convertía en desilusión: el río está muerto, el río está sucio, el río no tiene cauce, dijeron también algunos.

Cerca de medianoche hubo silencio. Cada uno tenía en sus manos una pequeña barca de madera con una vela adentro. “Que toda la fuerza que podamos depositar en esas barcas la pongamos en este charco. Vamos a encender las velas y las vamos a lanzar todas al tiempo”, les indicaron.

El momento más solemne ocurrió antes de encenderlas. Megáfono en mano, voluntariamente se pararon a dar unas palabras, a entregar sus esperanzas al río, a pedir deseos o hacer reclamos. Casi todos lo hicieron. Mientras uno hablaba, el resto bajaba la mirada.

“Esta luz la mando por esos compañeros que han fallecido en nuestra lucha”. “Que sea un recuerdo muy bonito que le entregamos a este río, que ya no es río sino pozo”. “A todos los seres queridos que el río acogió y tiene abrazados sin que sepamos de ellos, que reciban esta lucecita con mucho cariño. Que sepan que no están en el olvido”. “Con esta luz pido paz para todos, hasta para los que nos han hecho tanto daño, porque todos merecemos vivir”.

De mano en mano, pasaron las barcas con las velas prendidas hasta las canoas y a la cuenta de tres las entregaron al río, que lentamente se las llevó hacia el horizonte.

 

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Antioquia, Conmemoraciones, Ituango, Masacres, Ríos Vivos, Víctimas

Afectados por Hidroituango conmemoran a sus víctimas y piden rescatar su memoria

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Movimiento Ríos Vivos

Publicado

29 Oct 2018


Afectados por Hidroituango conmemoran a sus víctimas y piden rescatar su memoria

  • El Movimiento Ríos Vivos Antioquia se reunirá en Ituango para la conmemoración “Cañoneros y cañoneras contra el olvido”, donde exigirán que se acelere la búsqueda de personas desaparecidas en los municipios afectados por el proyecto de Hidroituango.
  • Según el Observatorio de Memoria y Conflicto del CNMH, desde 1958 hasta la fecha se presentaron 110 masacres y 2.435 personas desaparecidas en los 19 municipios afectados por Hidroituango.
  • Las comunidades denuncian que, tras el llenado del embalse, el río Cauca cubrió lugares donde podrían estar los cuerpos de cientos de personas desaparecidas.

La memoria de los 19 municipios afectados por las obras, inundaciones y crecientes súbitas generadas por Hidroituango, en Antioquia, está en riesgo. Desde abril pasado, una creciente del río Cauca generó una emergencia ambiental y humanitaria que aún no se resuelve. Decenas de personas que vivían en las riveras tuvieron que abandonar sus casas, y se ordenó el llenado del embalse de manera urgente. Esto profundizó una problemática que desde el 2011 venía denunciando el Movimiento Ríos Vivos Antioquia: bajo el agua quedaron fosas comunes y sitios de enterramiento, en donde podrían estar los cuerpos de cientos de desaparecidos del conflicto armado colombiano.

Los días 1 y 2 de noviembre, los miembros de Ríos Vivos Antioquia se reunirán en Ituango para conmemorar su lucha y seguir exigiendo los derechos que, insisten, les están vulnerando con la construcción de este megaproyecto. Harán un llamado a la defensa de la vida, porque este año han asesinado a dos de sus miembros: Luis Alberto Torres y  Hugo Albeiro George Pérez y otros han recibido amenazados; a la tierra, porque muchos se tuvieron que desplazar por la construcción de la megaobra; al trabajo, porque algunos han tenido que dejar la pesca y el barequeo; a la cultura, porque aseguran que se perdió la relación ancestral con el bosque y el río; a la libertad de asociación y a la expresión, porque dicen que han sido estigmatizados, señalados y discriminados; y a la verdad, porque insisten en que la construcción de la represa obstruye la posibilidad de exhumnar los cuerpos y las investigaciones de la Fiscalía van muy despacio.

Según el Observatorio de Memoria y Conflicto del Centro Nacional de Memoria Histórica, entre 1958 y 2018 se presentaron 110 masacres y 2.435 personas desaparecidas en los municipios de la zona de influencia de Hidroituango, entre ellos: Santafe de Antioquia, Liborina, Olaya, Buriticá, Sabanalarga, Peque, Toledo, Briceño, San Andrés de Cuerquia, Yarumal, Ituango, Valdivia, Tarazá, Cáceres, Briceño, Caucasia y Nechí, en Antioquia. Un gran número de esas víctimas, fueron arrojadas en el cañón del río Cauca en medio de las confrontaciones entre los frentes 18, 36 y 5 de las Farc, los bloques Mineros y Metro de los paramilitares, el Ejército y la Policía.

