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Historias de desmovilización

Historias de desmovilización

Autor

Ayda Martínez, periodista del CNMH /span>

Fotografía

JCNMH

Publicado

11 Mar 2016


Historias de desmovilización

Como parte de la serie “Historias de desmovilización” convocada por la Dirección de Acuerdos de La Verdad del Centro Nacional de Memoria Histórica en Bogotá, tuvimos la oportunidad de hablar con Fabiola Calvo Ocampo, exmilitante del Partido Comunista Marxista-Leninista de Colombia; quien narró su experiencia de exilio político en España, donde permaneció 22 años a causa de la persecución contra su familia en la década de los ochenta.


Fabiola Calvo, actualmente es la coordinadora de la Red Colombiana de Periodistas con Visión de Género. Se vio obligada a salir del país a raíz de las amenazas de muerte contra ella y su familia, después del asesinato de su hermano Óscar William Calvo Ocampo, quien firmo el proceso de paz entre el EPL y el gobierno de Belisario Betancur, el 23 de agosto de 1984. “La próxima será la periodista”, advirtieron en una llamada.  Así emprendió su vuelo de exilio.

“A este país le falta conocer muchos testimonios, porque la historia no debería sesgarse hacia el oficialismo. Y es precisamente por haberse construido una única historia oficial, que no se conoce lo que se tendría que conocer”, dice después de relatar su pasado.

Al hablar de los procesos de desmovilización no duda al mencionar que “toman tiempo, no son por seis meses o un año. Y si no hay un buen acompañamiento psicosocial, lo más probable es que los excombatientes opten por rearmarse, bien sea para asuntos de índole política o delincuencia común”, dice Fabiola. “Luego de la desmovilización, siguen procesos emocionales que exigen acompañamiento al excombatiente y tiempo para poder procesar esa decisión”, complementa.

Para Calvo Ocampo, la reconciliación podrá darse cuando todas las corrientes filosóficas y políticas puedan converger en un espacio de debate abierto, puesto que la insurgencia armada y el exilio tienen sus orígenes en la ausencia de democracia en el país. “Nunca se nos ocurrió militar en el Partido Liberal o en el Partido Conservador. Queríamos otra cosa, pero en el país no había otra cosa.  Y si los movimientos sociales no tienen para dónde echar, en ese momento, solo queda una opción. La de mis dos hermanos fue vincularse al Ejército Popular de Liberación (EPL)”, al referirse a Óscar William y Ernesto, asesinados a mediados de los 80.

En sus años de exilio, Calvo encontró en la escritura una suerte de catarsis. Por lo que considera que al ahora de construir memoria es imprescindible brindar herramientas a las personas para que cuenten sus historias: escritas, habladas o artísticas, pues “lo importante es que se les permita expresarse para sanar”.

 


desmovilización. exiliada, Historia, persecución

La paz en palabras de los colombianos

La paz en palabras de los colombianos

Autor

Ayda María Martínez, periodista del CNMH

Fotografía

cortesía Camilo Andrés Rincón Díaz

Publicado

15 Mar 2016


La paz en palabras de los colombianos

Un joven costeño de 16 años lleva dos años recorriendo el país con su libro de la paz bajo el brazo. Son palabras alrededor del deseo de los colombianos por una nueva sociedad.


Personajes de la vida nacional como William Ospina, Alfredo Molano, Juan Gossaín, Manuel Roca, Carlos Duque, Ciro Guerra, palenqueras, vendedores informales, artesanos, recicladores, estudiantes, trabajadoras sexuales, entre otros, están unidos por un delgado hilo que llega a lo más profundo de sus deseos por un país mejor.

Todos ellos forman parte del grupo de colombianos que ya han plasmado sus pensamientos, letras o poemas en el “Libro de la Paz, escrito por nosotros para la humanidad”, iniciativa de Camilo Andrés Rincón Díaz,  un joven de Soledad, Atlántico, de 16 años y estudiante de grado 11 del Instituto O’Higgins, y quien retomó la idea de una historia que ya completa 25 años: el Libro Blanco de la Paz.

Desde hace dos años Camilo lleva este libro de 23×29 centímetros y 800 páginas empastadas en color verde, a “donde el viento lo lleve”. Todo empezó cuando tenía 14 años y su papá, Luis Rendón, un amnistiado del Ejército Popular de Liberación (EPL), le narró su experiencia con el “Libro Blanco por la Paz”. Se trata de una publicación de un 100x80cms que poseía aproximadamente mil hojas. El libro se perdió en las oficinas de la Dirección General para la Reinserción cuando se habían escrito 700 páginas.

