Puerto Torres renace en sus recuerdos
Puerto Torres renace en sus recuerdos
Autor
César Romero Aroca, periodista de CNMH
Fotografía
César Romero para el CNMH
Publicado
17 Mar 2016
Puerto Torres renace en sus recuerdos
Luego de ser confinados por paramilitares, entre 2001 y 2002, y vivir la estigmatización de su territorio, la comunidad de Puerto Torres, inspección de Belén de los Andaquíes en Caquetá, experimenta un nuevo aire. Esta es la historia de dos personajes que, después de muchos años, han vuelto a visitar estas tierras y participar del acto de reconocimiento como sujetos de reparación colectiva.
El pasado 4 de marzo de 2016 la población de Puerto Torres celebró, por decirlo así, que la Unidad de Víctimas reconoció a esta comunidad y a La Mono como sujetos de reparación colectiva. Los pocos habitantes que se quedaron en la región luego del dominio paramilitar, sufrido por la presencia del Bloque Sur Andaquíes, se encontraron en la escuela del pueblo y allí escucharon a las diferentes instituciones del Estado de que todo lo que padecieron sí pasó, que no debe volver a repetirse y tanto dolor debe repararse.
El silencio con el que las personas esperaban en el recinto, se vio interrumpido por el inicio del evento, que trajo consigo un ambiente de agradecimientos y solicitudes. Primero, palabras de reconocimiento para los dirigentes políticos que aportaron para el almuerzo, luego para quien puso los papas, y también hubo palabras de gratitud por el escenario. Todo fue cambiando hasta la intervención de los pobladores, quienes después de 15 años de lo que vivieron en su territorio, por fin sentaron su voz. Los niños de la escuela compartieron sus preocupaciones por la falta de sillas, mesas, balones y computadores; los habitantes se apropiaron por un tiempo, que pudo ser más largo, de la palabra, esa misma que les había quitado la guerra. “Aquí el gobierno no ha existido desde hace mucho tiempo. La carretera no está pavimentada, tenemos un puente caído desde hace mucho y nuestros proyectos productivos no se incentivan”.
Y es que esa mezcla de sentimientos, reclamos y gratitudes, tiene una explicación. Antes, a estas tierras no venían los políticos en campaña. Ninguna institución del Estado llegaba al territorio y, además, allí recaía una estigmatización porque los paramilitares se habían apoderado del pueblo, una cuadra con 40 casas. Hasta se apropiaron de la iglesia, la casa cural y la escuela, para cometer actos de tortura, “capacitar”, si se puede llamar así, a sus hombres sobre cómo asesinar, descuartizar y enterrar a sus víctimas de la manera más rápida y sin dejar, aparentemente, rastro. La mayoría de los asesinados fueron campesinos acusados de ser guerrilleros.
En la época de la presencia paramilitar en Puerto Torres varios pobladores se vieron forzados a dejar sus casas, potreros y cultivos. Aquí, hasta el cura se había ido. En el 2001, cuando el padre Fredy Galindo era seminarista, fue enviado por el padre de Belén de los Andaquíes a Puerto Torres. “Yo ni sabía que esta gente estaba ahí, y cogen y me envían en el mixto” —un carro que funciona como medio de transporte entre municipios y veredas—, recuerda Fredy. En ese carro llegó a La Mono donde se encontró el primer anillo de seguridad, y luego a la última loma que se empina en la carretera y desde donde se divisa todo Puerto Torres. Allí, en un mirador de los paramilitares, le preguntaron quién era y qué venía a hacer; la defensa a su miedo, que ocultaba con una serenidad teatral, fue mostrar el carnet de seminarista. De inmediato lo dejaron pasar.
Al bajar a la zona urbana, incrédulo al desborde del horror que allí se vivía, se fue a la casa cural a dejar sus cosas. “¡Virgen santísima!”, exclamó al ver solo sangre, rasguños y una cama sin colchón; huellas de las torturas.
Al decidir que allí no se quedaría, buscó a dos mujeres del lugar para que lo acompañaran donde el comandante, en la tienda del casco urbano. Al rato, llegó en camioneta. “Comandante, me enviaron como seminarista y vengo a pedir permiso para poder celebrar la Semana Santa”, se presentó el padre Fredy con la seriedad que lo caracteriza. “Vea, haga lo que tenga que hacer, vino a una misión y tiene que cumplirla, pero no queremos ver a nadie después de las 6:00 p.m., usted haga lo suyo, pero sin movimientos raros”.
Nadie transitaba a esa hora por orden de los paramilitares, era un pueblito a oscuras, casi fantasma. Luego de esa charla corta, como quien pide permiso a un padre autoritario, el comandante le ofreció a Fredy un pan, un pedazo de salchichón y una gaseosa. “Comí delante de él. Al terminar, él sacó un fajo de billetes y pagó”. Ese mismo pan, el que el padre Fredy había acabado de comer, era uno de los que hizo con la comunidad para recolectar recursos para la celebración de la Semana Santa. ¿Quiénes compraban los panes? Los mismos paramilitares. Se sentaban, se quitaban las botas y comían mientras contaban sus historias de combate entre chistes.
Los pocos habitantes que quedaban en el pueblo se dirigían a la iglesia. Los paramilitares antes de ingresar al recinto religioso se quitaban la gorra pero no el fusil. Un año después, en 2002, el padre Fredy volvería hablar con el comandante, vender pan, dar la misa y bendecir a todos los que asistían a la ceremonia.
El padre Fredy, luego de esos años, no volvió a Puerto Torres hasta 2015, para marchar por la paz. También regresó el pasado 4 de marzo, un viernes, donde las personas, olvidadas de este pueblo al sur de Colombia, tuvieron la oportunidad de ser escuchadas de nuevo. “Hoy Puerto Torres renace de las cenizas, y créannos, el pueblo está totalmente dispuesto a la construcción de una paz”, comentó en su intervención la única profesora de la escuela del lugar.
Antes de 2015, cuando se lanzó el informe “Textos corporales de la crueldad. Memoria histórica y antropología forense”, del Centro Nacional de Memoria Histórica (CNMH), Puerto Torres era otro pueblo olvidado de Colombia. Y es que gracias a este informe —narra las infamias que ocurrieron en el poblado, la exhumación de 36 cuerpos por un equipo forense del CTI en 2002, los relatos de la angustiosa espera de los familiares de estas víctimas— elaborado por Helka Quevedo, el CNMH puso el tema en agenda y ayudó como puente para que otras instituciones miraran a Puerto Torres después de muchos años.
Textos corporales de la crueldad
Gracias al informe y la insistencia de su investigadora, en 2015 se realizaron actos simbólicos por los 36 cuerpos exhumados en 2001 y por la comunidad que resistió en aquella época. Además se llevó a cabo una marcha por la paz que recorrió la carretera destapada y polvorienta que va desde La Mono a Puerto Torres, medios de comunicación nacionales se interesaron por hacer crónicas y reportajes. Todo conllevó a que la Unidad de Víctimas reconociera a Puerto Torres, La Mono, y las veredas que componen la región de El Plan, como sujetos de reparación colectiva; se brindará apoyo en la implementación de medidas de atención humanitaria, prevención, asistencia psicosocial y reparación integral.
El pasado 4 de marzo Silvio Torres, en el evento, se paró y tomó la palabra. Sus inquietudes, muy válidas, se basaban en qué forma serían reparadas las personas que se desplazaron a partir de la presencia paramilitar. Él, junto a sus esposa e hijos, se fueron en 2002 a causa del miedo, la confinación y las amenazas de la guerrilla. Por ser de Puerto Torres y no irse, las Farc lo tildaron de colaborador de los paramiltares. Él solo estaba en el medio.
