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La Ruta Pacífica de las Mujeres: un movimiento feminista que abraza los territorios

«En Urabá no hay resistencia, hay berraquera»

Autor

CNMH

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Movilización Nacional de la Ruta Pacífica de las Mujeres «Un viaje de alegría y fiesta por la vida» en el Bajo Cauca y el Norte de Antioquia. Crédito: Ruta Pacífica de las Mujeres.

Publicado

18 diciembre 2023


La Ruta Pacífica de las Mujeres: un movimiento feminista que abraza los territorios

Desde 1996, la organización feminista, pacífica y antimilitarista ha transitado Colombia poniendo en el centro el cuerpo de las mujeres como territorio de violencias en el conflicto armado.

 

En la tierra donde el banano brota con facilidad y el conflicto armado ha dejado una huella imborrable, empezó a sonar un llanto colectivo de dolor que alcanzó los oídos de más de mil mujeres en Colombia. En 1996, al Urabá antioqueño llegaron alrededor de mil quinientas mujeres para abrazar a aquellas cuyos cuerpos eran desgarrados por la violencia.

«Supimos que había un corregimiento donde el 70 % de las mujeres eran víctimas de violencia sexual», dice Marina Gallego Zapata, coordinadora nacional y cofundadora de la Ruta Pacífica de las Mujeres (RPM). Esa cifra despertó las alarmas de las organizaciones de mujeres y se sumó a la intranquilidad por el pico de desplazamientos y masacres que había en la subregión. «Teníamos que hacer algo por esas víctimas totalmente invisibles en Colombia», agrega.

En ese momento, la RPM no existía, pero la necesidad de una movilización era latente. «No hubo que convencer a nadie, sino que más bien canalizamos la situación para juntarnos», explica la coordinadora nacional. En una época en la que no existían las redes sociales, las organizaciones —en su mayor parte de Medellín— aparecieron en los periódicos de la época, nacionales e internacionales, y llegaron hasta Mutatá (Antioquia).

 

 

De acuerdo con Kelly Echeverry Alzate, coordinadora de la RPM en Antioquia, desde esa movilización se empezó a tejer y a construir el movimiento. «La Ruta cruza todos esos territorios que eran negados para las mujeres y reivindica que este país también nos pertenece», puntualiza.

 

 
 
 
 
 
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Una sombrilla de organizaciones

Han pasado 27 años desde la consolidación del movimiento feminista, pacifista y antimilitarista, y una de las razones por las que se ha mantenido en el tiempo tiene que ver con las organizaciones que lo componen. «Las que vinieron no fueron mujeres individuales —señala Marina—. Cuando decidimos crear la Ruta, fue una decisión colectiva de nueve regiones».

Las cerca de mil quinientas mujeres que llegaron a Mutatá estuvieron impulsadas por el dolor de las víctimas. «Cuando uno escucha a las cofundadoras, había mucha indignación y creo que eso convocó a otras feministas», precisa Kelly sobre el movimiento que pone en el centro el cuerpo de las mujeres como territorio afectado por violencias sistemáticas.  «La RPM es un proceso, es como una sombrilla en la que están todas las organizaciones».

En vez de debilitarse, el tejido que se construyó desde noviembre de 1996 se ha fortalecido. «Yo no sé si las fundadoras sabían que esto iba a perdurar durante más de veinte años y se iba a volver un movimiento tan potente», indica la coordinadora de Antioquia. Así, Mutatá fue la primera de muchas movilizaciones que buscaron la paz y la reivindicación de las mujeres.

 

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«Del 2000 al 2009, la RPM se mantuvo, se sostuvo y se consolidó en medio de un país que no daba para negociaciones», comenta Gallego. A diferencia de otras organizaciones que desaparecieron bajo la política de Seguridad Democrática, «nosotras nos hicimos al lado de las mujeres y mantuvimos una agenda hasta que llegó el Acuerdo de Paz con las FARC», añade.

Ni un hombre, ni una mujer, ni un peso para la guerra

La Ruta Pacífica de las Mujeres ha pasado por el territorio a contracorriente. «Que un montón de mujeres entraran sin pedir permiso a Mutatá, sin militarizar la zona, es un acto de profunda rebeldía y sentido por la vida», sostiene Echeverry. Y ese ejercicio por y para las mujeres generó una fuerza colectiva de decir «aquí estamos».