25 años después, Camilo retomó el proyecto de su padre, pues “en esencia el libro es un espacio de inclusión social, que permite la libre de expresión de aquellas personas que no tienen acceso a la televisión y a la radio”.

Quiere recorrer el mundo

Toda biblioteca, plaza pública, librería, evento, paseo y hasta las calles en la ruta hacia su colegio se han convertido en escenario para hablar de paz con propios y extraños, porque “debe ser la confluencia de varios caminos”. Todos los escritos son especiales para él, incluso los que tienen errores de ortografía porque “la paz está por encima de eso, todos debemos escribir sobre la paz”.

Para este amante de la literatura y la filosofía se trata de la diversidad, de los varios pensamientos que se escriben. Por ello, se acerca a “cualquier desprevenido o atento, le echo el cuento y lo invito a escribir a la paz. Sus páginas están abiertas a todo tipo de persona, es pluriétnico, multicultural, es diverso, no conoce de partidos o movimientos políticos, respeta la diferencia”.

Tal vez por ello el libro contiene pensamientos escritos por uribistas, santistas, polistas y verdes que Camilo ha encontrado en Argentina, Cartagena, Barranquilla, Medellín o Bogotá. El libro que ya completa 400 páginas escritas quiere recorrer todo el país y, por qué no, el mundo.

“El país debe prepararse para el posconflicto, debe haber un cambio o transformación en el modelo de educación, cultura etc. Igualmente la paz no la construyen los actores armados, se fundamenta en el amor, el respeto y el cuidado de la naturaleza”.

 

El futuro del Libro de la Paz

Camilo aspira que la gente escriba mucho sobre la paz y que se multipliquen los libros, que reposen en un lugar visible, algo así como un museo, donde todos puedan conocer los escritos.

Por ello, no duda en abrir las páginas de este libro para que todos conozcan lo que ya se ha escrito y se proyecten en las páginas blancas que esperan por más letras, tinta e ilusión.

Apartes del libro:

“La esencia o la espiritualidad del libro de la paz se describe como el libro de la vida, se escribe con lágrimas, sangre y porque sí: con la fortaleza y la lucha, que vivan las letras de la paz y el amor”, Laura Senior.

 “Ha sido muy grato conversar una hora –o más- con Camilo, para comprender que la paz es algo más que un concepto, la paz son estos diálogos, son acciones de amistad y de reconciliación, la paz es construir entre todos un relato de país en el que podamos vivir juntos, y buscar por fin esa normalidad de la vida que durante un siglo o más nos negó la guerra”, William Ospina, enero 2016.

 “La paz es un camino que muchas veces hemos perdido, pero que gracias a la misma historia estamos recuperando después de tanta sangre y tanta muerte sobre los insurgentes”, Alfredo Molano.

“La paz está en el cementerio”, Ciro Guerra.

“La paz es una decisión de un pueblo que quiere cambiar su destino y definir sus diferencias por una vía distinta a la guerra y a la violencia; es un acto del espíritu que se verifica en lo político, pero ocurre en el corazón de las personas. No hay pueblos condenados, todos los pueblos pueden llegar a alcanzarla. Es una construcción que viene de la decisión de un pueblo”, Diana Uribe, enero 30/2016.

 “La paz y la estabilidad son fundamento del desarrollo económico y el bienestar, deseo lo mejor para el proceso de paz de Colombia”, Ha- Joon Chang, economista coreano

 “Luchar por la paz puede parecer una ingenuidad. No hacerlo es una ingenuidad aún mayor”, Moisés Naím, periodista venezolano.

 “La paz son derechos para la gente del común, afros, indígenas, blancos y la infinita gama cultural que tenemos en nuestro país. La paz es acabar con el hambre y darle dignidad a quienes nunca la han tenido: el pueblo. La paz es justicia social”, líder estudiantil de la Universidad del Atlántico, Kevin Siza Iglesias

 “La paz es una ilusión, es una ficción, no existe; es como la felicidad, el pájaro azul de la leyenda que todos persiguen y nadie captura. Si no existe la paz interior en el hombre, que vive en medio de la angustia, la incertidumbre, la necesidad, la frustración, es todavía más difícil y quimérico pensar en una paz que se instale definitivamente en los pueblos. No existe un método, un camino, un manual. Cuando haya un equilibrio político, social, económico, cultural, entonces habrá paz. Mientras haya lucha de clases, elites, oligarquías, no”, profesor de Derecho de la Universidad del Atlántico y líder de la asación de profesores.