Silvio tiene un arraigo especial con Puerto Torres. “Me mata la nostalgia porque los años más bonitos fueron acá, el río, la solidaridad, mis amigos y mi familia, mucha familia”, recuerda Silvio. Y es que en este pueblito los Torres eran mayoría, su padre había llegado desde Pitalito, Huila, luego de La Violencia, cuando el territorio era baldío. “Eran claros de selva, solo habían dos familias y mi padre marcó 640 hectáreas”. Luego de eso, Pablo Torres, el padre de Silvio, hizo la casa cerca al río y una pequeña capilla a la que le puso una virgen que trajo desde Quito. Cuando se pobló este rincón se convirtió en centro de peregrinación; llegaban por el río a la misa de un padre capuchino.
Luego se abrió una tienda que se surtía en Belén de los Andaquíes; los domingos se hacían mercados con alimentos que se descargaban en bote en las orillas del terreno de los Torres. Al pasar los años más personas llegaron, se instaló una inspección de policía y se le dio el nombre de Puerto Tarso, por la recomendación de un religioso que copió el título de un lugar europeo. Pero al ver que la familia Torres se había multiplicado con 11 hijos de don Pablo y otros Torres que habían llegado, se llegó al acuerdo de darle por nombre Puerto Torres.
A estos paisajes Silvio solo ha regresado tres veces, incluyendo esta. Su padre murió en 2008 y aunque siente un gran arraigo por su terruño, no ha decidido volver. “Es difícil la vía, muchos se han ido, aún quedan familiares, pero no es lo que era antes. Tal vez de pronto con todo esto vuelva a ser ese pueblo tranquilo y fraterno que mi papá dejo.
Fredy y Silvio después de pasar muchos años han vuelto. Fredy por parte de la Pastoral Social como representante y Silvio porque ama este territorio que tiene su apellido. Los dos esperan, con dudas y esperanzas, que el acto que se llevó a cabo —con El Comité Territorial de Justicia Transicional, la Mapp OEA, el Museo Caquetá, el Centro Nacional de Memoria Histórica y la Unidad de Víctimas— no se quede solo en conversaciones vacías, y que la reparación sea una realidad en Puerto Torres.
Un año de trabajo por la memoria y las víctimas
En la paz no hay diferencias: Kerry
Autor
CNMH
Fotografía
Daniel Sarmiento
Publicado
21 Feb 2020
Un año de trabajo por la memoria y las víctimas
La continuidad de las investigaciones e iniciativas de memoria con pluralidad de víctimas, la apertura de una convocatoria pública con el Ministerio de Ciencia, Innovación Tecnología para proyectos de investigación sobre el conflicto armado y la construcción del Museo de Memoria de Colombia concentran hoy el trabajo del Centro Nacional de Memoria Histórica.
El profesor Darío Acevedo Carmona, que hoy cumple un año al frente de la entidad, se refirió a las principales líneas de su gestión y las cargas que ha tenido que enfrentar desde su llegada al CNMH, que a su juicio, han desviado el foco de la opinión pública del trabajo con las víctimas del conflicto.
¿Considera que su llegada al Centro marcó una ruptura con lo que se hacía antes en la entidad?
“Nosotros no estamos acabando o destruyendo el legado que nos dejó el director anterior. Obviamente tenemos el derecho y las funciones para hacer algunas modificaciones, para dar algunos énfasis, de todas maneras este es un proyecto que continúa y que tiene que ver con todas las víctimas del conflicto armado colombiano, no tenemos prohibiciones de ningún sentido por parte de las altas esferas del gobierno”.
¿Qué tan duro ha sido, en este primer año, de trabajar en el Centro Nacional de Memoria Histórica?
“Ha sido muy duro, porque independientemente de lo que uno pueda haber conocido del Centro Nacional de Memoria Histórica antes de llegar a la dirección, cuestiones muy generales como recoger las memorias del conflicto armado, procesarlas, hacer publicaciones, investigaciones, pensar en el Museo… Al entrar a la institución, que tiene 71 empleados de planta y más de 350 contratistas, que hacen trabajo de campo, trabajo de investigación, trabajos técnicos, uno se encuentra con una entidad muy compleja, con una serie de términos, de secciones, de programas y proyectos. Y coger el hilo lleva su tiempo”.
Pero, podría decirse que eso es natural…
“Eso es natural en cualquier entidad. Pero hubo una cosa adicional y fue la resistencia con la que me encontré para llegar al CNMH como director, una campaña muy fuerte, sistemática, agresiva por parte de sectores de la intelectualidad, sectores políticos, de algunos dirigentes de organizaciones de víctimas e incluso por líderes de opinión quienes me tildaron de ser un negacionista. No me dieron la oportunidad de poder sustentar lo que yo pienso de este país. Yo soy historiador de la política y me he especializado en la historia política contemporánea de Colombia, creo conocerla bien, pero nunca he podido tener un escenario académico donde pueda dar cuenta de lo que pienso.
De manera que sí ha sido una experiencia difícil, con mucha incomprensión, con tergiversaciones, y me ha tocado hacer una labor muy fuerte con los medios, con otras entidades que también trabajan con víctimas, con las propias víctimas, con embajadores e instancias del gobierno para aclarar mi filosofía de trabajo”.
¿Ha encontrado dificultades solo desde afuera o también adentro de la entidad?
“Yo he tenido experiencias de trabajar con personas que se enfocan en lo profesional o técnico que les corresponde. En la Universidad Nacional, que ocupé varios cargos directivos, nunca me ocupé de lo que pensaba la gente políticamente, de la religión que profesaran, de sus tendencias sexuales o de cualquier otra naturaleza. De manera que cuando llegué al CNMH hablé con todos los funcionarios de planta y los contratistas, les expliqué que nadie iba a ser convocado, interrogado o condicionado por sus tendencias políticas, ideológicas o filosóficas; que yo me iba a centrar en la misionalidad del Centro, que está determinada por la Ley 1448 y por el Decreto Presidencial 4803, y que esperaba de todos una respuesta profesional y técnica frente a los desafíos trazados. Y en ese trayecto fui conociendo gente muy interesante, muy consagrados, comprometidos, muy leales con la misión del Centro y con ellos fui creando un clima de confianza donde tenían toda la libertad para trabajar. La mayor condición que yo ponía, he puesto y seguiré poniendo es que tratemos de no politizar los trabajos que hacemos”.
¿Qué encontró a su llegada entre los funcionarios y contratistas?
“Hay personas que realmente me han impactado mucho por su trabajo con niños y niñas, con víctimas que viven en condiciones paupérrimas, en zonas muy alejadas. Nuestros jóvenes profesionales son capaces de ir a zonas del Chocó, del Pacífico, del Putumayo o de Arauca, a las selvas del Vaupés, a zonas de conflicto. Y eso me parece maravilloso. Es decir que nuestros funcionarios y contratistas en su gran mayoría son personas dispuestas a hacer trabajos muy difíciles”.
¿Usted en realidad desconoce que en Colombia hay un conflicto armado?
“Esa es una discusión con la que se me trató de enfrentar a raíz de una entrevista que di —incluso fue antes de posesionarme— al periódico El Colombiano, donde yo no sostuve que el conflicto armado no existía, sino que sostuve que no se podía asumir como un dogma esa caracterización de la situación de violencia política en Colombia, que era un tema controversial”.
¿Entonces cree que ha habido un conflicto armado?
“La caracterización de lo que hemos vivido en Colombia fue resuelta de alguna manera por la Ley 1448, que es la Ley de Víctimas, en el sentido de que lo que ha sucedido tuvo que ver con un conflicto armado, es decir con el enfrentamiento militar entre fuerzas del Estado y fuerzas insurrectas o fuerzas organizadas que obedecían a un mando, con un plan y que tenían ambiciones o aspiraciones políticas.
En el tiempo que yo llevo he pronunciado decenas de discursos, he ido a talleres con las comunidades, he visitado lugares como la región de los Montes de María, Bojayá, Cali, Florencia, Medellín y Bogotá, he estado en diversos eventos con víctimas y en todas partes yo siempre he hablado del conflicto armado”.
¿Pero cómo se entiende entonces que lo tilden de ser negacionista?
“Yo lo que entiendo es que ha habido una campaña muy grande en mi contra, que me pretenden enlodar por esa vía de la idea del negacionismo, que no es aplicable a Colombia”.
