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Los lugares de memoria aportan a la verdad

Noticia

Autor

Juan José Toro

Fotografía

Red Colombiana de Lugares de Memoria

Publicado

26 Oct 2018


Los lugares de memoria aportan a la verdad

Entre el 2 y el 5 de octubre, el Museo de Memoria Histórica de Colombia participó en “Latinoamérica por la Verdad”, un espacio que reunió a 60 lugares de memoria de 12 países en San Carlos, Antioquia. La sede fue el Centro de Acercamiento para la Reconciliación (CARE), una construcción que años atrás sirvió de base para narcotraficantes y paramilitares, pero que la comunidad tomó y resignificó desde 2008.


Los representantes de esos lugares, que llegaron al oriente antioqueño desde Argentina, Brasil, Chile, El Salvador, Guatemala, Haití, México, Paraguay, Perú, República Dominicana, Uruguay y otras regiones de Colombia, se encontraron con miembros de la Comisión de la Verdad de este país para ofrecerles su apoyo y experiencia en la reconstrucción de memorias y el trabajo organizativo que durante años han hecho en las regiones.

En Colombia, a diferencia de otros países que han sacado adelante comisiones de esclarecimiento, los lugares de memoria nacieron mucho antes que las instituciones de los gobiernos dedicadas a esa labor. “Cuando no queríamos que el miedo nos encerrara y acabara con nuestras tradiciones”, dijo Jairo Quiroz, de San Jacinto, Bolívar. En medio de la guerra, hombres y mujeres vieron la necesidad de buscar espacios para denunciar lo que pasaba, lugares de encuentro que también sirvieron para reparar los tejidos que rasgó la violencia.

“La importancia de los lugares de memoria es que nacen de la sociedad civil y son donde está la verdad de lo que le pasó a la gente en los territorios. En esta coyuntura, por ejemplo, estos lugares van a ser protagonistas en el trabajo de la Comisión de la Verdad, porque aquí nosotros decimos qué pasó, cómo pasó, cómo nos vemos en los territorios”, dijo Orlando Carreño, investigador del Centro de Memoria del Conflicto y coordinador del nodo andino de la Red Latinoamericana de Sitios de Memoria.

Esos procesos de memoria, que cobijan desde la Sierra Nevada de Santa Marta hasta La Chorrera, en el Amazonas, tienen archivos llenos de relatos, conocen las particularidades de cada territorio y tienen legitimidad frente a las víctimas. Es necesario que la Comisión y las demás instituciones creadas a partir del Acuerdo de Paz reconozcan la importancia del trabajo que se ha hecho en los territorios y puedan construir sobre esa base.

“Debemos llegar a una verdad que nos permita recogernos a todos los colombianos”, dijo el padre Francisco de Roux, presidente de la Comisión, “que no sea una verdad que nos parta y que nos rompa”. Esa unión alrededor de la verdad será posible a raíz del trabajo colectivo que han fortalecido las organizaciones. La Red Colombiana de Lugares de Memoria y la Red de Sitios de Memoria Latinoamericanos y Caribeños, ambas participantes de este encuentro, son solo dos ejemplos.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Red Colombiana de Lugares de Memoria

Tras reunirse en mesas de trabajo y compartir experiencias durante varios días, los lugares entregaron sus recomendaciones para la Comisión de la Verdad entre cantos, rituales y representaciones artísticas de comunidades negras, campesinas, urbanas e indígenas. Fue una muestra de las distintas formas en las que se ha narrado la memoria en Latinoamérica. Este encuentro, además del llamado a la Comisión, sirvió para fortalecer los lazos entre decenas de lugares de memoria que comparten dolores pero también capacidad y valentía para contar la verdad de lo sucedido durante el conflicto.

Publicado en Noticias CNMH



Comisión de la Verdad, Lugares de Memoria

Así recordaron en Ocaña las madres de Soacha

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Autor

Laura Cerón/

Fotografía

Laura Cerón/

Publicado

26 Oct 2018


Así recordaron en Ocaña las madres de Soacha

Para conmemorar los 10 años de la desaparición y muerte de sus hijos, las madres de Soacha recorrieron 640 kilómetros desde Soacha hasta Ocaña, el lugar en el que la mayoría de ellos fueron presentados como “guerrilleros muertos en combate”. Muchas de ellas viajaron con un objeto que representa a su ser querido. 


Texto y fotografías: Laura Cerón, periodista CNMH 

Hace 10 años, la desaparición y posterior muerte de sus hijos, hermanos y esposos unió a las mujeres que hoy conforman la Fundación Madres de los Falsos Positivos de Suacha y Bogotá (Mafapo). La mayoría de ellas eran mujeres cabeza de hogar que vivían en barrios apartados y en zonas rurales, dedicadas a cuidar y sacar adelante a sus familias. Pero la necesidad de verdad y justicia, tras las ejecuciones extrajudiciales de 19 jóvenes, ocurridas entre enero y agosto del año 2008, las llevó a unirse.

Los “falsos positivos” no solo sacaron a la luz pública una práctica perversa y sistemática del Ejército Nacional que hacía pasar a civiles por guerrilleros caídos en combate para luego reclamar incentivos. También le enseñó al país que, en muchas ocasiones, detrás de cada víctima hay una madre, una hermana, un familiar, dispuesto a hacer hasta lo imposible por conocer la verdad y dejar en limpio el nombre de su ser querido.

El pasado 16 de octubre las mujeres de Mafapo recorrieron 640 kilómetros en bus, desde Soacha (Cundinamarca) hasta Ocaña (Norte de Santander), para conmemorar las vidas de los jóvenes que fueron encontrados sin vida en cementerios y fosas comunes de ese municipio. Pero, sobre todo, para dar la cara y nuevamente volver a hablar de lo sucedido.

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    Varias de las madres de Mafapo visitaron el cementerio central de Ocaña, donde hicieron una oración por sus hijos desaparecidos y asesinados por miembros del Ejército. Allí, como acto simbólico, adoptaron a algunos cuerpos sin identificar (NN). – Fotografía: Laura Cerón/CNMH

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    La Pantera Rosa de Beatriz Méndez, madre de Weimar Armando Castro Méndez

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    El tatuaje de Doris Tejada, madre de Óscar Alexander Morales Tejada

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    La camiseta de fútbol de Clara Rincón, madre de Edward Benjamín Rincón Méndez

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    El tatuaje de Blanca Monroy madre de Julián Oviedo Monroy

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    El cofre de Ana Páez, madre de Eduardo Garzón Páez

La lucha de las mujeres de Mafapo se ha construido desde la pérdida y la ausencia. En septiembre del 2008, muchas de ellas empezaron a reunirse en la plaza central de Soacha impulsadas por Fernando Escobar, en ese entonces personero de ese municipio y una de las primeras personas que denunció la existencia de los “falsos positivos”. Él las animó a unirse y les aconsejó buscar abogados dada la complejidad de los casos. Para ese momento varias de ellas, después de una búsqueda exhaustiva, habían sido notificadas de que sus hijos y familiares estaban registrados como guerrilleros abatidos en lugares del país que ni ellas ni ellos conocían.

“¿Cómo podían volverse guerrilleros y enfrentarse en un combate contra el Ejército en tan pocas horas? ¿Cómo era posible que hubieran llegado a esas zonas tan lejanas? ¿Quién se los había llevado del barrio para dejarlos frente a un pelotón de fusilamiento, que los condenó y los ejecutó sin razón? ¿Por qué él, si nada tenía que ver con esa guerra? ¿Quién había dado la orden de matarlo y para qué?”, se preguntan ellas en el último informe entregado a la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP) el pasado mes de septiembre.

Son 10 años en los que han tenido que enfrentarse a un sistema judicial que dilata las investigaciones de sus casos. Ellas dicen que la gran mayoría de las audiencias han sido canceladas, con excusas que vienen de los mismos abogados de los militares: que no hay internet, que en la salas hace frío, que los sindicados están enfermos o que hay problemas logísticos. Por eso, ahora proponen que las investigaciones no sean individuales sino que sea un proceso conjunto.

El pasado 17 de octubre, el general retirado Mario Montoya firmó un acta de sometimiento voluntario a la JEP, por su presunta vinculación con los “falsos positivos”. Sin embargo, como reportó el periódico El Espectador, a pesar de tener un informe judicial en el que se reportan anomalías en 2.429 casos de asesinatos de civiles para inflar las cifras de la guerra, Montoya negó su participación en estos hechos. Esa reacción, llevó a varias de las víctimas a retirarse de la audiencia, tras afirmar que no tenían garantías de participación. “No respetaron a las víctimas. El general tiene que aceptar esa verdad, que eso lo hizo él”, afirmó Ana Páez, integrante de Mafapo.