Las feministas que le han apostado a seguir los caminos tejidos desde Urabá entendieron que los armados también podían ser los hijos e hijas de las activistas. «Este movimiento no solo es en contra del uso y gasto en las armas —reflexionó Kelly—, sino que es también en contra de la militarización de la vida civil y cotidiana».

 

 

Sin la consigna con la que nació la RPM («ni un hombre, ni una mujer, ni un peso para la guerra»), el movimiento no sería lo que es hoy. «El camino del antimilitarismo ha sido nuestro polo a tierra. Es nuestro apellido fundante, que propende por la recuperación de la vida y del territorio dignamente», afirma la coordinadora de Antioquia.

Tanto Kelly como Marina han encontrado un apoyo colectivo en la Ruta, y esa sensación también se ha replicado a lo largo del país. «Creo que la movilización es un abrazo real a los territorios», dice Echeverry. Las mujeres saben que cuentan con un apoyo, saben que si violan a una o incluso si reclutan a un menor de edad la Ruta denunciará.


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«En Urabá no hay resistencia, hay berraquera»

«En Urabá no hay resistencia, hay berraquera»

Autor

CNMH

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Integrante de la Corporación Camaleón de Apartadó durante la presentación de la obra de teatro Érase una vez un Pueblo Bello, en el cuarto encuentro subregional de la estrategia de territorialización del CNMH.

Publicado

29 noviembre 2023


«En Urabá no hay resistencia, hay berraquera»

Entre el 16 y el 18 de noviembre, alrededor de 100 personas se congregaron en Apartadó (Antioquia) para conocer y construir en conjunto la propuesta de territorialización del Centro Nacional de Memoria Histórica (CNMH) «El territorio habla, el centro escucha».

 

«Esta es una tierra donde las madres enterramos a los hijos, porque estamos maldecidos», dijo una de las voces que interpretó la obra de teatro Érase una vez un Pueblo Bello. La pieza cuenta la historia de un corregimiento de Turbo (Antioquia) que afrontó uno de los episodios más violentos del conflicto armado tras vivir una incursión guerrillera y luego una paramilitar. De acuerdo con María Victoria Suaza, directora de la Corporación Camaleón de Apartadó (Antioquia), la obra narra el momento en que Los Castaño llegaron al territorio y amenazaron a la comunidad: «Pidieron 42 cabezas de ganado y, si no aparecían, entonces se llevarían, por cada res, la cabeza de un hombre».

 

Conoce las cinco reflexiones sobre la estrategia de territorialización del Centro Nacional de Memoria Histórica 

 

A pesar de que eran 42 cabezas de ganado, la historia se refiere a 43 asesinatos cometidos por los paramilitares en la zona. Según Suaza, la última víctima es un mito: distintos relatos —recopilados por la corporación— detallan que el último homicidio correspondió al de un señor que le extendió la mano a un camión… nunca más se volvió a saber de él. «Cuando se subió, uno de los paramilitares dijo: ‘Entonces serán 43’», puntualizó María Victoria.

El 17 de noviembre, el grupo teatral representó la masacre ocurrida entre el 13 y el 14 enero de 1990 y las lágrimas de los espectadores corrieron por sus rostros. Para la directora, ese es el poder del arte: «Mirar de frente el pasado para encontrar herramientas para el presente y no perder la esperanza de futuro». Así, la subregión de Urabá ha encontrado la manera de afrontar y renacer en medio del dolor. «Este territorio no es solo banano y masacres, Urabá es resistencia y mucha fuerza». 

 

 

La obra de teatro se presentó durante el cuarto encuentro subregional del Centro Nacional de Memoria Histórica (CNMH), realizado entre el 16 y 18 de noviembre en Apartadó. En esas fechas, el municipio les dio la bienvenida a casi cien personas víctimas del conflicto armado para presentar y construir en conjunto la propuesta de territorialización «El territorio habla, el centro escucha». El encuentro reunió tres departamentos: Antioquia, Chocó y Córdoba. «Pudieron escuchar tres departamentos de Colombia que han sido golpeados por la violencia —manifestó Birleyda Ballesteros, integrante de la Mesa de Víctimas de Apartadó—. Yo lo llamo las tres Urabá».