En enero de este año, una comisión de abogados, activistas y representantes de organizaciones sociales, recorrió el territorio y advirtió que allí existían fosas comunes con los cuerpos de personas sin identificar y víctimas de desaparición forzada. Llenar la represa, explicaron los integrantes de la misión conformada por el Movimiento Ríos Vivos y el Colectivo de Abogados José Alvear Restrepo, causaría “la pérdida irremediable de los cuerpos de las víctimas que se presume que se encuentran en el cauce, la ribera y zonas aledañas al río”. Pero esas advertencias no fueron atendidas y la tragedia de abril aceleró el llenado del embalse.

Durante una audiencia pública en la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, en mayo pasado, la Fiscalía aseguró que se encontraba investigando 502 casos de desaparición forzada en esta zona (de los cuales apenas tres estaban en etapa de juicio) y señaló, además, que se habían exhumado 159 cuerpos e identificado 85. Pero, según el Movimiento Ríos Vivos, este esfuerzo es mínimo frente al trabajo que queda por hacerse con las víctimas. Por eso, por todos los medios siguen exigiendo que avancen las investigaciones y que, de ser necesario, se desocupe el embalse. Su lucha fue reconocida en septiembre con el Premio Nacional a la Defensa de Derechos Humanos.

Esta conmemoración, llamada “Cañoneros y cañoneras contra el olvido”, arrancará el jueves 1 de noviembre con un performance en la plaza principal de Ituango y luego llegará al Líbano, junto al río Cauca, donde los participantes pasarán la noche. En ese lugar harán un ritual con barcas y velas, y se reunirán alrededor de una fogata para celebrar actividades culturales con música, poesía y cuentería. Esta, será su manera de celebrar y unir fuerzas para seguir trabajando por la memoria y la vida en su territorio.

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Antioquia, Desaparición, Hidroituango, Masacre, Movimiento Ríos Vivos, Semana por la Memoria

“Granada: Relato de un perdón”

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CNMH

Publicado

08 May 2019


“Granada: Relato de un perdón”

  • En el marco de la Feria del Libro de Bogotá, la Unidad Policial para la Edificación de la Paz (UNIPEP) presentó el trailer del documental, “Granada: Relato de un perdón”.
  • Para Alejandro Ceballos, director del largometraje, este no solo expone el sufrimiento que vivieron los granadinos en aquella toma guerrillera del año 2000, sino que evidencia también las intenciones de perdón y reconciliación que han surgido entre sobrevivientes, familiares de las víctimas e integrantes del frente guerrillero responsable de la acción armada. La pieza audiovisual se estrenará el próximo 25 de junio.

  • “Granada: Relato de un perdón”, promete convertirse en un documental que contribuya a los procesos de construcción de paz del municipio de Granada, Oriente de Antioquia.

  • Con motivo del bicentenario, la UNIPEP presentó durante la Filbo, 7 libros, 2 documentales y 3 conversatorios.

Luego de 20 horas de toma guerrillera, el 6 de diciembre del 2000 en Granada, un silencio prolongado le indicó a Ruby Agudelo que ella y su hijo habían sobrevivido. Su esposo, el comandante de Policía no contó con la misma suerte. La estación de esa autoridad en aquel municipio del Oriente de Antioquia fue destruida por un carrobomba.

“El perder a mi esposo cambió mi vida totalmente. Se sentía orgulloso de portar el uniforme, era un honor para él”, aseguró Agudelo, quien durante un conversatorio realizado este 6 de mayo, en el marco de la presentación del trailer del documental, Granada: Relato de un perdón, en la Feria del Libro de Bogotá, no negó lo doloroso que fue el volver a recordar lo sucedido durante el proceso de grabación.

Dentro del mundo de posibilidades que generó la filmación del audiovisual, también está la relación que la Policía Nacional -como institución-, pudo empezar a generar, con iniciativas de memoria como la del espacio del “Nunca Más”, lugar en el que se exponen los rostros de las víctimas que dejó el conflicto en ese municipio.

Esa interacción, que se dio en simultánea con la elaboración del documental, permitió que hoy las fotografías de los cinco policías muertos ese 6 de diciembre se sumen a las de otras víctimas (civiles).

“Hemos ido impactando la cultura de la convivencia y reconciliación”, recalcó, sobre el documental y el trabajo en memoria histórica de la Policía, el coronel de la Policía, José Fernando Pantoja.