Mientras tanto, las mujeres de Mafapo llevan diez años cargando con la estigmatización hacia sus hijos y sus familias. Ellas son madres de “guerrilleros”, les repiten, y con ese argumento les han negado, por ejemplo, firmar contratos de arrendamiento. Desde el día en que alzaron la voz para denunciar la muerte de sus hijos, han tenido que soportar amenazas a través panfletos y seguimientos.

El camino transitado las ha llevado a formar una segunda familia, que ha sabido mantenerse junta en los momentos de dolor, resistir ante las adversidades y las ha convertido en grandes lideresas. Juntas han hecho plantones y actos públicos en los que se han encadenado, han tejido durante años la memoria de sus hijos en telares; han trabajado de la mano de artistas y estudiantes, para darle otros significados al dolor y a la búsqueda de verdad; han hecho murales, obras de teatro, exposiciones artísticas, fotografías y documentales. También han trabajado junto a las Abuelas de la Plaza de Mayo de Argentina, quienes a su vez se han solidarizado con su causa, que es la de miles de personas en el continente.

Para las mujeres de Mafapo volver a Ocaña, en el décimo aniversario del asesinato de sus seres queridos, tenía un valor especial. Hacer el recorrido que varios de sus hijos y hermanos hicieron, siguiendo falsas promesas de trabajo, fue doloroso pero les permitió reafirmar que, a pesar de los obstáculos, siguen vivas y unidas por la verdad.

Durante la conmemoración se tomaron la plaza central de Ocaña. Allí, en compañía del gobierno local, instituciones educativas, organizaciones sociales, activistas, artistas y estudiantes, las madres ofrecieron sus testimonios y exigencias frente a cada uno de sus casos. Las acompañaron artistas con música y palabras de fortaleza. A ellas se unieron otros hombres y mujeres que también fueron víctimas de ejecuciones extrajudiciales en el Meta, en La Guajira y en Norte de Santander, pues según una investigación del coronel retirado Omar Rojas, titulada “Ejecuciones extrajudiciales en Colombia 2002-2010: obediencia ciega en campos de batalla ficticios”, publicada por la Universidad Santo Tomás, en todo el país se habrían presentado unos 10 mil casos de “falsos positivos”.

En medio de un grupo de gente que las escuchaba en silencio en la plaza central de Ocaña, varias de las madres hicieron una obra de teatro en la que buscaban, una vez más, a cada uno de sus hijos. “¿Diego? ¿Eduardo? ¿Julián? ¿Dónde estás? ¿Alguno de ustedes ha visto a mi muchacho?”, gritaban mientras deambulaban entre los espectadores.

Algunas de ellas cargaron hasta Ocaña objetos de sus seres queridos, que les dieron valor y fortaleza durante estos años. Hablamos con ellas para conocer las historias que hay detrás de esos objetos:

La Pantera Rosa de Beatriz Méndez, madre de Weimar Armando Castro Méndez

“A mi hijo le encantaba la Pantera Rosa. Como yo hacía peluches hice uno de la Pantera Rosa y a mi hijo le gustó tanto que se lo regalé. Él decía que era su hija, así que ahora es como mi nieta. Cuando él ya no estaba me puse a ver sus recuerdos y me encontré con su hija. Yo la cuidé, la lavé, le cambiaba sus ojitos. Los últimos se cristalizaron y se rompieron. Cuando yo lo fui a sepultar, él no tenía sus ojitos. Después de las 72 horas le quitaron sus órganos, pero nosotros en 72 horas no tuvimos el derecho de poner el denuncio. Así que la dejé así en protesta de que Medicina Legal le quitó los órganos sin derecho. Pero acá están estampados sus ojos y se los pongo al peluche”.

El tatuaje de Doris Tejada, madre de Óscar Alexander Morales Tejada

“Mientras viajabamos traía unas sensaciones pensando en cómo sería cuando se llevaron a Oscar. A él se lo llevaron a El Copey, Cesar, y allá está enterrado. Para mí, haberme tatuado su rostro es muy significativo porque sigo esperando encontrarlo. Estoy en esa búsqueda desde hace siete años. El dolor del tatuaje sacó el dolor que estaba más profundo. Terminamos después de cinco horas y, desde entonces, le hablo, lo acaricio, me baño con él. Le digo que siempre lo llevo en el corazón, que lo vamos a lograr”.

La camiseta de fútbol de Clara Rincón, madre de Edward Benjamín Rincón Méndez

“Esta blusa que traigo es de mi hijo. Desde que empezó a estudiar le gustaba ser arquero, hacía escorpiones como Higuita y se quedó así desde el colegio y en la universidad. Él era mi amigo, mi cómplice, mi confidente. Me lo arrebataron y queremos que conozcan que eran unos niños sanos, humildes, de buenos hogares. Yo lo que pido es justicia, verdad y no repetición”.

El tatuaje de Blanca Monroy madre de Julián Oviedo Monroy

“Él llegó de Bogotá, aquí, a este parque, a las 9 de la noche. Lo recogió el señor Alexander Carretero. Lo acusaron de venir a sembrar minas quiebrapatas. Hoy Julián está cumpliendo 29 años de haber venido a este mundo. A las 7 de la noche nació, sin saber que a los 19 años, a la misma hora, saldría de su casa a encontrarse con la muerte. Son 10 años de dolor, 10 años donde nunca, nunca, vamos a olvidar a nuestros hijos. Mi hijo no era un guerrillero. Este tatuaje es por el signo libra. Mi hijo lo llevaba más grande en el brazo, era su signo del zodiaco. Cuando me convencieron decidí hacerme el mismo con la palabra ‘Justicia’”.

El cofre de Ana Páez, madre de Eduardo Garzón Páez

“Este cofre es una conmemoración. Acá están sus guantes de la moto, la foto de su apartamento como lo tenía en navidad y es un recuerdo como si hoy me hubieran entregado sus cenizas. Lo hice en cuatro meses para hacer de cuenta que hoy me llevo a mi hijo de acá. Para recordarlo y limpiar su nombre. Venir significa recuerdos, amor, lucha. Yo quiero limpiar el nombre de mi hijo, él no era guerrillero. Ya le faltaba poco para graduarse de abogado. Dejó tres hijos. Venir es un sacrificio para que mis nietos vean que su abuelita luchó por su hijo, que su papá no era guerrillero. Él era servicial, era buen hijo. Él era el que me llevaba a todo lado y mire ahora a dónde me trae a pasear”.

Publicado en Noticias CNMH



Conmemoraciones, Falsos Positivos, JEP, Madres de Soacha, MAFAPO, Ocaña, Víctimas

Familiares de los diputados del Valle del Cauca entregan informe de memoria a la JEP

Noticia

Autor

JEP

Fotografía

JEP

Publicado

26 Oct 2018


Familiares de los diputados del Valle del Cauca entregan informe de memoria a la JEP

Los seres queridos de los representantes, secuestrados en el 2002 y asesinados cinco años después por las FARC, realizaron el acto simbólico este viernes 26 de octubre en una audiencia de la Jurisdicción Especial para la Paz. Esta investigación será presentada a la opinión pública el 10 de noviembre en Cali y el 23 del mismo mes en Bogotá.


El libro “El caso de la asamblea del valle: tragedia y reconciliación”, es el primer ejercicio de memoria histórica que realizan los familiares de los diputados del Valle secuestrados el 11 de abril del 2002 por la guerrilla de las FARC. Este viernes 26 de octubre, en medio de una audiencia pública sobre secuestro político citada por la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP), los familiares de las víctimas le entregaron a los magistrados este informe realizado de la mano de investigadores del Centro Nacional de Memoria Histórica (CNMH).

Este libro es una reconstrucción íntima de las vidas de los once diputados asesinados en cautiverio en el 2007 (Alberto Quintero, Carlos Alberto Barragán, Carlos Alberto Charry, Edison Pérez, Francisco Javier Giraldo, Héctor Fabio Arizmendi, Jairo Javier Hoyos, Juan Carlos Narváez, Nacianceno Orozco, Ramiro Echeverry y Rufino Varela), del único sobreviviente de este hecho (Sigifredo López), y de las otras tres personas que murieron el día del secuestro: el conductor Walter Hayder López López y el camarógrafo Héctor Hernando Sandoval Muñoz, de RCN, quienes estaban cubriendo lo sucedido; y el subintendente Carlos Alberto Cendales.

Aquí compartimos el prefacio del libro, escrito por el director del CNMH, Gonzalo Sánchez, y los invitamos al lanzamiento oficial que se realizará los días 10 y 23 de noviembre en Cali y Bogotá, respectivamente:

“El caso de los 12 diputados del Valle, secuestrados por las FARC con ardides, mientras sesionaban en la sede de la Asamblea Departamental, el 11 de abril de 2002, es un símbolo trágico de la crueldad y del envilecimiento de nuestro conflicto armado. La paz firmada con esta guerrilla, y la institucionalidad creada para que los procesos de verdad, justicia, reparación y garantías de no repetición relacionados con sus acciones arrojen resultados, ayudarán sin duda a esclarecer lo que falta por saber sobre este hecho atroz, así como a juzgar a los responsables. Será el camino hacia la no repetición y la reconciliación por las que apuestan los propios familiares de las víctimas que dejaron aquí su testimonio.