Hablar y ser escuchado

  • Imagen de las casi cien personas que asistieron al cuarto encuentro subregional de la estrategia de territorialización del CNMH.

  • Imagen de las casi cien personas que asistieron al cuarto encuentro subregional de la estrategia de territorialización del CNMH.

  • Imagen de las casi cien personas que asistieron al cuarto encuentro subregional de la estrategia de territorialización del CNMH.

  • Imagen de las casi cien personas que asistieron al cuarto encuentro subregional de la estrategia de territorialización del CNMH.

  • Imagen de las casi cien personas que asistieron al cuarto encuentro subregional de la estrategia de territorialización del CNMH.

 

Las muestras artísticas, los liderazgos desde las mesas municipales de víctimas y la lucha por espacios de memoria han sido algunas de las formas de afrontar el conflicto armado en la subregión. Bien lo dijo Ariel Moreno Rovira, invitado del encuentro: «Aquí no hay resistencia, hay berraquera con lo que hicieron con este territorio».

Los profesionales del CNMH reconocieron la necesidad de escuchar las iniciativas de memoria y resistencia que se han adelantado en Urabá. Según Óscar Cárdenas, coordinador del equipo regional pionero, el propósito del encuentro no solo fue tejer lazos entre esas fronteras que tienen dinámicas similares, sino también «pensar unos planes territoriales de memoria para entender cuáles son las acciones que se han realizado en el territorio».

 

El CNMH presenta la estrategia de territorialización en el rincón de la memoria de Yarumal 

 

Durante las mesas de trabajo se efectuó un ejercicio de cartografía social en el que salieron a la luz algunas de las necesidades de las comunidades: presencia estatal en las comunidades, garantía de los derechos de los líderes sociales y capacitación de los habitantes. «Queremos que esto no sea cosa de un día, sino que haya unas bases consolidadas en los territorios», señaló uno de los invitados. Ese deseo corresponde a un compromiso del CNMH de regresar al territorio. «La apuesta es esa: que sean las víctimas las voces que trabajen de la mano del Estado», destacó Karen Valencia, integrante del equipo regional pionero.

 

 
 
 
 
 
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La llegada del CNMH al territorio ha empezado a cambiar la perspectiva de las víctimas. Así lo confirmó María Victoria Suaza, al afirmar que ver a los profesionales de la entidad le trajo mucha esperanza: «Hay que empezar a tejer tantos hilos sueltos que tenemos en este país. Uno a veces se imagina el Centro Nacional de Memoria Histórica como una estatua, pero aquí podemos sentirlo y percibirlo», precisó.


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Colectivo La Chinita

Comunidad de La Chinita hace memoria y clama por la paz

Exilio: la memoria, un regreso a casa.

Autor

CNMH

Foto

CNMH

Publicado

23 julio 2020


Comunidad de La Chinita hace memoria y clama por la paz

  • El próximo domingo 26 de julio se lanzará: “En La Chinita cantamos por la memoria y la paz”.
  • En esta iniciativa de memoria, familiares y amigos de algunas de las 35 víctimas de la masacre de La Chinita, así como sobrevivientes del hecho, perpetrado por integrantes del V Frente de las Farc-ep en esa comunidad de Apartadó, Urabá antioqueño, en 1994, rescatan a través de la música de su región los momentos festivos de la comunidad, que fueron frustrados por la acción violenta.
  • El lanzamiento incluirá el estreno de un videoclip y una canción con la que quieren dignificar el nombre de sus seres queridos y hacer un llamado a la paz; el bullerengue sentao “En La Chinita cantamos por la memoria y la paz”.

Luego de 26 años, la comunidad de La Chinita podrá concluir la celebración que guerrilleros del V Frente de las Farc interrumpieron cuando entraron al poblado, en el municipio de Apartadó, Urabá antioqueño, para asesinar a 35 personas y dejar otras 17 heridas. La fiesta continuará, y así quedó registrado en una Iniciativa de Memoria de la que hace parte una canción y un videoclip realizado en un trabajo conjunto entre funcionarios y contratistas del Centro Nacional de Memoria Histórica (CNMH) y el Colectivo La Chinita.