Adicionalmente, el teniente coronel, reserva activa de la Policía, y en aquel entonces subteniente del grupo contraguerrilla, Edward Niño, pudo reencontrarse en la cárcel de El Pedregal en Medellín con Elda Neyis Mosquera, alias Karina, exguerillera que comandó la incursión armada de las Farc a Granada.

“Alias Karina pidió perdón por intermedio mío a los policías y a la comunidad de Granada por el ataque; pedir perdón es de valientes, yo le creí”, aseguró Niño, quien años atrás no hubiese creído que tendría posibilidad de ese encuentro, cara a cara.

El conversatorio concluyó con la invitación de Alejandro Ceballos, director de Granada: Relato de un perdón, para que los centros de educación superior le apuesten a respaldar iniciativas que busquen contar el conflicto armado, pues, anotó, “detrás de la aparición de una multiplicidad de voces es que nos podríamos empezar a reconocer”.

El documental es una coproducción de la Policía Nacional, Armadillo: New Media & Films y el CrossmediaLab de la Universidad Jorge Tadeo Lozano. 

Leer el informe “Granada. Memorias de guerra, resistencia y reconstrucción“.

Trailer de “Granada: Relato de un perdón”

Publicado en Noticias CNMH



Antioquia, Conflicto, Granada, Paz, Perdón, Policía, Reconciliación

10 años del Salón del Nunca Más en Granada, Antioquia

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ASOVIDA

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ASOVIDA

Publicado

22 Jul 2019


10 años del Salón del Nunca Más en Granada, Antioquia

El primer lugar de memoria de Colombia construído por una comunidad cumplió 10 años el pasado 3 de julio en Granada, Antioquia. Con series fotográficas que visibilizan los rostros de las víctimas e infografías con datos clave sobre el conflicto armado, han ido alimentando el que hoy se reconoce como uno de los lugares de memoria más importantes del país para dignificar a las víctimas.


Muchas comunidades, desde hace ya varios años, han dado a la sociedad colombiana una lección de dignidad al confrontar las consecuencias de la guerra y no permitir que esos hechos queden en el olvido. Los habitantes de Granada, ubicado en el Oriente Antioqueño, fueron los primeros en sacar fuerzas para construir, mano a mano, un salón de la memoria en el que pudieran visibilizar los rostros de cientos de hombres, mujeres y niños que fueron víctimas de la violencia en este municipio. Hoy por hoy, ellos son quienes llevan la bandera de la paz y el salón que construyeron cumplió 10 años el pasado 3 de julio.

No ha sido un camino fácil. ¿Cómo reconstruir la memoria histórica de un municipio que ha vivido tomas guerrilleras, más de 36 masacres, secuestros, desplazamientos, asesinatos selectivos por parte de paramilitares y enfrentamientos militares entre distintos grupos armados? Según cifras de la Personería de Granada, hasta finales de 2008 este municipio tenía registradas más de 400 víctimas de muertes selectivas y 128 desaparecidos. El 60% de la población fue desplazada pasando de 19.500 habitantes a 9.800. Cerca de 83 personas han sido víctimas de minas antipersonal y casas bomba, el 50% civiles y el 50% militares. Además, se han reconocido 15 fosas comunes y de ellas han sido identificadas 8 personas.

A principio de este siglo, apenas un mes después de que paramilitares del Bloque Metro entrarán al casco urbano de Granada y masacraran a 19 personas, cientos de guerrilleros de las Farc hicieron explotar un carro bomba con 400 kilos de dinamita y se tomaron el municipio a plomo, durante casi un día entero. En esa incursión, ocurrida entre el 6 y el 7 de diciembre del 2000, perdieron la vida 23 personas y varias cuadras quedaron completamente destruidas. De ese tamaño fue la guerra en Granada.

Su cercanía con la autopista Medellín-Bogotá y con las centrales hidroeléctricas del oriente antioqueño, así como su ubicación entre el Valle de Aburrá y el Magdalena Medio, hicieron de Granada un lugar estratégico para la disputa entre guerrillas, paramilitares y Ejército. Según el informe Granada: Memorias de guerra, resistencia y reconstrucción, del Centro Nacional de Memoria Histórica, el conflicto armado dejó en ese municipio por lo menos 460 muertos, 299 desaparecidos y unos 10 mil desplazados, cifras grandes para un municipio pequeño.