El informe contribuye al esclarecimiento sobre la manera como fue planeado y ejecutado el secuestro con varios meses de anticipación, sin que las autoridades hubieran tomado en serio los fundados temores sobre su inminencia; señala los comandos responsables a cargo de la operación y el modo de accionar de la guerrilla alrededor del secuestro; también ofrece una testificación directa de la marcha forzada por los Farallones de Cali primero y luego la larga travesía a la que fueron sometidos los diputados por la selva, las montañas, los pantanos y los páramos de la región del suroccidente del país; del largo cautiverio padecido; de las enfermedades, el hambre y las múltiples penurias; de las condiciones inhumanas de cualquier secuestro, que obliga a la víctima a poner su vida entre paréntesis y a luchar por conservarla recurriendo a una fuerza física y emocional que no sabía que era capaz de gestionar.

Este informe arroja luz sobre algunas de las zonas oscuras que quedan alrededor de la modalidad de secuestro político; del secuestro en general como práctica degradante de la guerra; hace que nos planteemos las preguntas que quedan pendientes por resolver. Pero, sobre todo, consideramos que este informe logra el propósito fundamental para el que fue elaborado: dignificar a todas las víctimas directas e indirectas de este hecho atroz: al subintendente Cendales quien custodiaba el edificio, asesinado a sangre fría por los secuestradores en medio de la operación guerrillera; al conductor y al camarógrafo de RCN quienes murieron mientras, en ejercicio de su profesión, cubrían la noticia de la fuga de los guerrilleros, en medio de un operativo militar desenfrenado y sin contemplaciones; a los 11 diputados secuestrados, mantenidos en cautiverio durante cinco años e inesperadamente asesinados en un protocolo inhumano de respuesta al fuego que sus captores consideraron erróneamente enemigo; y al único diputado que sobrevivió y fue liberado después de siete años de cautiverio.

Pero también al hijo que va al cementerio a hablar con su padre; a la hija a la cual la guerra le arrebató su infancia; a la madre que esperaba una anunciada liberación del hijo, “pero siempre pasaba algo”; la soledad deliberada del hijo frente a las primeras pruebas de sobrevivencia, con una mezcla de alegría y de tormento interior: “Entonces yo me fui para mi casa y las vi solo. Empezaron a salir uno a uno los diputados. Mi papá creo que salió en la mitad: parecía un cadáver. Cuando lo vi empecé a llorar”. También se registra el momento de las añoranzas: “En música le gustaban los temas Viejo Farol y Lejos de Ti, que eran tangos, y de muy niño, Amor Divino, de Leo Dan”.

Se evoca aquí el difícil reto del encuentro con los jefes guerrilleros en la iglesia de San Francisco, en Cali, después de la firma de los acuerdos: “con nuestras lágrimas de 14 años recogidas en nuestras manos, pedimos a Dios que, a sus asesinos, los comandantes de las FARC, cada que laven su cuerpo recuerden las lágrimas nuestras para que esas lágrimas les sirvan de fuerza al levantarse cada mañana y cumplir su decisión de construir paz”.

Se evidencian los esfuerzos de los propios secuestrados por tranquilizar a los suyos a través de las pruebas de supervivencia: “Todos sus mensajes estaban cargados de amor y sabiduría, llegó hasta dedicarle una canción a mi mamá”. Y en la misma dirección, el padre que motiva a sus hijos: “siempre nos decía era que termináramos la escuela, que nos enfocáramos, que estudiáramos, o sea, él quería que nosotros siguiéramos adelante”.

En suma, por estas páginas circulan escenas de indignación, de afecto, de espera y también de perdón.

De manera previa, el CNMH publicó dos informes sobre el secuestro: Una verdad secuestrada, que elabora una base de datos sobre el secuestro, sus víctimas y la distribución de responsabilidades entre los actores armados ilegales; y Una sociedad secuestrada, que es un informe temático sobre este crimen de lesa humanidad, que es prohibido por el Derecho Internacional Humanitario.

El secuestro, hay que decirlo con claridad, somete a sus víctimas a múltiples formas de violencia continuada, que no solo dura el tiempo del cautiverio, sino que tiene secuelas posteriores a la liberación. Es un crimen atroz, que afecta no solo a los secuestrados sino a todo su núcleo familiar, psicológica y económicamente, razón por la cual los familiares y amigos de las víctimas sienten que también su vida es puesta en cautiverio, entre paréntesis, forzados a permanecer atentos a las pruebas de supervivencia, a enviar mensajes de apoyo que no saben si logran llegar hasta ellos, o incluso a quedar en medio de la presión del Estado y la de los secuestradores.

En ese sentido, el CNMH considera que además de los secuestrados, son muchos los miles de víctimas de este flagelo en nuestro país, con distintos grados de afectación, que van desde la enfermedad, el trauma, e incluso la muerte. Pero, como si esto fuera poco, es un delito que, en nuestro país, ha tenido un desenlace fatal en un alto porcentaje de casos (de las 37.094 víctimas de secuestro entre 1958 y 2018, 1.147 han muerto o han sido asesinados durante su cautiverio, según reporta el Observatorio de Memoria y Conflicto del CNMH).

Desde otro ángulo el tema de los liderazgos políticos impactados por el conflicto armado, a través de asesinatos, secuestros y confinamientos, ha sido abordado en nuestro informe Hacer la guerra y matar la política en donde se explora la reflexión no solo de la sustitución de las armas por la política, sino del ejercicio de la vida política misma y en últimas de la democracia como víctimas de la guerra.

Como sello característico, este informe se elaboró con la activa participación de los familiares y amigos o copartidarios cercanos de las víctimas. Ellos dejaron aquí su testimonio, sin mediaciones es su propia voz la que narra quién era cada uno, como padre, esposo, hijo, compañero de vida o amigo, como militante de un partido político y como funcionario, el proyecto de vida, el lazo afectivo o el hogar que quedó trunco.

En este informe consignamos el testimonio del dolor de cada familiar afectado, pero sobre todo su manera de sobreponerse al impacto de los hechos, su resiliencia y resistencia constantes, su lucha por elevar su caso a asunto de Gobierno y de sociedad a fin de lograr un acuerdo humanitario que mantuviera viva la esperanza de su liberación, los sueños imposibles de fuga, las movilizaciones ciudadanas, el cara a cara con los perpetradores, y por último, como ya se dijo, su invitación sufrida y generosa a la reconciliación para frenar la tentación a las venganzas sin fin. Todo ello sin eludir el reclamo interpelante de uno de los secuestrados: “A veces pienso que no sé quiénes son más infames, si los que nos secuestran o los que nos olvidan”. Si el secuestro pretendió separarlos, aislarlos de nosotros, que la memoria nos vuelva acercar a ellos, ese es nuestro compromiso.

No solo estigmatizamos a las víctimas anónimas, a los civiles de las regiones apartadas del país. Cuando la violencia se cierne sobre alguien, se levanta el dedo acusador: “por algo sería”. Por eso, en el CNMH no hemos cejado en nuestro empeño de luchar contra la estigmatización prejuiciosa de una buena parte de la sociedad, cuando no indiferente y ajena al dolor de los otros.

Por ello, dignificar a cada una de las víctimas de este secuestro masivo, así como a sus familiares, sigue siendo una tarea pendiente. Confiamos en que este informe ayude a llenar algunos de los tantos vacíos que dejó el secuestro de los diputados de la Asamblea Departamental del Valle, aunque en estricto sentido no haya manera de llenar el abismo de soledad e injusticia abierto entre un padre y la hija de dos años que fueron separados para siempre, de un abuelo que no vio nacer a sus nietos, de un compañero que seguirá siendo extrañado, o de la madre o el padre que murieron sin volver a abrazar a los hijos perdidos por la deshumanización de la guerra.

Que estas páginas sean el inicio del reconocimiento estatal y social de una deuda de memoria pendiente con las víctimas fatales de estos hechos y con sus familiares que siguen cargando su dolor y su reclamo de justicia y pleno esclarecimiento.

A ustedes familiares de los diputados, les ofrecemos nuestra solidaridad y un gracias infinito por habernos convertido en depositarios de su palabra. Confiamos en que este libro sea una expresión material de nuestra gratitud, pero también de nuestro deber de dar audiencia y espacio a sus voces”.