¿Por qué no es válido hablar de negacionismo en Colombia?
“El negacionismo es un concepto que se ha aplicado al holocausto Nazzi, que hay un consenso muy grande de que se trató de un crimen de la dictadura Nazi contra todos los judíos, que llevó al exterminio de casi seis millones de personas. Ese consenso es tan grande que incluso quienes lo niegan pueden pagar con cárcel esa negación.
En Colombia tenemos todavía elementos de discusión sobre el origen, sobre las motivaciones, las causas, las consecuencias y los entronques que ha tenido este conflicto armado. Empezando porque son muchos los actores, no ha sido una confrontación simple entre un grupo y el Estado sino que ha habido muchos grupos irregulares: de derecha, de izquierda, de extrema derecha, de extrema izquierda y fuerzas institucionales. Está también el elemento del narcotráfico y todo eso rompe los esquemas con los que se ha llegado a categorizar conflictos en otras partes del mundo.
De manera que mi respuesta es así de simple, esa discusión la doy por superada, yo no estoy peleando en el campo de la concepción. Me he enfocado en los trabajos que tienen que ver con la recuperación de la memoria, iniciativas de memoria, investigaciones sobre la memoria, recopilación de contribuciones a la verdad por parte de paramilitares desmovilizados, también en lo que tiene que ver con el Museo, la construcción del Museo de Memoria de Colombia, el cuidado de los archivos que nos han sido depositados. Dentro de la institución no estamos discutiendo eso, simplemente lo damos por sentado”.
¿Cómo se imagina usted el Museo de Memoria de Colombia?
“Al llegar al CNMH me encontré que ya el diseño arquitectónico estaba listo, que fue otorgado en el marco de un premio de un concurso internacional, ese diseño se ha respetado. Se ha realizado hasta hace pocos meses el diseño museográfico, que es donde se organizan los espacios interiores. Ya lanzamos los pliegos licitatorios para escoger la firma constructora, que puede ser nacional o internacional. Es un edificio complejo, muy impactante.
Ahora bien, me imagino que sea capaz de dar cuenta del carácter nacional del conflicto, que cubra diferentes regiones, diferentes tipos de víctimas, porque hay víctimas de paramilitares, hay víctimas de guerrillas, víctimas de agentes del Estado, hay víctimas de grupos narcotraficantes, etcétera. A todos hay que tenerlos presentes.
Debe ser un museo con mucha información factual —acontecimental que llamamos los historiadores—. Que sea un museo en el cual se invite a la reflexión, que tenga una función pedagógica y que les muestre a los colombianos lo pernicioso de todo tipo de violencia utilizada para fines políticos. Colombia ha sufrido mucho, tiene más de 8 millones de víctimas del conflicto armado, por lo tanto hay que brindar elementos desde el museo para que este tipo de situaciones no se vuelvan a repetir.
El museo debe hablar de asesinatos, magnicidios que ocurrieron en el marco del conflicto armado, del secuestro, de las minas quiebrapatas o antipersonal que dejaron miles y miles de amputados en las filas de las fuerzas militares y de policía y de miles de campesinos también y que están prohibidas por el DIH. Yo imagino que ahí va a haber fotos, documentos, cartas de las víctimas, dibujos de los niños, vamos a tener también muestras de artistas nacionales e internacionales que van a ser convocados para que donen sus obras relacionadas con el sufrimiento de la gente y con el proceso de resiliencia o fortificación y superación del dolor”.
¿Cuál ha sido el episodio del conflicto armado que más lo ha impactado?
“Muchos. Algunos cometidos por el narcotráfico, que desafió al Estado en la época de Pablo Escobar, como por ejemplo la voladura del edificio del DAS o las bombas que colocaron en La Macarena, en Medellín, donde murieron algunos conocidos míos. Pero también la voladura del Club El Nogal —a mí me impactó mucho eso por tratarse de un sitio de civiles—.
Me impactó mucho la masacre de Machuca, por supuesto. Yo pensé que con la masacre de Machuca, quienes la cometieron, que fueron del ELN que llevaba muchos años volando el oleoducto, iban a aprender la lección de no volver a volar el oleocucto, no solamente por el daño a las aguas, a las tierras, a los cuerpos, sino también porque podían causar tragedias de esta dimensión, con más de 80 muertos y decenas de heridos. Me impactaron mucho las masacres en diversos lugares del país y también asesinatos, por ejemplo de algunos dirigentes políticos de la Unión Patriótica, en Medellín, a finales de los años 80”.
Profesor Acevedo, muchas veces se le ha escuchado hablar de “los mal llamados paramilitares”, ¿por qué dice que son mal llamados?, ¿cómo los llamaría usted?
“No es un problema con carga ideológica sino etimológica, en el sentido que paramilitares aquí en Colombia y en cualquier país del mundo son cuerpos civiles, como por ejemplo la Defensa Civil. Realmente la distinción era esa, que hay grupos de civiles que colaboran en las labores de la fuerza pública, pero que no están armados. También se les ha llamado autodefensas, pues así fueron inspirados al principio, y además bandoleros o bandidos, en fin. No lo he dicho para provocar polémica. El término que se acuñó aquí, el más usado —y yo lo acabo de usar en una de las respuestas— es el de grupos paramilitares”.
¿Usted ordenó detener las investigaciones que venía publicando el CNMH?
“Yo encontré la producción vasta que dejó Gonzalo Sánchez en el CNMH, una producción que llevó más de 10 años, porque ellos empezaron en el 2008 y produjeron cerca de 110 libros, si no es más, y me dejaron unos 20 o 25 en cola, que estamos concluyendo bajo los parámetros de ellos, sin que yo intervenga en los contenidos ni nada. Yo creo que hay que tener en cuenta esa producción como una contribución al conocimiento sobre los problemas de violencia política en nuestro país en el último medio siglo y que ha tratado de cumplir el mandato misional. Yo no he entrado en disputas de tipo ideológico o de contenido con esta producción”.
¿Pero no se están haciendo nuevas investigaciones bajo sus parámetros?
“No he tenido tiempo y creo que no voy a tener tiempo de tener una producción propia. Pero además hay un elemento importante y es que el CNMH no tiene un músculo para responder a todos los desafíos que hay en el campo académico del conocimiento sobre el problema del conflicto armado colombiano. No es suficiente el “¡Basta ya!”, una publicación en la que intervinieron intelectuales destacados de este país, pero que la hizo un grupo muy reducido de personas. En el país hay más de 1290 grupos de investigación en el área de las ciencias sociales y humanas. Muchos de esos grupos trabajan temas de ciencia política, violencia social, conflicto armado, narcotráfico y conflicto. A partir de esa situación yo busqué la firma de un convenio con Minciencias, que va a permitir la realización de 15 proyectos, todos relacionados con el conflicto armado colombiano —y quienes me acusan de negarlo, ahí tienen una demostración de que yo siempre lo he reconocido desde que me posesioné—.
Esas investigaciones se van a adjudicar a través de una convocatoria como las ha hecho Colciencias tradicionalmente con sus técnicas, con sus jurados. Nosotros no vamos a intervenir de ninguna manera, simplemente vamos a observar la parte administrativa y la entrega de resultados. Hemos aportado 5.600 millones de pesos para hacer esas 15 investigaciones.
Es una especie de ampliación del radio de convocatoria de las publicaciones del CNMH. Yo siempre he dicho que el tema de la memoria y el conflicto armado, el estudio del mismo, es un problema nacional de la mayor importancia. Y si es un problema nacional, ¿por qué no lo hacemos nacional en lo que tiene que ver con el estudio y el análisis?”
Otra de las funciones del CNMH es la realización de iniciativas de memoria. ¿Cuáles hay en su proyecto en la entidad?