Este producto de memoria, que será presentado a la opinión pública en el Facebook del CNMH este domingo 26 de julio desde las 2:00 p.m., en un conversatorio que tendrá como protagonistas a sobrevivientes de la masacre, así como amigos y familiares de las víctimas, empezó a ser construido en 2019, con la interacción del Colectivo La Chinita, en el barrio Obrero y la Estrategia de Apoyo a Iniciativas de Memoria Histórica del CNMH, para fortalecer sus ejercicios de memoria y explorar los lenguajes con los que se querían representar y narrar sus recuerdos y su proceso de recuperación.

Durante las actividades, las integrantes del Colectivo se pusieron de acuerdo en volver al pasado y representarlo en una canción, el bullerengue sentao, “En La Chinita cantamos por la memoria y la paz” acompañado de un videoclip y un librillo en el que la letra y la música hacen referencia a los hechos dolorosos, pero también, a la esperanza y la solidaridad.

“La canción fue pensada por nosotros, la letra es nuestra. Para mí, la importancia de estas iniciativas de memoria es que uno ve el avance que va teniendo como persona, como colectivo. Esa memoria es recordar, vemos el avance que hemos tenido. Recordar el pasado mirando siempre el futuro”, cuenta Silvia Berrocal, integrante del Colectivo La Chinita.

Valga destacar que el video fue rodado en La Calle de la Esperanza, espacio que ha sido resignificado y que hoy día es sinónimo de resiliencia y construcción de paz para la comunidad.

Les invitamos a una jornada en la que nos acompañarán Silvia Irene Berrocal García, Claribel Cuello Banda y Luz Marina Mosquera Arroyo, integrantes del Colectivo La Chinita, y el grupo de bullerengue Alma Negra, quienes nos contarán cómo surgió el Colectivo y la iniciativa de memoria y nos interpretarán algunas canciones del folclor colombiano, especialmente de la región de Urabá.

La transmisión podrá verse a través de Facebook live en el perfil del Centro Nacional de Memoria Histórica el domingo 26 de julio a las 2:00 p.m,Podrán seguir toda la campaña de lanzamiento por medio de los hashtags #TerritoriosyMemorias y #LaChinita ¡Les esperamos!

Antecedentes históricos de violencia

Urabá ha sido uno de los escenarios del conflicto armado interno que ha azotado a Colombia en las últimas seis décadas. La agroindustria bananera, la ganadería y su ubicación estratégica cercanas al mar Caribe y bañadas por las aguas del río Atrato, son las razones que explican la presencia de diversos grupos armados y sus enfrentamientos por el control de este territorio. Según la publicación del Centro Nacional de Memoria Histórica (CNMH) Una nación desplazada: informe nacional del desplazamiento forzado en Colombia, entre 1989 y 1996, se registró en Urabá la más alta tasa de población desplazada con 167.178 personas: “los municipios que registraron mayores niveles de expulsión fueron Turbo (38.136), Necoclí (17.787), Tierralta (9.998), Apartadó (9.890) y Arboletes (9.761)”.

A partir de 1994 la violencia en el territorio asumió un carácter más aterrador. Datos del informe ¡Basta ya! Colombia: memorias de guerra y dignidad afirman que en menos de cinco años se presentaron 52 masacres, entre estas la de La Chinita, la madrugada del 23 de enero de 1994, donde murieron 35 personas, entre los cuales se encontraban tres menores de edad, mientras departían en un evento masivo y festivo organizado por la comunidad. Esto provocó desplazamientos forzados y homicidios selectivos en toda la región.

Durante varios años la justicia no pudo determinar el autor intelectual y material de la masacre, pero poco a poco se estableció que miembros del V frente de las Farc fueron los directos responsables del ataque a la población civil que se encontraba en dicho poblado.

Solo en el año 2016, durante la firma del Acuerdo de Paz, algunos integrantes de la cúpula de las Farc hicieron presencia en el Barrio Obrero-La Chinita para pedir perdón por este hecho a los familiares y sobrevivientes de la masacre. Esto animó al Colectivo La Chinita en el propósito de recuperar y divulgar las memorias sobre su proceso comunitario, sus familias, la construcción de paz territorial y el diálogo intergeneracional con los niños, niñas y adolescentes de sus comunidades.