Publicado en Noticias CNMH



Diputados del Valle, JEP, Valle del Cauca

Miradas de la memoria desde el exterior

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Autor

Ricardo Robayo

Fotografía

Ricardo Robayo

Publicado

29 Oct 2018


Miradas de la memoria desde el exterior

Víctimas del conflicto colombiano que a causa de la violencia fueron obligadas a salir del país, se reunieron el pasado 13 de octubre en el Consulado General de Colombia en Nueva York, EE.UU., para compartir sus experiencias de reconciliación y sus aportes de memoria sobre la guerra.     


Junto al Consulado General de Colombia en Nueva York y la Organización de Defensa de las Víctimas “Arraigo”, el CNMH realizó el taller “Caminos para la memoria del exilio colombiano”. Al evento asistieron más de 80 participantes que expresaron sus vivencias y sentimientos relacionados con el sufrimiento que han vivido a causa de la violencia, muchos de ellos ocasionados por la guerrilla de las FARC.

“Estos talleres de memoria son muy importantes porque nosotros como víctimas en el exterior que hacemos parte de Colombia entendemos la importancia de la construcción de la memoria para prevenir la violencia y la no repetición de hechos que han vulnerado los derechos humanos”, dijo Gloria Castro, representante de la Mesa Nacional de Participación Efectiva de las Víctimas en el exterior.

 

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    Gloria Castro, representante de la Mesa Nacional de Participación Efectiva de las Víctimas en el exterior, habla de su trabajo durante el taller.

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    Joaquín Franco del CNMH durante el taller “Caminos para la memoria del exilio colombiano”.

 

 

Gloria tuvo que salir del país hace 11 años a causa de las constantes amenazas y posterior intento de secuestro por parte de la extinta guerrilla de las FARC en el Urabá Antioqueño. Castro, madre de 2 niños, no tuvo otra opción que dejar su trabajo legislativo en la Cámara de Representantes y salir forzadamente con su familia hacia el exilio.

“La metodología de estos talleres inicia con un ejercicio desde la memoria individual de los participantes, luego pasa por una reflexión desde la memoria colectiva y finalmente una actividad en grupo para hablar de la memoria histórica”, afirma Joaquín Franco integrante  de la Agenda Exilio del CNMH. Los talleres pedagógicos e informativos van acompañados de un paquete de herramientas (cartilla, audiovisuales y una multimedia), las cuales proporcionan elementos para la apropiación por parte de las organizaciones de víctimas de lo referente al deber de memoria del Estado, la reparación simbólica y la construcción de la memoria histórica como forma de esclarecimiento y dignificación de las víctimas.

“Las voces en el exilio por mucho tiempo fueron voces silenciadas y este tipo de talleres de memoria, el informe del exilio colombiano y este tipo de proyectos como la Agenda Exilio del Centro Nacional de Memoria Histórica, ayudan a visibilizar en Colombia y en los países de acogida las vivencias de las víctimas en el exterior”, aseguró Andrés Ceballos de la Organización de Defensa de las Víctimas “Arraigo”.

“La sensación de soledad, nostalgia y de muchos recuerdos, el sentir que se ha perdido todo”, así explica Gloria Castro su percepción de haber salido del país por la violencia del conflicto armado. A lo que agregó: “Llegamos a Philadelphia, EE.UU., donde encontramos acogida por parte de unos amigos, fue una puerta que nos generó seguridad y refugio, encontramos la luz al final del túnel esa luz que no pudimos encontrar en mi Colombia querida”.

El exilio permanece aún invisibilizado y es una de las grandes deudas en el esclarecimiento de la verdad del conflicto armado colombiano, dado que son pocas las iniciativas que buscan esclarecer la lógica detrás de esta forma de violencia.

 

 

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Exilio, Nueva York, Taller

“En los zapatos de los Embera Chamí”: una iniciativa contra la discriminación

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Autor

Rubiela Castelblanco

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Rubiela Castelblanco

Publicado

16 Nov 2018


“En los zapatos de los Embera Chamí”: una iniciativa contra la discriminación

Con este proyecto de memoria histórica, la profesora Rubiela Castelblanco logró que sus alumnos Embera Chamí del Instituto Puerto Pinzón, de Puerto Boyacá, tejieran relaciones de confianza con sus compañeros, y les enseñara el valor de la diversidad.


Si hubiera que darle nuevas definiciones a la palabra voluntad, quizás una de ellas sería Rubiela Castelblanco. Esta mujer, nacida en Boyacá y licenciada en ciencias sociales de la educación de la Universidad Pedagógica y Tecnológica de Tunja, está poniendo su granito de arena en la construcción de paz en el municipio de Puerto Boyacá, a través de la memoria histórica. Su finalidad: contribuir, como lo dice su proyecto de aula, a que “nos pongamos en los zapatos del otro”, en los zapatos de los niños, niñas y adolescentes de la comunidad Embera Chamí que habitan el corregimiento de Puerto Pinzón, en Puerto Boyacá (Boyacá).

Luego de un largo proceso con la Secretaría de Educación de Puerto Boyacá, Rubiela fue seleccionada hace cinco años para ser el reemplazo de un colega que dictaba clases en la Institución Educativa Puerto Pinzón. Una vez empezó a tener contacto con sus alumnos, la profesora se dio cuenta de la situación de discriminación por la que pasaban los estudiantes Embera Chamí, quienes diariamente tienen que recorrer un camino de dos horas para llegar al centro educativo.

En esos encuentros iniciales surgió “En los zapatos del otro”, un proyecto de aula que busca que los estudiantes de esta comunidad indígena puedan salvaguardar sus memorias y que sus compañeros (a quienes los Embera llaman, con cariño, “los blancos”), comprendan el valor de la diversidad y aprendan a respetar la diferencia.

Su iniciativa tomó fuerza cuando empezó a trabajar con algunas de las publicaciones compiladas en la “Caja de Herramientas: Un viaje por la memoria histórica: aprender la paz y desaprender la guerra”, un conjunto de metodologías y de secuencias pedagógicas creada por el Área de Pedagogía del Centro Nacional de Memoria Histórica, que tienen como objetivo abrir discusiones sobre la memoria histórica del conflicto armado colombiano en el ámbito escolar.

Uno de los libros clave para el proyecto de la profesora Rubiela fue “Portete: el camino hacia la paz, el reconocimiento de nuestra diversidad”. Con él, ha hecho un proceso de reconstrucción de memorias plurales, complejas, y a veces contenciosas, que ha contribuido a que sus estudiantes reconozcan la riqueza étnica que hay en nuestro país y los factores que ponen en riesgo la supervivencia material y cultural de los pueblos étnicos.

Las memorias de los alumnos Embera de la profesora Rubiela dan cuenta de las formas de exclusión y violencias que, durante más de 60 años del conflicto armado, padecieron de manera más aguda los pueblos indígenas. “Muchos de ellos o sus familias han vivido el desplazamiento y la violencia en departamentos como Risaralda y Chocó. Es duro escuchar esas voces de desarraigo de la tierra, de las afectaciones por la minería; de familias separadas porque los padres decidieron enviar a sus hijos a otras partes, para que no sean reclutados o no tenga que sembrar coca”, asegura Rubiela.

Con “Ponte en mis zapatos” la profesora Rubiela quiere fortalecer la empatía en sus estudiantes, para que puedan establecer lazos de confianza con ella y sus compañeros, y se sientan libres de compartir sus costumbres, vivencias, arraigos, las marcas que les ha dejado el conflicto y las formas que han encontrado para resistirlo. En palabras de Rubiela, este proyecto de aula lleva implícito el mensaje de que “todos somos diferentes, pero, al fin y al cabo, hermanos”.

Actualmente en la institución educativa hay 15 niños Embera: once en primaria, tres en grado sexto y Dagoberto, el único estudiante Embera de grado noveno. “Todos lo respetan. De cariño le decimos ‘el líder’ y es nuestro intérprete. Me parece valioso que él nos dicte clases a nosotros en su lengua”, sostiene Rubiela.

“Esos niños que antes se sentían excluidos, tienen muchos conocimientos y aportes para convertirse en agentes de paz”, afirma la profesora Rubiela Castelblanco, sobre sus alumnos Embera.

 

En el ánimo de seguir retroalimentando su iniciativa, la profesora Rubiela Castelblanco asistió a “Memorias que transforman: encuentro nacional de redes y experiencias educativas para la construcción de paz”, un evento que reunió en Bogotá a más de 350 estudiantes y profesores de colegios y universidades de 21 departamentos, para compartir iniciativas sobre construcción de paz y memoria, utilizando estrategias pedagógicas e investigativas.