“En el CNMH tradicionalmente se han realizado por año 25 iniciativas de memoria. En este año, dadas las circunstancias de nuestra llegada, que fue traumática, que tuvimos dificultades para arrancar, nos propusimos la realización de 18 iniciativas de memoria. Voy a mencionar algunas: Aquí, en Bogotá, estamos trabajando con la experiencia de los falsos positivos, que también son llamadas ejecuciones extrajudiciales, en donde una serie de jóvenes fueron arrancados de su hábitat por agentes de la fuerza pública. Y también estamos haciendo una investigación sobre unas 40 mujeres jóvenes que salieron de las filas de las Farc, que fueron reclutadas a muy temprana edad —ahí ya se estaba cometiendo un delito— y que fueron abusadas sexualmente.
Además estamos trabajando en Cali con los secuestrados de la iglesia La María, más de 100 personas secuestradas por el ELN, que estaban asistiendo a una misa, que fueron llevados forzosamente a las montañas de Cali y estuvieron secuestrados hasta seis meses.
En el Huila estamos recogiendo las memorias de dos casos: uno en el municipio de Algeciras, donde fueron explotados en un carro de la Policía nueve patrulleritos que habían hecho un desfile de recepción de una etapa de la Vuelta a Colombia. Y otro caso en el municipio de Rivera, donde se cometió el asesinato de nueve concejales de esa población, una masacre parecida a la que ocurrió con los diputados del Valle del Cauca, también a manos de las Farc.
En Antioquia estamos tratando de llegar a las viudas de dirigentes de la UP que fueron asesinados. Algunos de esos me tocó conocerlos entre los años 86 y 90, cuando fue asesinado el médico Héctor Abad Gómez, defensor de derechos humanos, con Leonardo Betancur, cuando asistían al velorio de un dirigente sindical, de la Asociación de Institutores de Antioquia, Luis Felipe Vélez. Ese día de agosto del año 87 mataron a tres dirigentes de derechos humanos y sindicales.
Vamos a hacer la investigación sobre el caso de Machuca, la masacre de La Chinita… y podría mencionar otras tantas: estamos terminando una investigación sobre las masacres cometidas por paramilitares, por agentes o algunas unidades de las fuerzas militares, de la Armada y también por parte de las Farc en la región de los Montes de María”.
El Museo de Memoria de Colombia tiene una primera exposición que es Voces para Trasformar a Colombia, ¿esa exposición se mantiene en el 2020?
“Sí, nosotros la vamos a mantener. Por supuesto, estamos haciendo algunas modificaciones, lo cual es lógico porque la construcción del Museo se hace en dos facetas: social y física. Esas dos fases constituyen un proceso en el tiempo. Para ver el museo en funcionamiento nos faltan dos años, en esos dos años hay mucho por hacer, estamos en el proceso de evaluación de lo que nos dejó la administración anterior. Hay cosas rescatables, hay cosas muy pertinentes.
Ya se han hecho varias exposiciones de Voces para Transformar a Colombia. Las primeras fueron en 2018, en la Feria del Libro de Bogotá y en la Feria del Libro de Medellín. Dos exposiciones grandes, experimentales que tuvieron mucha acogida y muchas visitas. En 2019 se hicieron tres muestras de Voces que Transforman a Colombia: una en Villavicencio, otra en Cali y una pequeña en Cúcuta. Para 2020 ya me comprometí con un equipo de curaduría de nuestra dirección de museo para realizar al menos tres exposiciones en la Costa Atlántica”.
acuerdos de paz, postconflicto, inversión, internacional
En la paz no hay diferencias: Kerry
En la paz no hay diferencias: Kerry
Autor
CNMH
Fotografía
CNMH
Publicado
27 Mar 2016
En la paz no hay diferencia: Kerry
Redoblar esfuerzos para llegar a un acuerdo final de paz, inversiones para el posconflicto y el reiterado apoyo internacional al proceso, fueron algunos de los temas desarrollados entre el secretario de Estado de EE.UU., John Kerry y la delegación de negociadores del Gobierno y las Farc en La Habana (Cuba), en un hecho sin precedentes en la historia reciente de las relaciones del grupo insurgente con Estados Unidos. Ambos encuentro se dieron por separado. En el encuentro con las Farc, participó el máximo comandante de esta guerrilla, “Timochenko”.
En el marco de la visita oficial de Barack Obama a Cuba, se desarrolló el pasado 21 de marzo la reunión en la que se presentaron en un principio diferencias, según relata el jefe negociador de las Farc, “Iván Márquez”, a lo que Kerry les respondió que “tratándose de la paz no hay diferencias”.
Frenar la violencia paramilitar que amenaza la estabilidad del posconflicto, seguridad para las personas que se desmovilicen y la puesta en marcha de un acuerdo sobre el problema de las drogas ilícitas, firmado en la mesa de negociación el 16 de mayo de 2014, fueron de los temas tratados entre John Kerry y las Farc.
Para el Gobierno y la guerrilla, el encuentro con Kerry es alentador en el sentido de que contribuiría acelerar la firma del acuerdo de paz, proceso que se negocia desde hace tres años. Este encuentro, que fue solicitado por el presidente Juan Manuel Santos, permitió la discusión de temas claves para el fin del conflicto, punto central de las negociaciones actuales en la mesa de La Habana y que incluye aspectos como el cese bilateral del fuego bajo supervisión del Consejo de Seguridad de la ONU, un calendario de desarme y garantías de seguridad para los excombatientes.
Previo a la reunión con las Farc, Kerry se reunió con los delegados del Gobierno en La Habana. El jefe negociador, Humberto de la Calle, describió el encuentro como “muy productivo” y aseguró
que el funcionario estadounidense reiteró el compromiso de su nación con ayudas para la seguridad de los futuros desmovilizados, con apoyo para sostener las operaciones de verificación del Consejo de Seguridad de la ONU e inversiones para la etapa del posconflicto. A esto se suma el anuncio de Kerry en relación con el trabajo de desminado que se hará en el territorio nacional en alianza con Noruega.
Durante la reunión con el secretario de Estado de EE.UU, los delegados de las Farc le regalaron el libro “Resistencia de un pueblo en armas”, el cual fue firmado por todos sus miembros con una dedicatoria: “este texto recoge un tramo de la historia escrita por el fundador de las Farc, Manuel Marulanda Vélez, organización insurgente que hoy se alista para el tránsito a movimiento político legal”.
acuerdos de paz, postconflicto, inversión, internacional
La verdad que piden los exiliados
La verdad que piden los exiliados
Autor
CNMH
Fotografía
Harold García para el CNMH
Publicado
22 Mar 2016
La verdad que piden los exiliados
Detrás de una exiliada o un exiliado —y frente a ellos— hay demasiadas historias. Su destino es difuso: no son de allá, donde llegaron, pero sí de acá, el lugar que aman, del que les tocó huir. Con un pasado sobre la espalda que ha puesto en juego su vida, recorren una cultura diferente cada día. ¿Qué lleva a una persona exiliada a seguir luchando por su país, ese mismo que un día le dio la espalda?
Es la historia de Imelda Daza Cotes (Leer testimonio completo en Voces del Exilio), una cesarense de 67 años. Economista de la Universidad Nacional y vinculada desde muy temprana edad a la política, ayudó a consolidar la Unión Patriótica (UP) en Cesar en 1985. En 1986 la UP participó en elecciones, logrando siete concejales en siete municipios del departamento, más un diputado. Ella fue elegida concejal del partido en Valledupar y es la única sobreviviente de esos ocho líderes elegidos en el Cesar. “Allí arrasaron con todo, los asesinaron”, dice.
La UP fue atacada sistemáticamente durante casi una década, dejando un saldo de dos candidatos presidenciales, ocho congresistas, 13 diputados, 70 concejales, 11 alcaldes y 5.000 militantes asesinados. (Lea también José Antequera, un legado que no muere)
Imelda tuvo claro que tenía salir del país, al exilio. “La mayoría de mis compañeros sostenían que a todos no nos podían matar, que había enfrentar todo eso, que había que insistir. Ninguno sobrevivió a la insistencia. ¡A todos los mataron!”, recuerda mientras se le hace un nudo en la garganta. En su memoria está grabado, como a casusa de esos hechos, que ella llama “nefastos”, fue que Ricardo Palmera, alias ´Simón Trinidad´, “decidió vincularse a la insurgencia, se resistió al exilio, a dejar su país, resistiéndose a quedar inerte y desarmado”, agrega.