En el contexto de confrontaciones bélicas, negociaciones de paz y reconciliación, el CNMH, desde sus diferentes estrategias y equipos, ha acompañado diferentes acciones e iniciativas de memoria de los grupos y organizaciones de víctimas, de los cuales resaltamos a Urabá como un territorio de memorias. Desde el 2014 la Estrategia de Apoyo a Iniciativas de Memoria Histórica ha identificado, registrado y acompañado diferentes procesos  en once comunidades usando lenguajes expresivos que van desde prácticas artísticas y culturales hasta procesos pedagógicos de memoria.


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“Memorias que renacen del municipio de Carepa”

Noticia

Autor

Camilo Ara

Fotografía

Camilo Ara

Publicado

16 Mar 2018


“Memorias que renacen del municipio de Carepa”

Es el nombre que recibe un documental que recoge las memorias de las masacres ocurridas en las fincas bananeras de Osaka y Cuna del municipio de Carepa, en el Urabá antioqueño. Una pieza audiovisual en clave de resistencia de los sobrevivientes y las familias de las víctimas en esta región de Colombia.


Por: Daniel Valencia para el CNMH

Entre bananeras se escuchan voces que insisten en lo mismo: “El Urabá es más que sangre y dolor”, “más que malas noticias”, “aquí hay gente buena”, “no todo ha sido guerra”, “este es el paraíso”, “el territorio de los mil colores”, “la mejor esquina de América”. Cuando se llega a Carepa, municipio de Urabá, lo primero que impresiona es su paisaje: un mar de plátano y banano hasta donde alcanza la vista, y más allá. Después están los frescos y largos túneles verdes formados por árboles en la carretera y la mezcla de su diversidad cultural: se está en Antioquia y se respira el Caribe. Esto sumado a las voces de los carapenses, que claman por la verdad y la paz, es lo que los invitamos a preciar en el documental Memorias que renacen del municipio de Carepa, realizado por el Grupo de Iniciativas de Memoria del Centro Nacional de Memoria Histórica (CNMH) con la Alcaldía Municipal de la región y víctimas representantes de diferentes hechos victimizantes.

Su posición privilegiada en el Golfo de Urabá y la conexión que tiene con el océano Atlántico, el río Atrato, la zona selvática, las montañas y la frontera con Panamá lo hacen atractivo para el comercio de exportación y, al mismo tiempo, para los grupos armados como las guerrillas de las FARC y el EPL, los paramilitares de los Castaño, unificados bajo las Autodefensas Campesinas de Córdoba y Urabá, cuya expansión de armada provocó el incremento de homicidios en los municipios de Mutatá, Chigorodó, Carepa, Apartadó y Turbo. Mientras las guerrillas mataban a administradores de fincas, los paramilitares masacraban a trabajadores y sindicalistas.

 Trabajador de la finca bananera Zulemar en el municipio de Carepa.

“En Zungo ‘veloriaban’ a los muertos las familias solas. Los vecinos no podían acompañarlos por temor al señalamiento”, dice el testimonio de uno de los sobrevivientes en el documental. En medio de la cruenta disputa histórica del control de la zona para el narcotráfico y el arsenal de armas utilizadas, los lugareños son los que han sufrido las peores consecuencias y han sido victimizados por todos los actores armados que los señalaban unas veces como guerrilleros, otras como colaboradores de los paramilitares o las Fuerzas Militares. En todo caso aun hoy pesa sobre la región un estigma de “Zona Roja” o zona de violencia, y si bien es cierto que los Grupos Armados Posdesmovilización (GAPD), que allí operan, someten a la población a su poder, mientras sus habitantes resisten y luchan para dejar atrás los estigmas, reconstruir sus memorias y mejorar las condiciones para todos.

Publicado en Noticias CNMH



Iniciativas, Urabá

Los niños que no fueron a la guerra

Noticia

Autor

Juan Camilo Gallego Castro

Fotografía

Isabel Valdés

Publicado

11 Oct 2018


Los niños que no fueron a la guerra

En 25 años la hermana Carolina Agudelo contribuyó, al frente de la Fundación Compartir, a la recuperación psicosocial de viudas y niños huérfanos, víctimas del conflicto armado en Urabá.