Fue en ese espacio -que duró tres días-, que Rubiela me compartió un llamado que otros participantes también sugirieron: es necesario que los ejercicios de memoria histórica y construcción de paz, impulsados en las escuelas, estén acompañados por estrategias de cuidado emocional. La docente recuerda que en una oportunidad decidió hacer una mesa redonda con sus estudiantes de grado noveno. En ella, cada uno de los alumnos debía sugerir a quién querían perdonar en sus vidas: desde su círculo familiar, pasando por ellos mismos y por personas a las que no les conocen el rostro, pero que les causaron daño a ellos o a sus familias. Allí, la profe Rubiela entendió la necesidad de utilizar mecanismos para que no se abran nuevas heridas.

La profesora Rubiela ha hecho constantes viajes al resguardo indígena Embera para familiarizarse con las costumbres Chamí y con sus principios, como la armonía con la naturaleza. Así, ha recogido más herramientas para facilitar la interacción con sus alumnos que, antes de este proceso, se sentían discriminados por sus compañeros. Hoy el escenario es otro. Los indígenas están ganando espacios de liderazgo, con actividades como enseñarles a otros estudiantes a fabricar manillas y collares. En últimas, lo que esta docente espera, es contribuir a que jóvenes como Dagoberto y los demás Embera puedan convertirse en la nueva generación de dirigentes de su comunidad.

 

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Recordarlo todo: 30 años de la masacre de Segovia

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Laura Cerón

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Laura CerónLaura Cerón

Publicado

16 Nov 2018


Recordarlo todo: 30 años de la masacre de Segovia

Los habitantes de este pueblo antioqueño conmemoraron a las 46 víctimas de la masacre perpetrada por los paramilitares hace tres décadas. Este acto sirvió para recordar al pueblo que alguna vez fue remanso de oro y paz.


A cada persona que entró al auditorio del Museo Casa de la Memoria de Medellín le entregaron un clavel blanco. Las paredes las decoraron con las fotografías de las personas que ya no están porque los desaparecieron o los mataron. En el escenario, un pequeño altar con mantel blanco rodeado de más flores y, sobre el mantel, un listado con los nombres de los 46 hombres y mujeres que asesinaron hace tres décadas en las calles de Segovia, al norte de Antioquia: Pablo, Shirley, Libardo, Jorge, Rosa, Luz, Jesús, Roberto… El listado completo lo leyeron al final del acto.

Se trató de la conmemoración en Medellín de los 30 años de la masacre de Segovia, el pasado 11 de noviembre. Llegaron un poco más de 100 personas para recordar lo que pasó pero, especialmente, para encontrarse. La mayoría pertenece a ASOVISNA (asociación que reúne buena parte de los sobrevivientes y familiares), viven en la capital antioqueña desde hace años y hablan sobre su pueblo como si se tratara del paraíso perdido. Recordaron los familiares muertos, sí, pero a leguas se notaba que la conmemoración también les servía como pretexto para preguntar por familiares, amigos o el hijo “de tal” que se atrevió a regresar al nordeste a trabajar en minería a pesar de continuar como “zona roja” en términos de violencia.

Hubo lágrimas. Hacer la conmemoración de la primera gran masacre de la historia del conflicto armado en Colombia cometida en un casco urbano, también es recordar el miedo y el dolor que ha acompañado a los sobrevivientes durante años. Para algunos, esos sentimientos están acompañados por un deje de frustración política, pues gran parte de las víctimas pertenecían a las disidencias políticas del momento, en especial, simpatizantes y militantes de la Unión Patriótica (UP). Hace siete años elCentro Nacional de Memoria Histórica lanzó el informe “Silenciar la Democracia”, en alusión a la gran mordaza impuesta ese 11 de noviembre y a las 200 personas asesinadas selectivamente entre 1982 y 1997 en esta región. Sin contar con las otras 14 masacres que ocurrieron en la zona y que dejaron 147 víctimas fatales. No todas eran de la UP, también hubo del Partido Conservador, del Liberal, de las juntas cívicas y de las juntas sindicales.

La masacre de Segovia del 88 es la más conocida por la opinión pública por lo que implicó en términos de terror y sevicia, y porque casi cada familia del pueblo tiene una historia que contar sobre ella. Pero algunos de los asistentes al acto conmemorativo en Medellín hablaron más de lo ocurrido a mediados de los noventa, cuando un comando paramilitar perpetró un alto número de asesinatos colectivos. Fue ahí -recuerdan- cuando colapsaron las relaciones comunitarias, y el miedo a pensar y hablar de una manera diferente se apoderó de la gente. Fueron asesinados líderes campesinos, autoridades locales, exalcaldes, exconcejales, profesores y miembros de la Fuerza Pública. A veces, dichas muertes eran precedidas de secuestro o desapariciones forzadas. Aún no se sabe el paradero de algunos de ellos. Aunque los actores y la forma de la guerra han cambiado después de 1998, esta se ha perpetuado hasta hoy, a tal punto que varios de los asistentes también hicieron memoria de familiares asesinados hace tan sólo cinco o seis meses.

  • “Como ciudadanos debemos trabajar por la verdad y la justicia. Si no lo hacemos, nos convertimos en cómplices de nuestra historia”, afirmó el cura durante la misa de conmemoración.

  • La esperanza que existe entre los segovianos es que exista una nueva generación que reivindique la dignidad y la vida.

 

El fin de semana del 11 y 12 de noviembre, también se realizaron conmemoraciones en Segovia, lideradas por otras dos organizaciones de víctimas: la Corporación Acción Humanitaria por la Convivencia y la Paz del Nordeste Antioqueño Cahucopana (Cahucopana), y la Corporación para la Defensa y Promoción de los Derechos Humanos Reiniciar; quienes estuvieron acompañados por organizaciones campesinas de la región, organismos internacionales y la Alcaldía del municipio.

Además de un acto solemne en la plaza central, hubo un recorrido por las calles y lugares donde hace treinta años fueron asesinadas las 46 personas (desde el barrio La Madre hasta la plaza central). La marcha fue acompañada por familiares de víctimas, miembros de las organizaciones civiles, funcionarios locales, dos bandas marciales y estudiantes de colegio, quienes se unieron –durante las dos horas que duró el recorrido- para hacer memoria colectiva de un hecho que no debió ocurrir.

Carlos Morales, líder de Cahucopana, hizo énfasis, especialmente, en las exigencias de justicia y las garantías de no repetición. “Para hablar de justicia, hay que empezar por conocer toda la verdad”, dijo en la plaza. Según las investigaciones judiciales, la violencia política del nordeste estuvo protagonizada por redes criminales articuladas por miembros activos de la Fuerza Pública que operaban en la región, unidos a civiles y grupos paramilitares. Por la masacre de Segovia de 1988 hay condenas contra paramilitares, militares y un político.

Pero no es suficiente. Por eso, representantes de la Comisión de la Verdad y de la Justicia Espacial para la Paz (JEP) fueron invitados a Segovia para que acompañaran la conmemoración. Allí se sentaron en la plaza central a escuchar a las víctimas que quisieron compartir su testimonio. “El genocidio contra la UP es un caso que está en la JEP, cuyo reto es poder contar a la sociedad y a las víctimas qué fue lo que pasó y poder establecer los máximos responsables”, dijo Reinere de los Ángeles Jaramillo, magistrada del Tribunal de paz de la JEP.

A dicha frase tal vez habría que agregarle la necesidad porque Segovia vuelva a ser un lugar digno para vivir en paz, y donde pensar diferente no se convierta jamás en un pretexto para que llegue la muerte.

Listado personas asesinadas el 11 de noviembre de 1988

Pablo Emilio Gómez Chaverra
31 años, minero, simpatizante de la UP, esposo de María del Carmen Idárraga

Shirley Cataño Patiño
11 años, estudiante

María del Carmen Idárraga de Gómez
33 años, ama de casa, simpatizante de la UP

Jorge Luis Puerta Londoño
41 años, secretario del Juzgado de Instrucción Criminal de Segovia

Carlos Enrique Restrepo Pérez
77 años, minero pensionado de la Frontino Gold Mines, simpatizante del Partido Liberal, padre de Carlos
Enrique y Gildardo Antonio Restrepo

Libardo Antonio Cataño Atehortua
Minero

Carlos Enrique Restrepo Cadavid
26 años, carnicero, simpatizante del Partido Liberal

Luz Evidelia Orozco Saldarriaga
20 años, mesera

Gildardo Antonio Restrepo Cadavid
35 años, minero, simpatizante del Partido Liberal

Rosa Angélica Masso Arango
20 años, mesera

Luis Eduardo Sierra
41 años, mecánico, transportador, militante de la UP, cuñado de Jesús García

Jesús Antonio Benítez
34 años, minero

Jesús Antonio García Quintero
41 años, minero

Pablo Emilio Idárraga Osorio
31 años, minero

Luis Eduardo Hincapié
40 años, cotero, simpatizante de la UP

Roberto Antonio Marín Osorio
34 años, empleado de la Frontino Gold Mines, simpatizante de la UP