Ella se fue primero para Bogotá, creyendo que allí era posible sobrevivir, pero las amenazas fueron persistentes. Una organización de derechos humanos le ayudó a salir hacia Perú pero en Lima no logró la aprobación del asilo y fue entonces cuando José Rivera, un gran amigo, se enteró de su situación, y la orientó para irse a Suecia. Allí vivió 27 años, entre 1989 y 2016.
“El exilio es una experiencia muy dura, es una vivencia terrible, porque es la ruptura brusca de un proyecto político, de un estilo de vida y sobre todo de unos sueños. Es romper con todo, es abandonar el espacio familiar, cultural, social y laboral. Es llegar a lo desconocido, a un país que si bien tiene un excelente programa de acogida, es un país en el que no somos bienvenidos. No seamos ingenuos, hay respeto pero uno nunca dejará de ser el diferente”.
Según las cifras de Acnur, para 2013 en España, Francia, Noruega, Suecia, Reino Unido y Suiza había un total de 1.657 colombianos y colombianas refugiadas, solicitantes de asilo y en situación similar al refugio: 525 en España, 541 en Francia, 89 en Noruega y Suecia, 178 en el Reino Unido, y 324 en Suiza. (Ver Proyecto Exilio del CNMH)
Ya en Suecia Imelda debía organizarse y seguir adelante por sus tres pequeños hijos, no había alternativa. Se vinculó a la política en Suecia, a la Social Democracia, fue Concejal durante 12 años en el pueblo donde vivió, y tres veces candidata al parlamento. Después de varios años decidió fundar su propio partido de izquierda. En 2015 fue elegida otra vez como concejal, pero su interés seguía siendo otro “no es Suecia lo que a mí me trasnocha, a mí lo que me duele, me desvela y me preocupa está aquí, aquí quería volver. Tengo muy arraigado mi espíritu caribeño, soy incapaz de adaptarme por siempre a otro lugar”.
La persona que se exilia sueña con el retorno. Para Imelda, después de 27 años, una serie de circunstancias la llevaron a regresar. “El año pasado fui invitada por la Unidad de Víctimas a un evento, dos días después fui a Valledupar, y tres días más tarde era candidata a la Gobernación de Cesar, sin conocer a nadie. Solo a los hijos de las víctimas, hijos de mis compañeros asesinados, a quienes yo había dejado muy pequeños. Los que ahora me pedían que lo que su padre no había podido hacer, yo sí lo podía lograr. Imposible decir que no”.
Aceptó el reto y se embarcó de nuevo en la política colombiana. Para ella es una experiencia extraordinaria, “volví al Cesar profundo y a dimensionar el drama social que allí se vive”. Regresó con su esposo y sus hijos siguen Suecia. “La segunda generación de colombianos hijos de exiliados, que se sienten integrados a esa sociedad, allí viven bien, hacen parte de ella, pero nunca pierden su identidad colombiana”, dice.
El pasado 10 de marzo en Bogotá se realizó el encuentro: “Representación y simbología del exilio colombiano: el relato de quienes retornan”, donde 65 personas escucharon historias como la de Imelda, y se hicieron varias exigencias al Estado alrededor de la situación de la diáspora colombiana. Una de ellas, es saber la verdad. “Porque es la verdad la única que nos va a definir el alcance de la justicia, la verdad la que nos va permitir saber a quién debemos perdonar, y con quién nos tenemos que reconciliar”, concluyó Imelda.
Conoce el especial Las voces del exilio. Memorias de colombianos en el exterior.
Movice denuncia exterminio a líderes de izquierda
Noticia
Autor
Carolina Moreno, periodista del CNMH
Fotografía
www.movimientodevictimas.org
Publicado
22 Mar 2016
Movice denuncia exterminio a líderes de izquierda
En el marco de la octava jornada en homenaje a las víctimas de crímenes de Estado, que se adelantó el pasado 15 de marzo, diversas organizaciones sociales se dieron citan en la Plaza de Bolívar, en Bogotá, para denunciar lo que consideran un “rearme paramilitar en Colombia”.
Este 2016 se cumplen ocho años de homenaje a las víctimas de crímenes de Estado en Colombia. Los actos conmemorativos que suelen adelantarse cada 6 de marzo, en esta oportunidad tuvieron lugar el martes 15 de marzo. Diversas organizaciones sociales realizaron una concentración en la Plaza de Bolívar de Bogotá, acompañada de una rueda de prensa para exponer la situación de las víctimas de crimenes de Estado en Colombia. En departamentos como Antioquia, Valle del Cauca, Meta y Sucre se realizaron las tradicionales movilizaciones.
Y es que fue con movilizaciones que se hizo el primer homenaje a las víctimas, el 6 de marzo del 2008. Entonces, cerca de dos millones de personas salieron a las calles de Bogotá, Medellín, Cali, Cartagena y Barranquilla. La jornada, según lo señalado por sus convocantes, no era una respuesta a la marcha realizada ese mismo año, el 4 de febrero, contra las Farc. Por el contrario, aseguraban que era resultado de la crítica a la desmovilización paramilitar. “Aquí hay de fondo una discusión que es el problema de orden publico, el monopolio de la fuerza, el comportamiento de los funcionarios y de los miembros de la fuerza pública, y la relación con los grupos paramilitares que consideramos que en este momento con el instrumento que hay, que es la Ley de Justicia y Paz, no se resuelve de una manera satisfactoria”, declaró en su momento Iván Cepeda.
Para Soraya Gutiérrez, del Comité de Impulso del Movimiento de Víctimas de Crímenes de Estado (Movice) “las organizaciones habían tenido que enfrentarse a una Ley de Justicia y Paz negacionista, que no reconocía que en Colombia existieran víctimas diferentes a las generadas por el conflicto armado entre el Estado y las guerrillas; personas que son víctimas del conflicto social y de las políticas sistemáticas y generalizadas creadas desde altos niveles del Estado que buscan eliminar a sectores alternativos que reivindican derechos, y que por lo tanto, son víctimas del Estado”.
Lo que inició entonces como una movilización para denunciar ese “negacionismo”, y hacer manifiesta la existencia de víctimas de crímenes cometidos por el Estado, se ha convertido con el paso de los años en una iniciativa de encuentro y memoria colectiva, que convoca a diferentes expresiones sociales en un esfuerzo por trascender lo aprobado por la Ley de Justicia y Paz, pero también para promover y fortalecer el diálogo entre organizaciones para la realización de propuestas judiciales y extrajudiciales de reparación integral, sanción moral y política.
Las jornadas de conmemoración del 6 de marzo han contado con un sinnúmero iniciativas en los diferentes departamentos del país, entre las que se cuentan galerías itinerantes de la memoria, foros de debate público, talleres de memoria, plantones y movilizaciones, fomentadas por organizaciones como la Asociación de Familiares y Víctimas de la Masacre de Trujillo, la Fundación Nicolás Neira, las Madres de Soacha, la Unión Patriótica, y el Movice, entre otras.
“Las víctimas han encontrado un escenario para poder recordar a sus seres queridos pero hacer memoria de quienes eran ellos es también hacer memoria de lo que reivindicaban, y de los procesos sociales que fueron destruidos. Por eso la memoria para nosotros es transformación, es poder decir que somos ciudadanos y ciudadanas con derechos, que no exigimos medidas paliatorias de reparación, sino medidas que ataquen las causas que han generado la criminalidad del Estado”, asegura Soraya Gutiérrez-.
Victimas advierten incremento de amenazas y asesinatos
En el octavo homenaje anual a las víctimas de crímenes de Estado, las organizaciones valoraron el trabajo adelantado a lo largo de los últimos años que les permitió exponer ante la mesa de conversaciones de paz de La Habana, la necesidad de que el quinto punto incluya la necesidad de contemplar la responsabilidad del Estado en la eventual comisión de la verdad.