Pero durante esa época, cuando la violencia llegó con más fuerza a la región, sus habitantes respondieron con valentía y dignidad. Para reconstruir el pueblo, cargaron ladrillos al hombro por una de las calles principales en la Marcha del adobe. Prendieron velas blancas y caminaron con ellas en silencio en las Jornadas de la luz. Salieron juntos a recorrer y a reapropiar los lugares del horror en encuentros que llamaron Abriendo trochas. Pintaron piedras de colores y las llevaron al Parque de la Vida para honrar a sus desaparecidos.

  • Una de las marchas de la luz que se organizaban desde antes del 2007 en Granada. Las jornadas se hacían en silencio los últimos viernes de cada mes. – Fotografía: Lorena Luengas

  • Bitácora de uno de los jóvenes desaparecidos, donde amigos, conocidos y familiares depositaban mensajes y pensamientos. – Fotografía: Lorena Luengas

La Organización de Víctimas Unidas por la Vida, ASOVIDA, fue la encargada de materializar esta iniciativa comunitaria junto a la personería municipal y el Cinep. El Salón del Nunca Más buscaba convertirse en un escenario público en el que se trataran temáticas asociadas a las violencias vividas en el territorio, al tiempo que defendían y garantizaban su acceso a políticas públicas en defensa de los derechos humanos de los sobrevivientes.

Gloria Ramírez, coordinadora del Salón del Nunca Más, creyó que con inaugurar el espacio su tarea en parte había terminado, “pero ahí empezó el trabajo fuerte. Ahora vienen estudiantes, personas del común y extranjeros. Atendemos casi a diario y lo hacemos con cariño, con el interés de sensibilizar un país deshumanizado. Lo que vivimos no es fácil, pero lo que perseguimos es la construcción de paz y las garantías de que esto no vuelva a suceder”, afirmó.

Le recomendamos el documental “Rostros de la memoria“.

Lorena Luengas, museóloga y profesional del equipo del Museo de Memoria Histórica de Colombia, acompañó la construcción del Salón desde el 2007 y reconoce la transformación que vivió Granada y los miembros de ASOVIDA, a partir de la inauguración. “Este día vivimos una conmoción muy grande. Muchos familiares se desmayaron o tomaban de la foto de su familiar y lloraban de manera inconsolable. Durante los siguientes días hicimos un acompañamiento psicosocial muy fuerte, estuvieron dos psicólogas con las familias. Sin embargo, fue un momento muy importante porque los familiares decían que ahora tenían la oportunidad de ir al Salón, ver la foto de su familiar de una manera distinta: con amor, con el reconocimiento de quienes eran y no con el dolor de su pérdida”, dijo Lorena.

Lorena recuerda que con el tiempo fueron consignadas unas bitácoras que contenían las fotografías de las víctimas. Sus familiares y amigos acudían al Salón y empezaban a escribir a sus familiares en un diálogo reparador. “Una niña iba con cierta regularidad a escribirle a su papá que había muerto cuando ella era pequeña, en la bitácora le contaba sus relaciones con su familia, con sus amigas del colegio. Una profesora estaba en contra del reclutamiento y la guerrilla la mató afuera del salón de clase, sus estudiantes le escribían mensajes de gratitud y cariño por todo lo que había hecho por ellos”, comentó.

Desde hace algunos años, la construcción ha venido presentando un deterioro significativo en su estructura. En el 2018, los líderes del proyecto se vieron en la necesidad de recoger fondos por internet para poder patrocinar la remodelación. Como comentó Gloria, no ha sido sencillo. “Desafortunadamente no le hemos podido hacer mucha intervención. Hicimos una recolecta de 4,5 millones de pesos, pero ese dinero se invirtió en recuperar el dominio web para poder volver a ser dueños de la página y que nos visiten no solo en Colombia sino a nivel mundial. Queremos tener un contacto más cercano con la comunidad”.

Este panorama hace aún más urgente la necesidad de pensar políticas públicas que garanticen la permanencia de los lugares de memoria en los territorios. Más que un museo, el Salón del Nunca Más se ha convertido en un lugar de encuentro alrededor de la memoria, la superación de las violencias y la reconciliación. En diez años, las organizaciones de víctimas de Granada han logrado posicionar la memoria como un eje transversal al interior del municipio. Además, durante el 2010, fueron seleccionados como ganadores del Premio Nacional de Paz. “Con este espacio de memoria hemos minimizado los impactos de la guerra y hemos entendido que unidos podemos lograr muchas cosas, si seguimos trabajando por la paz ese será nuestro mejor aporte. Queremos que nos vean como un municipio resiliente, estar sin actores armados, sin daños al medio ambiente”, afirmó Gloria.

 


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