Fabio de Jesús Sierra Gómez
38 años, albañil

Luis Adalberto Lozano Ruíz
45 años, tendero

Diana María Vélez Barrientos
21 años, ama de casa

Guillermo Darío Osorio Escudero
52 años, minero pensionado de la Frontino Gold Mines, arrendador de caballos, simpatizante de la UP

Olga Lucía Agudelo de Barrientos
42 años, ama de casa

María Soledad Patiño
Ama de casa

Luis Ángel de Jesús Moreno San Martín
16 años, minero

Juan de Dios Palacio Múnera
Minero

Henry Albeiro Castrillón
21 años, cotero, tío de Francisco William Gómez

Jesús María David
Minero

Francisco William Gómez Monsalve
10 años, estudiante

NN masculino
31 años, indigente

Jesús Eduardo Hernández Sierra
Minero

NN masculino
30 años, indigente

María Dolly Bustamante
23 años, ama de casa

Robinson de Jesús Mejía Arenas
31 años, albañil, vendedor de rifas

José Danilo Amariles Ceballos
26 años, minero

Julio Martin Flórez Ortiz
26 años, minero

Jairo Alfonso Gil
Minero

Regina del Socorro Muñoz de Mestre
34 años, empleada de la Frontino Gold Mines

Jairo de Jesús Rodríguez Pardo
46 años, conductor empleado del Municipio de Segovia

José Abelardo Osorio Betancur
46 años, minero

Jesús Emilio Calle Guerra
39 años, despachador de vehículos de servicio público, simpatizante de la UP

Oscar de Jesús Agudelo López
49 años, minero

Guillermo de Jesús Areiza Arcila
32 años, minero

Jesús Orlando Vásquez Zapata
26 años, minero

Fabio Arnoldo Jaramillo Fernández
52 años, minero

Jesús Avalo
28 años, transportador

Jesús Aníbal Gómez García
41 años, minero

Erika Milena Marulanda
15 años, estudiante

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Agenda, Antioquia, CEV, Conmemoraciones, Conmemorativa, JEP, Segovia, Verdad, Víctimas

Serie documental “Somos más que 11” – Entrega III: Walter López López

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Autor

CNMH

Fotografía

CNMH

Publicado

19 Nov 2018


Serie documental “Somos más que 11” – Entrega III: Walter López López

El Centro Nacional de Memoria Histórica presenta el primer ejercicio de memoria sobre el caso de los diputados del Valle del Cauca, secuestrados y asesinados por las FARC. Esta tercera entrega de la serie documental “Somos más que 11”, está dedicada a otra víctima del asalto a la Asamblea del Valle, de la que poco se conoce: Walter López López, conductor del canal RCN, quien murió en el cubrimiento de este hecho.


Dos días antes de su muerte, Walter Sandoval tuvo el presentimiento de que pronto alguien de su familia iba a faltar. Pensó que sería su padre. “Hacía un año que nos habíamos reencontrado con papá después de 8 años. Lo volvimos a ver con diabetes y problemas respiratorios. Pensamos que se iba a morir y vea, el que faltó fue Walter”, contó John Jairo Sandoval,  hermano de Walter Sandoval, otra de las víctimas fatales que dejó el asalto de las FARC a la Asamblea del Valle el 11 de abril del 2002. Ese día, Walter estaba conduciendo el carro del canal RCN, en el que se movilizaban dos reporteros que cubrían el hecho. En medio del operativo de rescate de las fuerzas armadas, Walter recibió un impacto de bala.

“Walter era un berraquito. No se le arrugaba trabajar en lo que fuera -dijo John Jairo-. Si le tocaba recoger naranjas, las recogía. Fue vendedor de biblias, trabajó en una droguería, pasó unos años en una empresa de seguridad… Desde 1998 había logrado entrar a trabajar RCN como mensajero y en el 2002 fue ascendido a conductor. Me decía orgulloso que le estaba yendo bien”.

El carro que Walter estaba manejando, iba tras el rastro del bus en que la guerrilla llevaba secuestrados a once diputados del Valle y a otros funcionarios de la Asamblea. Por petición de los diputados, ya las FARC habían liberado a algunas personas, y los periodistas tenían la esperanza de encontrar nuevas liberaciones. A las 2:30 pm el grupo de periodistas empezó a ver como se acercaba un helicóptero Arpía, que estaba ametrallando y lanzando cohetes hacia una montaña apartada. “El helicóptero se hizo justo encima de nosotros y disparó cohetes hacia la montaña. Nosotros hicimos una banderita con una rama y un pañuelo”, testificaron los periodistas.

Cuando cesaron los ataques, los periodistas  decidieron devolverse. Juan Bautista, quien iba en el carro de RCN, recordó: “Dentro del vehículo, Walter dijo: ‘Voy a ir hasta esa curva para devolverme’. La pequeña curva estaba a escasos cinco metros de donde nos encontrábamos. En el trayecto escuchamos el sonido de un helicóptero que se acercaba. Me agacho y veo en el suelo la sombra de esa mole metálica negra que empieza a disparar. Segundos después, siento que algo impacta en el carro. Cuando alzo la cabeza, observó un hueco en el techo del carro. Inmediatamente Walter se va para un lado, quedando su mano derecha junto a la palanca de cambios”.

Walter se había levantado en una familia con siete hermanos que, a pesar de una vida difícil, se mantuvieron unidos. “La última vez que estuvimos juntos fue en el aeropuerto despidiendo a mi hermano Gilberto, que se fue a otro país  a buscar una mejor forma de vida. Eso hace más de 25 años”, contó su hermano John Jairo.

Y continuó: “Después se fueron al exterior Martha y Bayolet. Ese día Walter le dijo  a Bayolet: ‘hermanita no sé si nos volvamos a ver, pero yo te quiero mucho’. Y no nos pudimos volver a reunir. Para mi familia, después de la muerte de Walter vinieron una serie de sucesos dolorosos como la muerte de mi papá. A los cuarenta días de haber enterrado a mi papá, los paramilitares asesinaron a mi hermano Alex. A Keneth le dispararon siete veces mientras estaba parado en una esquina. Pero bueno… Dios no nos da nada que no podamos soportar ¿no?”.  

“¿Sabe qué me voy a llevar a la tumba? -agregó Jhon-. La risa de mi hermano, era contagiosa  y sincera. Se reía con nada y se sonrojaba”. A su compañero de trabajo, Jhoni Ramírez, también lo contagió la alegría de Walter: “era caleño hasta en su forma de vestir: camiseta, jean y zapatillas. Amante de la salsa al estilo guateque. Bailarín de la salsa de golpe. Bromista hasta el cansancio. El viejo ‘Whaly’ hace falta”. Así era Walter.

Hay una imagen que sus compañeros de trabajo nunca van a olvidar: Walter reclinado sobre la cabrilla de su carro, la mano junto a la barra de cambios, ya sin vida, pero en su puesto de trabajo. Murió trabajando, cumpliendo su deber, lo que siempre hizo en la vida.

Lea el relato completo de la vida de Walter descargando aquí el libro“El caso de la Asamblea del Valle: tragedia y reconciliación” y siguiendo la serie documental “Somos más que 11” que estaremos publicando hasta el 10 de diciembre.

 

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Diputados del Valle, Serie documental Somos más que 11

Los administradores bananeros víctimas del conflicto en el Urabá

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Autor

Juan Camilo Gallego Castro

Fotografía

Juan Camilo Gallego Castro

Publicado

20 Nov 2018


Los administradores bananeros víctimas del conflicto en el Urabá

Desde los ochenta Uriel Darío de la Ossa lideró una asociación de administradores de empresas bananeras, a la cual le asesinaron 217 miembros en tres décadas. En 2016 la Unidad de Víctimas los reconoció como sujeto de reparación colectiva. Su archivo es uno de los 2043 que hacen parte del Registro Especial de Archivos de Derechos Humanos (READH), identificados por el CNMH en los últimos cuatro años.


Juan Camilo Gallego Castro

En la oficina de Uriel Darío de la Ossa, de 84 años, hay un par de escaparates con carpetas arrumadas. Lo que hay ahí es información de la Asociación de Administradores y Empleados de Empresas Bananeras de Urabá (Asafibu). Él es un sobreviviente, la asociación es una sobreviviente.

Uriel nació en San Marcos, Sucre, a los 21 años se fue a trabajar la ganadería en el Bajo Cauca, y en 1981 se fue para Turbo, Urabá antioqueño. “Acá lo que da la plata es el banano”, le dijeron. Y si bien no sabía del negocio le ofrecieron dos fincas para administrar.