“Allí hay un escenario, y allí vamos a seguir luchando para que haya reformas estructurales que permitan una depuración al interior del Estado, pues son instituciones como el Ejército y la Policía las que como caldo de cultivo, han alimentado la persecución contra el movimiento social y popular en Colombia”, señala Soraya Gutiérrez. Sin embargo, asegura que este logro se ve disminuido ante la realidad que viven actualmente las organizaciones de derechos humanos en Colombia; denuncian que las situaciones de riesgo y seguridad persisten para las víctimas de crímenes de Estado.
En el último mes se registraron 54 agresiones a líderes y lideresas sociales, y 28 asesinatos, entre los cuales se encuentran 13 líderes de restitución de tierras y de movimientos en defensa de los derechos humanos, y 15 asesinatos “en el marco de las mal llamadas acciones de limpieza social, parte de la estrategia de terror y zozobra para controlar a las comunidades donde hacen presencia (los grupos paramilitares)”, indicó Ángela Castellanos, de la Corporación Acción Humanitaria por la Convicencia y la Paz del Nordeste Antioqueño.
Cabe recordar que en 2015 fueron asesinados 51 defensores y defensoras de derechos humanos en Colombia (Informe de Amnistía Internacional), y en 2014 fueron asesinadas 55 (informe Somos Defensores), lo que supondría un incremento cercano al 200% en asesinatos en el primer trimestre del año. Por otra parte, desde que se implementó la Ley de Justicia y Paz en 2005, 86 personas han sido amenazadas, atribuyendolas a las “bacrim” o parmilitares desmovilizados, y han sido asesinados 71 reclamantes de tierras (informe Human Right Watch 2013) con una sola condena a los autores materiales y sin investigaciones en curso respecto a los autores intelectuales.
Las organizaciones sociales participantes en la conmemoración aseguraron que “estos hechos constituyen una respuesta de sectores de ultraderecha ante los anuncios de un inminente cese al fuego bilateral y la eventual firma del acuerdo de paz con las Farc, como a los anuncios de los avances en los diálogos con el ELN”, por lo que solicitan a la mesa de diálogos de paz de La Habana y a los países garantes, que se cree una comisión del más alto nivel “que depure las instituciones del Estado que perpetúan la impunidad en Colombia, y que dé garantías de no repetición porque no es posible que a las puertas de la firma de un acuerdo de paz, se esté iniciando un segundo genocidio”.
Para el Movice, el homenaje a las víctimas de crímenes de Estado sigue siendo en el 2016 tan vigente como en 2008, en tanto el reconocimiento de la magnitud del fenómeno paramilitar, la reparación y no repetición, sigue siendo una tarea pendiente por parte del Estado colombiano.
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Alabaos, cantos de resistencia y memoria
Noticia
Autor
Laura Cerón
Fotografía
César Romero
Publicado
28 Mar 2016
Alabaos, cantos de resistencia y memoria
En la Catedral Primada de Colombia las luces se apagan, al fondo, una fila de mujeres con una batea en la cabeza entonan versos que retumban hasta el techo. Los alabaos son cánticos que desde distintas zonas del pacífico colombiano crean un puente entre los muertos que se van y los vivos que quedan.
Las mujeres que conforman el grupo Oro y Platino son nueve, todas nacidas y criadas en Condoto, Chocó, un municipio a tres horas de Quibdó, la capital del departamento. Una de ellas, María Jesucita Mosquera, de 47 años, siempre pensó que la vida no le alcanzaría para lograr cantar en la catedral más importante del país. En el momento en que mostraron Canto para no olvidar, presentación que hizo parte del Festival Iberoamericano de Teatro de Bogotá, la emoción la invadió por completo. “Nuestra cultura es vida, para nosotros visibilizar lo que hacemos los afro es muy importante, es un aporte que le hacemos al desarrollo del país a través de nuestra cultura”.
Declarado Patrimonio Inmaterial de la Nación desde 2014, los alabaos son cantos que reúnen a una gran cantidad de personas entorno a la muerte de un ser querido. De acuerdo a la edad del muerto, los cantos cuentan historias narradas por una voz líder y un coro de mujeres que responde. Si la persona murió en edad adulta los versos resultan románticos, se exalta la alabanza a Dios, se crean plegarias para que lo acoja, lo perdone, lo cuide y le abra las puertas del cielo. Por el contrario, si muere entre los 12 y los 18 años se cantan arrullos porque eran jóvenes que habían cometido pecado. Cuando muere un bebé el velorio es totalmente distinto, es una fiesta llamada gualí. Como dice Jesucita “son niños que van derecho al cielo, es una fiesta, Dios los acoge inmediatamente”.
El interés por el canto en Jesucita nació desde muy pequeña cuando asistía a los velorios. Se emocionaba al escuchar las voces roncas y profundas de las mujeres más viejas del pueblo que cantaban y se contoneaban alrededor del difunto. Cuando alguien muere toda la comunidad se solidariza con las personas que han perdido a un ser querido. La tradición, que se remota a la colonia, en que los esclavos cantaban festejando que aquel muerto no sería más esclavo, ha perdurado de generación en generación. En el velorio mientras unos preparan el muerto, lo bañan y le ponen sus mejores ropas, otros cocinan para los asistentes. Mientras unos alistan y decoran la tumba, otros se congregan a rezar y cantar.
Actualmente, las mujeres de Condoto reconocen el valor simbólico que tienen los alabaos en la construcción de memoria histórica. Los alabaos también contienen cantos sociales dedicados a la historia de su pueblo, a la violencia sufrida por el conflicto armado, al perdón y a la reconciliación. Los alabaos son el ejemplo de una manifestación tradicional de la cultura chocoana que resiste y que se niega a desaparecer, “ahora imagínese el aporte que nosotros traemos a la paz con nuestros cantos –afirma Jesucita con la emoción en los ojos- quién no se conmueve con un alabao, imagínese si todos los colombianos escucharan la lombriz o santa azucena. Nosotros en el Chocó somos ejemplo de solidaridad y unión”.
El Centro Nacional de Memoria Histórica realizará un evento de alabaos protagonizados por mujeres de la comunidad de Pogue, Chocó, el 9 de abril en el Museo Nacional. Próximamente más información en el sitio web.
Así suena el monumento de los niños y niñas
Noticia
Autor
CNMH
Fotografía
Laura Cerón
Publicado
07 Jun 2016
Así suena el monumento de los niños y niñas
El 31 de mayo se presentó el segundo concierto del Monumento Sonoro por la Memoria. 50 niños y niñas de Bogotá levantaron sus voces en contra del conflicto armado y la indiferencia.
Para Carmen Rosa Dagua, líder tradicional Nasa del Resguardo de Jambaló, las historias de los niños y niñas generan las más profundas reflexiones en los adultos que las escuchan. Ella lo sabe de primera mano pues los niños y niñas de esta comunidad, en el Norte del Cauca, participaron hace tres años en la construcción del Monumento Sonoro por la Memoria, “La historia de los Colibríes y las Langostas”. Sus voces entonaron fábulas que expresaban el rechazo a la guerra y los sueños de vivir en una comunidad en paz.
El 31 de mayo estas mismas canciones fueron puestas en escena por 50 estudiantes de dos colegios de Bogotá. Muchos de ellos nunca han escuchado retumbar balas ni explosivos. Entre sus miedos no está terminar siendo utilizados por los actores de la guerra. Y, sin embargo, por medio de las canciones que aprendieron, en las que una tierra de colibríes se ve corrompida por la presencia de langostas que buscan hacerle daño a la comunidad, comprendieron la realidad de miles de niños y niñas en todo el país.
El Centro Nacional de Memoria Histórica desarrolló, en 2013, un proyecto denominado Las Voces de los Niños, Niñas y Adolescentes: Ecos para la reparación integral y la Inclusión Social. La investigación se llevó a cabo con niños, niñas y jóvenes en varias regiones del país y, producto de este trabajo, se gestó el repertorio de canciones que conformaron “La historia de los Colibríes y las Langostas”.