La niña se muerde los labios y cruza sus manos en el pecho. Los tres niños alrededor intentan sonreír. Parecen tan felices.

“Es una foto histórica” —dice la hermana Carolina Agudelo—, es la foto de los primeros niños que llegaron a la Fundación en el barrio Vélez, de Apartadó, Urabá antioqueño.

El 24 de enero de 1994 fue trasladada a esta región del país, y esa foto es la primera que tomó. Ahora la mira colgada de la pared de su oficina.

—Los perdí de vista, quiero verlos de nuevo.

Esos niños, tan felices que se ven, acababan de perder sus papás, eran niños huérfanos; sus mamás, viudas jóvenes que no pasaban de 30 años.

Arreciaba el temporal.

***

—Mi vida es un misterio, dice la hermana Carolina, vivía muy contenta cuando me llamó una hermana de La Presentación. Tenía 19 años.

Carolina no era la hermana Carolina. Sus dos hermanas mayores eran religiosas. En ese entonces las definía como “mojigatas”. Estaba enamorada, tenía novio.

—Tengo vocación religiosa y vocación para el matrimonio. Respondió entonces.

Trabajaba en la Contraloría de Antioquia, entregó su carta de renuncia y le pidieron que lo pensara: “Señorita Carola, lo suyo es una ventolera. Pero si es su decisión, las puertas seguirán abiertas”. 1961, medio siglo atrás, se fue para el noviciado Los Ángeles, en el barrio Villahermosa de Medellín. Dejó su trabajo, dejó su novio. Eligió la mitad de su vocación.

Aquel hombre se quedó triste, la esperó seis meses, pero Carolina ya no era Carolina, iba en camino de ser la hermana Carolina. Un día cualquiera aquel hombre la fue a buscar, mientras conversaban le dijo: “Negra, como la llamaba, camina para recordar cómo caminabas”. Se puso de pie y fue de un lado a otro. Entonces fue el adiós. Un día su mamá le contó que aquel hombre le había dicho en la calle: “Yo quiero que sepa que la mujer que amé fue su hija”.

***

Ya en 1994, esta mujer que se consagró a la religión, escuchó al entonces obispo Isaías Duarte Cancino que le pidió ocuparse de una fundación para atender a mujeres viudas y niños huérfanos, víctimas del conflicto armado en el Urabá.

Encontró un escritorio, un computador, sillas y un millón para empezar.

—Le vamos a enseñar su oficina– le dijeron a su llegada.

“No, yo no quiero oficina, necesito arrendar una casa para atender a las viudas y sus familias”, expresó de inmediato.

 

 

 

 

 

 

 

En 1994 la Fundación atendió 45 niños huérfanos y hoy tienen más de 1300 en atención de primera infancia. Por fortuna, “ya no todos son hijos de viudas”, dice la hermana Carolina. – Fotografía: Isabel Valdés/CNMH

Hasta 1999 fue un programa de la Diócesis de Apartadó. Durante años organizó algo que llamó las tardes del compartir y así fue como luego se convirtió en la Fundación Compartir. En la primera casa atendían 45 niños huérfanos y a sus madres. La hermana Carolina mira las fotos colgadas en su oficina y se encuentra ante cientos de niños que ahora no son niños.

“Yo escuché las historias de todas las mujeres. Todas en Compartir han sido por muerte violenta. De todas esas mujeres, unas 600, están redimidas gracias a la Fundación. Siempre me dijeron que eran mujeres viudas a causa de la violencia. Yo les decía que no, que fue a causa de la guerra”.

De acuerdo con el Observatorio de Memoria y Conflicto del Centro Nacional de Memoria Histórica, en 1994 hubo en Apartadó 102 asesinatos selectivos. La hermana Carolina recibió 1.960 viudas en los últimos 25 años.

—No hemos superado la guerra, nos tiene en receso. Hay muchas cosas por resolver, por investigar, tantas muertes sin esclarecer, la entrega de la tierra. Los verdaderos dueños ya no existen. Aquí se daba: “si usted no me vende, le compro a la viuda”.