Al poco tiempo conoció los sindicatos de trabajadores Sintragro y Sintrabanano. El 13 de febrero de 1987, junto a 87 administradores, gerentes y dueños de empresas bananeras crearon Asafibu ante los constantes asesinatos selectivos de empleados y administradores a manos de las guerrillas. Entre otras razones, para velar por el bienestar del gremio y sus familias, así como para gestionar capacitaciones y formular proyectos. “Creamos la Asociación por la violencia que había en esa época, por distraer el problema que teníamos. Hacíamos actividades deportivas, recreativas, buscando entretenerlos. Los trabajadores afiliados llegamos a ser 412. Hoy no hay ni la mitad de fincas de ese tiempo”, dice.

Hubo 217 administradores muertos en Urabá en las últimas tres décadas, asegura Uriel. De acuerdo con el Observatorio de Memoria y Conflicto en esta región del país hubo 7.135 asesinatos selectivos entre 1958 y septiembre de 2018. La mayoría de ellos ocurrieron a partir de los ochenta.

De acuerdo con el libro de Clara Inés García y Clara Inés Siegert “Geografías de la guerra”, entre 1988 y 1991 “Urabá tenía dibujada una clara división territorial bélica […] bajo una lógica político-militar guerrillera. En él se distinguen, de una parte, los territorios de influencia EPL al norte de Urabá (Necoclí, Arboletes, San Juan de Urabá, San Pedro de Urabá y norte de Turbo) y en los límites con Córdoba, y de otra parte los territorios de dominio Farc en la parte limítrofe del Chocó y el sur del Urabá antioqueño (sur de Chigorodó, Mutatá y Vigía del Fuerte). El Centro de Urabá, correspondiente al eje bananero, hacía las veces de territorio de confluencia de ambas guerrillas, donde los límites político-militares entre ambas operaban desde un espacio local que distinguía fincas Farc o EPL según la adscripción de los trabajadores a uno u otro sindicato de su influencia (Sintrabanano y Sintagro, respectivamente)”.

A comienzos de los 90 se dio la negociación del gobierno con el EPL, ante esto las FARC copó el territorio. Tras la desmovilización inició “una guerra sucia que involucró a las FARC en alianza con la disidencia del EPL, a los paramilitares y a sectores del EPL reinsertados”, indican en el libro las académicas Clara Inés García y Clara Inés Siegert. De acuerdo con su investigación, a partir de 1992 los grupos paramilitares entraron a disputar el territorio y de esta manera se recrudeció el conflicto.

Uriel no estuvo exento de ese conflicto. En 1983 lo intentaron matar. Fue hasta el campamento del EPL a dar la cara. Se encontró de frente con el hombre que antes quiso asesinarlo. “Necesito hablar con el comandante”, dijo retando a la muerte.

Logró salir con vida ese día.Pero el 5 de septiembre de 1995, las FARC cometieron la masacre de la vereda Bajo del Oso en Apartadó, en donde murieron 24 personas. Uriel no lo soportó y se fue de Urabá, regresó a su San Marcos casi medio siglo después. La asociación dejó de funcionar entre 1996 y 2013. Solo hasta hace cuatro años Uriel volvió a estar al frente. A su regresó a Apartadó actualizaron la personería jurídica, reformaron los estatutos y emprendieron la tarea de reclamar sus derechos vulnerados en el conflicto armado. Hoy tienen 98 administradores y empleadores activos.

Dice Aidé Torres Serna, socia e integrante de la mesa directiva, que en diciembre de 2016 Asafibu fue reconocida por la Unidad de Víctimas como sujeto de reparación colectiva. Sus archivos les ayudó para el reconocimiento, “son muy importantes porque recopilamos información de cada uno de nosotros, de los hechos victimizantes -como extorsión, amenazas, desplazamiento, asesinato-. Cada miembro tiene un historial”, dice.

Aidé se encargó de clasificar este archivo en el que se encuentran recortes de prensa, fotografías, testimonios de los afiliados sobre las victimizaciones que sufrieron en el conflicto; una base de datos con los 217 administradores asesinados, correspondencia con organizaciones e información legal de la Asociación. Este archivo es uno de los 2.043 que la Dirección de Archivo de Derechos Humanos del CNMH ha identificado en el país desde 2015 y fue incluyó en el Registro Especial de Archivos de Derechos Humanos (READH), un proceso que continúa en todo el país.

Y en el archivo que Uriel y Aidé guardan en los escaparates de su asociación en Apartadó, hay información importante de un grupo de personas que también sufrió el conflicto armado: no solo los trabajadores bananeros, también los gerentes, administradores y propietarios de las fincas.

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La lucha de los cañoneros por sacar la verdad del río Cauca

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Laura Cerón

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Laura Cerón

Publicado

20 Nov 2018


La lucha de los cañoneros por sacar la verdad del río Cauca

Los habitantes del cañón del río Cauca, afectados por las obras de Hidroituango, se unieron para exigir verdad y justicia sobre la violencia en su territorio. Denuncian que muchos continúan sin hogar y trabajo, y que se sienten amenazados por hacer estos reclamos.


Juan José Toro

Al borde de las gradas del coliseo de Ituango (Antioquia), un grupo de treinta barequeros y pescadores del cañón del río Cauca discute sobre religión. Que si pasear las ánimas por las calles es un ritual pagano o no, que si hay un solo dios o muchos. En el Movimiento Ríos Vivos Antioquia se respetan la palabra, aunque el tema sea álgido y las opiniones contrarias.

Durante esos días, el 1 y 2 de noviembre, tuvieron varias conversaciones así. Algunas sobre el pasado, cuando aprendieron a anudar un anzuelo o sacar oro de las aguas amarillas del río. Otras sobre el presente, que los tiene casi confinados en ese coliseo, su casa desde hace seis meses. Y otras más sobre el futuro, que enfrentan sin certezas pero con energía.

Hablaron de rituales y religiones porque estaban decidiendo cómo sería la ceremonia para llegar hasta la plaza del municipio, donde hicieron la primera parte de la conmemoración “Cañoneros y cañoneras contra el silencio y el olvido”.

En las últimas décadas del siglo pasado, y lo que va de este, varios grupos armados han azotado el norte de Antioquia. Las confrontaciones entre los frentes 18, 36 y 5 de las Farc, los bloques Mineros y Metro de los paramilitares, el Ejército y la Policía dejaron, según cifras del Observatorio de Memoria y Conflicto del Centro Nacional de Memoria Histórica, al menos 110 masacres y 2.345 desaparecidos en los 17 municipios que rodean al río Cauca en Antioquia.

Sobre esas montañas, estratégicas para el control territorial, por donde se puede salir a Córdoba o al Urabá o al Nudo de Paramillo, ocurrieron, masacres muy recordadas como la de El Aro y la de La Granja, ambas en 1997, y por las que la Corte Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) condenó al Estado colombiano en el 2006.

Esos mismos municipios, donde aún no hay ni verdad ni justicia completas, están en la zona de influencia de Hidroituango, la megaobra que pretende suplir el 17% de energía del país. “No puede haber desarrollo así en una zona que todavía está herida por el conflicto”, dijo Isabel Zuleta, vocera de Ríos Vivos. “Todavía estamos adoloridos, buscamos a nuestros desaparecidos, seguimos siendo amenazados. Este territorio fue vaciado prácticamente por la violencia y así es muy difícil asumir críticamente un proyecto como Hidroituango”.

El día de la conmemoración, cuatro mujeres y un hombre completamente pintados de blanco recorrieron las calles de Ituango como si fuera un purgatorio. Los guió Estela Posada, miembro de Ríos Vivos, quien hizo de animera, un oficio tradicional de algunos pueblos antioqueños que consiste en pasear a las almas en pena, y caminaron por lomas empinadas hacia la plaza principal. Detrás de ellos se organizaron los demás integrantes de Ríos Vivos que viajaron de otros municipios. Arengaron contra la megaobra y entonaron canciones con nostalgia por su vida junto al río.

  • En medio de la conmemoración, los habitantes de la zona de influencia de Hidroituango denunciaron que varios de los líderes que han luchado por volver a recuperar su forma de vida junto al río Cauca, han sido objeto de amenazas e intimidación.

  • Tomados de las manos y con los puños en alto, los habitantes del cañón del río Cauca hicieron un minuto de silencio por sus muertos.

  • El desbordamiento del río Cauca causó que las dinámicas creadas entre las mismas comunidades, como la pesca y el trueque, cambiaran drásticamente.

Así empezó el acto de protesta y memoria en Ituango, seis meses después de que esos mismos hombres, mujeres y niños se vieron obligados a tomarse el coliseo y armar allí un campamento improvisado. En mayo de este año, un taponamiento en uno de los túneles de Hidroituango causó una crecida súbita del río Cauca y miles de personas tuvieron que ser evacuadas de su ribera, donde vivían y trabajaban, para buscar albergues o desplazarse hacia otros municipios a intentar conseguir mejor suerte.