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En fotografía: Adrián Augusto Mezcal y Jeremías Quebrada.
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En fotografía: Sandra Montero.
Adrián Augusto Mestizo fue uno de los protagonistas del primer concierto en el que se presentó el Monumento Sonoro por la Memoria. Vive en el Resguardo de Jambaló y hace parte de la Guardia Indígena. Su canción favorita se llama José el Colibrí, que habla del rechazo al reclutamiento forzado de niños y niñas por parte de grupos armados. Él, a sus 12 años, tiene claro que, como miembro de la guardia, su deber es hacer lo posible por proteger a su comunidad de forma pacífica. Descubrió que las canciones y la memoria son una buena herramienta para hacerlo.
José no quería un fusil, lo que quería era una guitarra.
Y cuando venían por él, él les contestaba así:
Tengo las manos ocupadas, no puedo cargar un fusil.
Estoy cantando canciones, no quiero ir a la guerra a morir.
El 31 de mayo, en el segundo concierto del Monumento sonoro, al que fueron invitados algunos integrantes de la comunidad de Jambaló, Adrián conoció a Sandra Montero, que tiene 13 años y quiere ser cantante; tiene una gran voz. Ella no ha vivido la guerra de cerca, y, sin embargo, las canciones que compusieron niños y niñas en otras partes de Colombia la acercaron a una realidad que, aunque es lejana no debe ser indiferente para ella. “Hay que comprender al país porque nosotros podemos estar en esas situaciones en cualquier momento”, dice. Su canción favorita se llama “Territorio de paz”
Por eso yo te invito a que cantes conmigo.
Por eso yo te invito a jugar.
La guerra no es un juego de niños y niñas.
Somos territorio de paz.
A esta acción de memoria se han ido sumando diferentes socios a lo largo de los años. En 2015 se realizó un convenio con la Caja de Compensación Familiar Compensar. Además se sumaron los esfuerzos de OIM y USAID. Allí se vio el poder que tiene la memoria viva, la memoria que es expresada por medio de la música. El concierto fue un espacio de encuentro para que estos niños, que tienen en sus manos el futuro del país, le enseñaran a los asistentes que la guerra es un asunto muy serio y que nos compete a todos, sin importar si nacimos en Bogotá, en el Cauca, o en cualquier parte de Colombia.
Escucha todas las canciones aquí:
¿Por qué conmemorar la guerra?
Noticia
Autor
Harold García
Fotografía
César Romero
Publicado
08 Jun 2016
¿Por qué conmemorar la guerra?
El conflicto armado de Colombia es uno de los capítulos más dolorosos del siglo XX en América. Durante más de medio siglo el territorio nacional se ha desangrado, en cada uno de sus rincones, dejando generaciones de colombianos conviviendo día tras día con la violencia. Según el Registro Único de Víctimas (RUV) hay 8.040.748 de víctimas registradas. Por su parte el informe “¡Basta ya! Colombia: memorias de guerra y dignidad” del CNMH detalla, de 1958 a 2012, un total de 1.982 casos de masacres que dejaron como saldo 11.751 muertes, 27.023 secuestros, 16.340 casos de asesinatos selectivos, 1.754 víctimas de violencia sexual; y muchos más datos que evidencian la degradación de la guerra que se ha vivido en Colombia.
Sin embargo, la realidad muestra luces de esperanza. Las víctimas hablan del pasado a través de actos conmemorativos para sanar las heridas que les ha dejado el conflicto armado. Recordar a sus seres queridos, no olvidar y exigir justicia. “Esta es la fecha, 10 de marzo, donde nos podemos encontrar todos, nuestro tejido social poco a poco lo estamos construyendo. Esto nos sirve para desahogarnos, para ver a la familia, así poco a poco el dolor se va alejando, entonces vienen otras alternativas importantes”, dice Julio Mercado, retornado a la comunidad de Las Brisas que en el 2000 sufrió una masacre a manos de los paramilitares.
“Porque recordar es vivir, recordar esos tiempos de tristezas también nos dan alegrías. Porque es muy importante para nosotros no olvidar”, agrega Mercado.
Este 2016 el CNMH, a través de su Agenda Conmemorativa, ha estado en ocho regiones del país acompañando a los sobrevivientes en la remembranza de estos hechos violentos. Mampujan, Las Brisas, Canualito, La Rejoya, el 9 de abril, Bojayá, Trujillo y el día del Detenido Desaparecido en Cali. Pero, ¿por qué conmemorar la guerra? Hablamos con Maria José Pizarro, coordinadora de la Estrategia de Participación de Victimas del Centro Nacional de Memoria Histórica, que junto al equipo de comunicaciones, lideran la Agenda Conmemorativa.
¿Por qué la idea de conmemorar la guerra?
La única forma de continuar generando una conciencia social frente a las dimensiones y dinámicas del conflicto armado que ha dejado un saldo de más de 8 millones de víctimas a lo largo de todo el territorio nacional, es continuar acompañando a las víctimas en sus reivindicaciones, luchas y resistencias, entre ellas las conmemoraciones que son espacios de interpelación social, de reunión entre quienes han sufrido, dignificación y reconocimientos de las víctimas, espacios simbólicos que generan una reflexión hacia el mañana, también de denuncia frente a lo sucedido. Es por todos ellos que las conmemoraciones deben seguir, pue no solo se conmemora la guerra, también el anhelo y la construcción de paz de las víctimas, se recuerda a quienes se han perdido.
Tomar el calendario de Colombia denota que cada día pasó algo a raíz del conflicto armado, ¿cómo conmemorar todas esas fechas?
Existen muchas formas, no solo a través de actos masivos, podemos hacerlo a través de una memoria viva en los medios de comunicación, a través de actos colectivos de memoria en fechas emblemáticas que reúnen a varias organizaciones. Sabemos que es imposible conmemorar todo lo sucedido, pero si podemos no olvidar lo que ha sucedido en Colombia, para lo cual necesitamos el empeño de todos los sectores de la sociedad que se sumen a apoyar y acompañar a las víctimas en su justo reclamo y resistencia frente a la guerra.
¿Cómo se construye la Agenda Conmemorativa del CNMH?
La agenda conmemorativa del CNMH se construye cada año con la participación de las víctimas y se apoyan las solicitudes que ellas presenten, pero que también tengan una dinámica de proceso que permita fortalecer y amplificar su voz. El CNMH ha venido hace ya tres años acompañando a las víctimas y sus organizaciones en la materialización de sus eventos conmemorativos, para lo cual su participación es el pilar del proyecto.
Logros y retos de Ley de Víctimas
Noticia
Autor
CNMH
Fotografía
César Romero
Publicado
14 Jun 2016
Logros y retos de Ley de Víctimas
El pasado 10 de junio se cumplieron cinco años de la Ley de Víctimas y Restitución de tierras (Ley 1448). Por primera vez en Colombia se reconoce y repara a millones de víctimas del conflicto armado.
En Colombia no había un precedente en leyes de este tipo y hoy, cinco años después de su implementación, puede decirse que es un logro la creación de una institucionalidad dedicada a la atención de las víctimas del conflicto armado. Los procedimientos de registro, seguimiento de casos y reparación son más ágiles y efectivos, aunque debe reconocerse que hay retos pendientes.
Alan Jara, actual director de la Unidad de Atención y Reparación Integral a Víctimas (UARIV) indicó que más allá de las cifras y estadísticas, hay que resaltar la visibilidad y reconocimiento que tienen las víctimas hoy en Colombia.
Además, resaltó la importancia de garantizar una atención integral a las víctimas del conflicto. Esto incluye la reparación simbólica, que es uno de los mecanismos que las víctimas reclaman para asegurar que no se olviden los hechos, y así se pueda garantizar la no repetición de las acciones violentas en su contra. En esto, el Centro Nacional de Memoria Histórica (CNMH), creado por mandato de esta misma ley, 1448 de 2011, también ha jugado un papel fundamental en estos cinco años.