***

A los niños los acompañaron con psicólogos y se quedaron a vivir en sus hogares infantiles. La mayoría de las mujeres llegaron analfabetas. La hermana Carolina dice que les enseñaron a leer y escribir.

—Muchas ya son técnicas y algunas profesionales. Estas mujeres eran apéndices de sus maridos. Los hombres las sacaban de sus casas por la pobreza, la mayoría eran menores de 30 años. Los hijos de la primera viuda tienen 25, 26 años.

La hermana Carolina mira de nuevo la fotografía de los niños sonrientes. Solo recuerda que la niña y el niño que está atrás de ella, tal vez tímido, son hermanos, que la primera de 70 casas de madera que transformaron en la Fundación fue la de esa familia. Que luego hicieron 336 casas con materiales de construcción.

En las paredes de su oficina hay un cristo de hierro marrón, una virgen con su hijo en una ventana, la foto de los niños sonrientes, un cuadro gigante con decenas de fotos de niños, familias, bebés, sonrisas, casas, mamás. Estas fotos y un archivo gigante que la hermana conserva en el segundo piso de la Fundación conforman el archivo de Compartir, uno de los 2043 archivos que el CNMH ha identificado en el país.

Esta mujer de 77 años  nació en Betania, “la capital mundial de la música guasca”, dice que no le gusta “la música metallica, pero hay reguetones buenos”. En enero cumplirá cinco lustros viviendo en Urabá. Dice que quiere encontrar a los niños que ya no son niños y que sonríen en la primera foto que tomó. Es que no más hace unos días un muchacho fue a visitarla. Él no sabía que Compartir aún existía. Solo quería decirle que se va a graduar de la universidad, que es un hijo de Compartir. También otro muchacho que ahora es jefe de sistemas de la Fundación; otro que es concejal de Apartadó.

—Compartir es el comienzo de una esperanza nueva, que no todo está perdido, insiste la hermana, que con la muerte de sus padres no todo estaba perdido. Una de mis grandes satisfacciones a los 77 años es cómo le pude rescatar a la violencia tantos niños que pudieron superar el vocabulario de que esperaban crecer para matar el asesino de su papá.

Y solo escuchar esa frase es suficiente para entender la vocación que tomó la hermana Carolina.

Publicado en Noticias CNMH



Archivos DDHH, Urabá

Los administradores bananeros víctimas del conflicto en el Urabá

Noticia

Autor

Juan Camilo Gallego Castro

Fotografía

Juan Camilo Gallego Castro

Publicado

20 Nov 2018


Los administradores bananeros víctimas del conflicto en el Urabá

Desde los ochenta Uriel Darío de la Ossa lideró una asociación de administradores de empresas bananeras, a la cual le asesinaron 217 miembros en tres décadas. En 2016 la Unidad de Víctimas los reconoció como sujeto de reparación colectiva. Su archivo es uno de los 2043 que hacen parte del Registro Especial de Archivos de Derechos Humanos (READH), identificados por el CNMH en los últimos cuatro años.


Juan Camilo Gallego Castro

En la oficina de Uriel Darío de la Ossa, de 84 años, hay un par de escaparates con carpetas arrumadas. Lo que hay ahí es información de la Asociación de Administradores y Empleados de Empresas Bananeras de Urabá (Asafibu). Él es un sobreviviente, la asociación es una sobreviviente.

Uriel nació en San Marcos, Sucre, a los 21 años se fue a trabajar la ganadería en el Bajo Cauca, y en 1981 se fue para Turbo, Urabá antioqueño. “Acá lo que da la plata es el banano”, le dijeron. Y si bien no sabía del negocio le ofrecieron dos fincas para administrar.

Al poco tiempo conoció los sindicatos de trabajadores Sintragro y Sintrabanano. El 13 de febrero de 1987, junto a 87 administradores, gerentes y dueños de empresas bananeras crearon Asafibu ante los constantes asesinatos selectivos de empleados y administradores a manos de las guerrillas. Entre otras razones, para velar por el bienestar del gremio y sus familias, así como para gestionar capacitaciones y formular proyectos. “Creamos la Asociación por la violencia que había en esa época, por distraer el problema que teníamos. Hacíamos actividades deportivas, recreativas, buscando entretenerlos. Los trabajadores afiliados llegamos a ser 412. Hoy no hay ni la mitad de fincas de ese tiempo”, dice.