La vida en el coliseo no es fácil, pero se las arreglan. Montaron carpas por familias, tienen una cocina pequeña y una olla comunitaria, colgaron las vallas y los telares que usan en las protestas y afuera, en un pastal tras una reja, sembraron una huerta con lechuga, albahaca, cilantro y otros alimentos. Las atarrayas y las bateas con las que trabajaron toda su vida están por ahí, de adorno, arrumadas, en desuso.

A los cañoneros y cañoneras se les juntó un problema de hace años, el de la verdad sobre sus seres queridos asesinados o desaparecidos, con uno más reciente, el de la emergencia ambiental por los daños en el proyecto hidroeléctrico. Entre los dos hay un cruce aterrador: el llenado de la represa pudo haber cubierto de agua decenas de fosas comunes y sitios de enterramiento. Allí podría estar sumergida la verdad que buscan.

En mayo hubo una audiencia pública en la CIDH, donde la Fiscalía dijo que investigaba 502 casos de desaparición forzada, pero los líderes de Ríos Vivos Antioquia exigen que las investigaciones avancen más rápido. Y que, de ser necesario, se vacíe el embalse. Todo eso sucede mientras varios grupos armados siguen rondando el territorio. En los últimos meses, varios líderes y lideresas de Ríos Vivos Antioquia han denunciado amenazas de muerte.

Parados sobre una tarima en la plaza principal de Ituango, con la cabeza en alto, Isabel Zuleta y otros voceros del movimiento leyeron durante una hora, una por una, las 110 masacres ocurridas en su territorio desde 1958. Las de Santafé de Antioquia, las de Liborina, las de Olaya, las de Buriticá, las de Sabanalarga, las de Peque, las de Toledo, las de Briceño, las de San Andrés de Cuerquia, las de Yarumal, las de Ituango, las de Valdivia, las de Tarazá, las de Cáceres, las de Briceño, las de Caucasia y las de Nechí. Después de cada una gritaron “¡nunca más, nunca más, nunca más!”.

En la noche, el silencio se convirtió en fiesta. En una chiva repleta se fueron a buscar el río en la vereda El Líbano, a una hora del casco urbano de Ituango. El agua, dijeron, estaba varios metros más arriba que unas semanas atrás y se había tragado otro tramo de la carretera, que debe ser cruzado en ferri.

Sus caras se transformaron apenas estuvieron junto al ‘Patrón Mono’, como llaman al río Cauca. Amarraron anzuelos y se montaron en dos canoas encalladas, cantaron trovas improvisadas, hicieron aguapanela comunitaria, se mojaron hasta las rodillas e intentaron pescar con las manos y una linterna.

“El río nos daba todo, lo que uno quisiera”, dijo una de las participantes de la conmemoración, Cecilia Muriel. Aunque ese tono de nostalgia a veces se convertía en desilusión: el río está muerto, el río está sucio, el río no tiene cauce, dijeron también algunos.

Cerca de medianoche hubo silencio. Cada uno tenía en sus manos una pequeña barca de madera con una vela adentro. “Que toda la fuerza que podamos depositar en esas barcas la pongamos en este charco. Vamos a encender las velas y las vamos a lanzar todas al tiempo”, les indicaron.

El momento más solemne ocurrió antes de encenderlas. Megáfono en mano, voluntariamente se pararon a dar unas palabras, a entregar sus esperanzas al río, a pedir deseos o hacer reclamos. Casi todos lo hicieron. Mientras uno hablaba, el resto bajaba la mirada.

“Esta luz la mando por esos compañeros que han fallecido en nuestra lucha”. “Que sea un recuerdo muy bonito que le entregamos a este río, que ya no es río sino pozo”. “A todos los seres queridos que el río acogió y tiene abrazados sin que sepamos de ellos, que reciban esta lucecita con mucho cariño. Que sepan que no están en el olvido”. “Con esta luz pido paz para todos, hasta para los que nos han hecho tanto daño, porque todos merecemos vivir”.

De mano en mano, pasaron las barcas con las velas prendidas hasta las canoas y a la cuenta de tres las entregaron al río, que lentamente se las llevó hacia el horizonte.

 

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Antioquia, Conmemoraciones, Ituango, Masacres, Ríos Vivos, Víctimas

Serie documental “Somos más que 11” – Entrega IV: Héctor Sandoval Muñoz

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CNMH

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CNMH

Publicado

20 Nov 2018


Serie documental “Somos más que 11” – Entrega IV: Héctor Sandoval Muñoz

El Centro Nacional de Memoria Histórica presenta el primer ejercicio de memoria sobre el caso de los diputados del Valle del Cauca, secuestrados y asesinados por las FARC. En esta cuarta entrega de la serie documental “Somos más que 11”, conocerá la historia de un camarógrafo de RCN que perdió la vida cubriendo este hecho: Héctor Hernando Sandoval Muñoz. Un apasionado por las imágenes; una persona audaz, independiente y con afán de vivir la vida.


El día del asalto de las FARC a la Asamblea del Valle, el 11 de abril del 2002, una bala de ametralladora disparada desde un helicóptero Arpía de la Fuerza Aérea impactó a Walter López, el conductor del carro de RCN que transportaba a los periodistas que cubrían el hecho. Mientras los reporteros atendían al conductor, nuevamente fueron impactados. 

Juan Bautista, uno de los periodistas, recuerda: “Nosotros empezamos a gritar: ‘¡No disparen!, ¡somos periodistas!’”.  Luego se lanzaron hacia la montaña para librarse de los impactos, y se dieron cuenta de que el camarógrafo Héctor Hernando Sandoval Muñoz estaba herido en su pierna izquierda. A pesar de los intentos de sus compañeros por auxiliarlo, Héctor murió en el Hospital Departamental de Cali al siguiente día.

“Mi hermano murió en su ley, en su trabajo. Murió rescatando a su amigo”, dijo su hermano Fredy. Su compañero Juan Bautista aseguró que hasta sus últimos momentos Héctor fue un apasionado por la imagen:  “Me pidió que lo grabara. Me dijo: ‘flaquito, grábame’. Le dije: ‘tranquilo hermano, voy a buscar ayuda’. Y me respondió: ‘Marica, me estoy muriendo, grábame’”.

La carrera profesional de Héctor comenzó tempran0. Sus hermanos recordaron que entró al medio de la televisión a los 19 años y se formó en la Academia de Dibujo Profesional de Cali, donde estudió diseño y producción de audiovisuales. Un vecino que trabajaba en RCN lo recomendó y allí encontró las oportunidades que había soñado. “Era muy bueno grabando las escenas de los partidos de fútbol. Lo hacía tan bien que le encomendaron la edición de las imágenes y aspiraba a ser camarógrafo de producción de telenovelas”, recordó su hermano Juan Diego.

Su encuentro con la fuerza vital del periodismo le llegó cuando empezó a cubrir las noticias de orden público. En uno de estos cubrimientos, la explosión de un laboratorio de coca que él seguía a través del visor de su cámara, estuvo a punto de perder un ojo. Un vidrio le produjo una herida en la cara que lo mandó al hospital Valle de Lili. Cuando su madre Orfa recibió su llamada, desde la sección de urgencias, se alarmó pero entendió que ese era el precio que debía pagar su hijo, por seguirle la pista a la turbulenta historia del país con una cámara al hombro.

El trabajo en los medios de comunicación había sido común en la familia. Su padre, Carlos Enrique Sandoval, fue por muchos años jefe técnico de Caracol televisión. “Todos mis hermanos y mis tíos aún trabajan en el medio”, contó Fredy. De hecho,  Juan Diego, su otro hermano, oficiaba como camarógrafo de Telepacífico y Luis Carlos, su hermano también, era conductor de la Fly de RCN, en el momento en que hacían estas evocaciones.

Se les renovaba la admiración al recordar los trofeos ganados por su hermano. “Mi hermano se ganó varios premios como reportero gráfico. Se ganó uno por un documental sobre la protección ecológica del Río Cauca. También, cuando salió de la universidad, obtuvo un premio como mejor estudiante”, contó Fredy.

Más que esos trofeos o sus trabajos de reportería, a Héctor lo definieron los últimos momentos de su vida. Las imágenes de esos minutos de espanto se conservaron en su cámara, que quedó encendida en el suelo durante los abaleos. Esas imágenesle recordaron a su hermano Juan Diego que “Héctor siempre decía que quería hacer una noticia que saliera a nivel mundial, que tuviera una repercusión nacional y lamentablemente la hizo, por cosas del destino fue la noticia de su muerte”.

Lea el relato completo de la vida de Héctor Sandoval Muñoz descargando aquí el libro“El caso de la Asamblea del Valle: tragedia y reconciliación” y siguiendo la serie documental “Somos más que 11” que estaremos publicando hasta el 10 de diciembre.

 

Publicado en Noticias CNMH



Diputados del Valle, Serie documental Somos más que 11

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