Puntos clave y logros
1. Tras cinco años de la implementación de la Ley de Victimas, el Registro Único de Víctimas de Colombia, el más exhaustivo del mundo según la Universidad de Harvard, reconoce la existencia de 8.040.748 víctimas en Colombia. De esa enorme cifra, tan solo 592.000 han sido indemnizadas y cerca de 300.000 han recibido atención psicosocial. El camino por recorrer sigue siendo largo.
El CNMH por su parte, ha trabajado de la mano de las víctimas para acompañarlos en los procesos de reparación simbólica y construcción de memoria histórica que ellos mismos han adelantado. Desde 2014, el CNMH ha acompañado, por solicitud de organizaciones de víctimas, 24 conmemoraciones de hechos violentos en diferentes puntos del territorio nacional.
2. El Registro Único de Víctimas de Colombia incluye a quienes han sufrido el abandono o despojo de tierras, actos terroristas, amenazas, delitos contra la integridad sexual, desaparición forzada, desplazamiento, homicidio, daños por minas antipersonal, pérdida de muebles o inmuebles, secuestro, tortura o el reclutamiento de niños, niñas y adolescentes en el marco del conflicto armado.
El Centro Nacional de Memoria Histórica ha publicado 90 informes de memoria histórica [Descargar informes], trabaja en otros 17 en 2016, y apoya cientos de iniciativas de memoria de las comunidades y organizaciones sociales que abarcan todos estos temas y tipos de victimizaciones para contribuir a la reparación simbólica, al esclarecimiento de los hechos, los responsables y las condiciones que hicieron posible el conflicto armado en Colombia, e interpelar a la sociedad sobre las dinámicas institucionales, políticas y sociales que lo desencadenaron y degradaron.
3. A través de la UARIV se han reconocido cerca de 9.000 víctimas colombianas en el exterior y se han empezado a brindar las medidas que son necesarias fuera de nuestras fronteras. El CNMH busca saldar la deuda histórica que el Estado tiene con la población exiliada y que se expresa en la invisibilización de sus realidades y sus experiencias asociadas a los impactos del conflicto armado. En articulación con el Foro Internacional de Víctimas, el CNMH ofrece su infraestructura web a todos colombianos y colombianas víctimas en el exterior sin ningún distingo organizativo o político. De esta manera, se busca realizar una reconstrucción de la memoria histórica del exilio, atendiendo el derecho a la reparación y las condiciones del retorno: un proyecto sin antecedentes en Colombia. [Conozca el especial web Voces del exilio]
4. Más de 1.600 mujeres han pasado por la estrategia de reparación integral para víctimas de delitos contra la libertad e integridad sexual. En cuanto a la violencia sexual, el CNMH ha reflejado este flagelo sobre las víctimas a través de diferentes investigaciones. Por ejemplo el informe “Crímenes que no prescriben: la violencia sexual del Bloque Vencedores de Arauca”, el cual surge de la primera sentencia del sistema transicional de Justicia y Paz, en el que hubo una condena por un crimen de género. La sentencia del primero de diciembre de 2011, en contra de los antiguos integrantes del Bloque Vencedores de Arauca de las Autodefensas Unidas de Colombia, condenó a José Rubén Peña Tobón por dos cargos de acceso carnal violento en persona protegida, uno a título de autor material y otro a título de coautor impropio.
5. A la fecha, 366 grupos y comunidades han sido incluidos como sujetos de reparación colectiva en procesos que reconocen su resistencia. Esto quiere decir que se acepta a los habitantes de dichas comunidades como afectadas por la violación de los derechos colectivos, la violación de los derechos individuales de los miembros de los colectivos o el impacto colectivo de la violación de derechos individuales.
192 de estos reconocimientos ha sido para grupos étnicos. El CNMH trabaja con algunas de estas comunidades, acompañando sus procesos de memoria para fortalecer las garantías de no repetición. Algunas de estas comunidades adelantan procesos emblemáticos de reparación simbólica. Por ejemplo, la cabecera municipal de Bellavista, en Bojayá, es sujeto de reparación colectiva y trabaja de la mano del CNMH para la construcción de un lugar de memoria que pueda conmemorar la masacre de Bojayá del 2 de mayo.
6. Otro de los mandatos estipulados en La Ley 1448 al CNMH, es el de “diseñar, crear y administrar un Museo de la Memoria, destinado a lograr el fortalecimiento de la memoria colectiva acerca de los hechos desarrollados en la historia reciente de la violencia en Colombia”.
El Museo Nacional de la Memoria (MNM) se contempla como una medida para el cumplimiento del deber de memoria del Estado que redunda en la garantía del derecho de la sociedad colombiana a la construcción de la memoria y de la paz; se constituye en sí mismo en una medidas de reparación simbólica y de satisfacción para las víctimas del conflicto armado en Colombia.
A cinco años de la legislación el proyecto del MNM ha avanzado en sus dimensiones física – social, territorial y virtual. En 2015, el CNMH realizó junto con la Sociedad Colombiana de Arquitectos el Concurso Público Internacional de Anteproyecto Arquitectónico para el diseño del Museo Nacional de la Memoria. Se inscribieron 109 firmas, se recibieron 72 proyectos y se otorgó el premio a la firma colombiana MGP Arquitectura & Urbanismo S.A.S. aliada con la española Estudio Entresitio. Desde finales de 2015, la firma ganadora ha estado desarrollando los diseños específicos tendientes a obtener la licencia de construcción para el proyecto integral.
El proceso de construcción social del Museo Nacional de la Memoria comenzó en el año 2012 con la realización de diferentes encuentros de discusión nacionales y regionales con organizaciones sociales y de víctimas y con la dinamización de diversos espacios de debate con sectores políticos, académicos y con población indígena y afrodescendiente.
Envejecer y resistir en Colombia
Noticia
Autor
Maria de los Ángeles Reyes
Fotografía
Maria de los Ángeles Reyes
Publicado
15 Jun 2016
Envejecer y resistir en Colombia
Las personas mayores han sido víctimas de diferentes tipos de discriminación y se han visto en condiciones de vulnerabilidad a lo largo de los años. Por eso, en 2011 las Naciones Unidas decretó el 15 de junio como el Día de Toma de Conciencia del Abuso y Maltrato en la Vejez.
Mediante una resolución, se exhortó a los países a garantizar la protección de las personas mayores, sin importar su género, condición económica o procedencia, teniendo en cuenta esos aspectos diferenciadores a la hora de velar por sus derechos.
En Colombia las personas mayores tienen una característica particular: han envejecido en medio de un conflicto armado que apenas parece empezar a menguar. Según el Registro Único de Víctimas, existen 603.795 personas, entre los 60 y los 100 años, reconocidas como víctimas. Estas personas son sujeto de doble protección constitucional y aún así, según el informe Colombia Envejece, de la fundación Saldarriaga Concha, la mayoría viven en condiciones de pobreza y desprotección.
En este mismo informe, la Fundación afirma que hay ciertos hechos victimizantes frente a los cuales las personas mayores son afectadas de forma diferencial. El desplazamiento forzado, por ejemplo, genera sentimientos más profundos de desarraigo en los mayores. En algunos casos ellos oponen más resistencia y terminan siendo doblemente victimizados.
Desde el Centro Nacional de Memoria Histórica se han impulsado estrategias que resaltan el papel protagónico de las personas mayores. El proyecto Voces de Mayores, desarrollado entre 2014 y 2015, propició el diálogo y el reconocimiento de las necesidades de esta población con el fin de conocer sus experiencias de la vejez y el envejecimiento en territorios con presencia de actores armados.
Del mismo modo, se está construyendo el libro Ojalá nos Alcance la Vida, en el que se relata la historia de vida de 15 personas mayores que han sido víctimas del conflicto. Blanca Nubia Díaz es una de ellas, a continuación un fragmento de su historia que, como la de los mayores que han vivido como nadie la guerra,es un ejemplo de sabiduría y resistencia.