Hubo 217 administradores muertos en Urabá en las últimas tres décadas, asegura Uriel. De acuerdo con el Observatorio de Memoria y Conflicto en esta región del país hubo 7.135 asesinatos selectivos entre 1958 y septiembre de 2018. La mayoría de ellos ocurrieron a partir de los ochenta.

De acuerdo con el libro de Clara Inés García y Clara Inés Siegert “Geografías de la guerra”, entre 1988 y 1991 “Urabá tenía dibujada una clara división territorial bélica […] bajo una lógica político-militar guerrillera. En él se distinguen, de una parte, los territorios de influencia EPL al norte de Urabá (Necoclí, Arboletes, San Juan de Urabá, San Pedro de Urabá y norte de Turbo) y en los límites con Córdoba, y de otra parte los territorios de dominio Farc en la parte limítrofe del Chocó y el sur del Urabá antioqueño (sur de Chigorodó, Mutatá y Vigía del Fuerte). El Centro de Urabá, correspondiente al eje bananero, hacía las veces de territorio de confluencia de ambas guerrillas, donde los límites político-militares entre ambas operaban desde un espacio local que distinguía fincas Farc o EPL según la adscripción de los trabajadores a uno u otro sindicato de su influencia (Sintrabanano y Sintagro, respectivamente)”.

A comienzos de los 90 se dio la negociación del gobierno con el EPL, ante esto las FARC copó el territorio. Tras la desmovilización inició “una guerra sucia que involucró a las FARC en alianza con la disidencia del EPL, a los paramilitares y a sectores del EPL reinsertados”, indican en el libro las académicas Clara Inés García y Clara Inés Siegert. De acuerdo con su investigación, a partir de 1992 los grupos paramilitares entraron a disputar el territorio y de esta manera se recrudeció el conflicto.

Uriel no estuvo exento de ese conflicto. En 1983 lo intentaron matar. Fue hasta el campamento del EPL a dar la cara. Se encontró de frente con el hombre que antes quiso asesinarlo. “Necesito hablar con el comandante”, dijo retando a la muerte.

Logró salir con vida ese día.Pero el 5 de septiembre de 1995, las FARC cometieron la masacre de la vereda Bajo del Oso en Apartadó, en donde murieron 24 personas. Uriel no lo soportó y se fue de Urabá, regresó a su San Marcos casi medio siglo después. La asociación dejó de funcionar entre 1996 y 2013. Solo hasta hace cuatro años Uriel volvió a estar al frente. A su regresó a Apartadó actualizaron la personería jurídica, reformaron los estatutos y emprendieron la tarea de reclamar sus derechos vulnerados en el conflicto armado. Hoy tienen 98 administradores y empleadores activos.

Dice Aidé Torres Serna, socia e integrante de la mesa directiva, que en diciembre de 2016 Asafibu fue reconocida por la Unidad de Víctimas como sujeto de reparación colectiva. Sus archivos les ayudó para el reconocimiento, “son muy importantes porque recopilamos información de cada uno de nosotros, de los hechos victimizantes -como extorsión, amenazas, desplazamiento, asesinato-. Cada miembro tiene un historial”, dice.

Aidé se encargó de clasificar este archivo en el que se encuentran recortes de prensa, fotografías, testimonios de los afiliados sobre las victimizaciones que sufrieron en el conflicto; una base de datos con los 217 administradores asesinados, correspondencia con organizaciones e información legal de la Asociación. Este archivo es uno de los 2.043 que la Dirección de Archivo de Derechos Humanos del CNMH ha identificado en el país desde 2015 y fue incluyó en el Registro Especial de Archivos de Derechos Humanos (READH), un proceso que continúa en todo el país.

Y en el archivo que Uriel y Aidé guardan en los escaparates de su asociación en Apartadó, hay información importante de un grupo de personas que también sufrió el conflicto armado: no solo los trabajadores bananeros, también los gerentes, administradores y propietarios de las fincas.

Publicado en Noticias CNMH



Asafibu, Asociación de Administradores y Empleados de Empresas Bananeras de Urabá, READH, Registro Especial de Archivos de Derechos Humanos, Urabá, Uriel Darío de la Ossa

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