 “Siembra la semilla de la paz en tu corazón, abónala con amor, riégala con honestidad, deja que entre la luz del perdón. Cuando de fruto, regálala al mundo”, Lewis, trabajador papelería Panamericana, enero 8, 2016

“Donde las altas montañas, donde nace el sol, el agua, el amor, pidió para que todos vivamos con amor y respeto hacia la tierra. Con gratitud”, Vaikuca, artesano ubicado en las calles de Cartagena.

“Quiciera que ubiera paz para que ahiga armonía amor comprencio. Menos biolencia no hubiera tanta miceria, más empleos. Fueramos un país unido” Wilfrido; vendedor de mecatos en los buses.

“Para mí la paz es que no hayga mas violencia en nuestro paiz y que no hayga mas maldad” (sic) Valentina  Vivian Vega Pérez; una niña junto a su abuela desplazadas por las AUC en la Guajira.

 


Colombia, Joven, Libro de la paz, Testimonios

Avanza intercambio entre Smithsonian y el CNMH

Avanza intercambio entre Smithsonian y el CNMH

Autor

CNMH

Fotografía

CNMH

Publicado

15 Mar 2016


Avanza intercambio entre Smithsonian y el CNMH

El encuentro se realiza en Bogotá desde el 14 de marzo hasta el próximo viernes, con el fin de fortalecer y continuar con los lazos de cooperación y asistencia técnica entre ambas instituciones.


La visita es el segundo de los intercambios entre el Centro Nacional de Memoria Histórica y el Instituto Smithsonian, y hace parte de los compromisos que desde 2015 impulsan ambas instituciones para la cooperación técnica en el desarrollo del proyecto del Museo Nacional de la Memoria (MNM). El encuentro es apoyado por la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID)y la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), a través del Programa de Fortalecimiento Institucional para las Víctimas. 

El Instituto Smithsonian es una de las experiencias más sobresalientes en el continente americano en materia de investigación y creación de museos, ya que comprende un amplio complejo de instituciones museales (19) y acumula una valiosa experiencia en asesorías para la creación y el fortalecimiento de museos de memoria en el mundo. Es a partir de esta trayectoria que el Instituto reconoce la importancia y profundidad de los debates sociales, políticos, culturales, pedagógicos, museológicos, museográficos, estéticos y arquitectónicos que se enfrentan en la puesta en marcha de proyectos como el MNM.

Para Evi Oehler, arquitecta y manager de proyectos del Instituto, el intercambio es aprendizaje colaborativo entre las experiencias de ambas instituciones debido a la similitud entre los proyectos: ¨creemos que es un ejercicio en conjunto, compartimos los mismos retos, sin embargo el MNM se propone unos de los objetivos más significativos que puede tener un museo, la reconciliación¨. En esa misma línea Liz Tunick de la Oficina de Relaciones Internacionales resalta: ¨reconocemos la valiosa experiencia del CNMH en relación a los diálogos con la comunidades, estamos muy interesados en aprender cómo se reflejan en la construcción del MNM¨.

Para esta ocasión la agenda de intercambio incluye la visita al Museo Nacional de Colombia, al Centro de Memoria Paz y Reconciliación Distrital (CMPR), el Museo del Oro, la presentación del diseño del proyecto arquitectónico del Museo Nacional de la Memoria, la socialización de casos de estudio como el Museum of African American Culture (Museo Nacional de Arte y Cultura Afroamericana)y el National Museum of the American Indian (Museo Nacional de los Indios Americanos), y jornadas de discusión y recomendaciones al proyecto del MNM.

El evento cuenta con la participación de los arquitectos Judson McIntire y Evi Oehler, Liz Tunick Cedar del Instituto Smithsonian; del equipo de la Dirección del Museo Nacional de la Memoria, el equipo interventor del diseño (Arquitectura y Espacio Urbano ) y de los arquitectos Felipe González-Pacheco (MGP arquitectura y urbanismo), María Hurtado de Mendoza y César Jiménez de Tejada  (Estudio Entresitio), ganadores del Concurso Público Internacional de Anteproyecto Arquitectónico para el diseño del Museo Nacional de la Memoria.

 

Publicado en Noticias CNMH


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Puerto Torres renace en sus recuerdos

Puerto Torres renace en sus recuerdos

Autor

César Romero Aroca, periodista de CNMH

Fotografía

César Romero para el CNMH

Publicado

17 Mar 2016


Puerto Torres renace en sus recuerdos

Luego de ser confinados por paramilitares, entre 2001 y 2002, y vivir la estigmatización de su territorio, la comunidad de Puerto Torres, inspección de Belén de los Andaquíes en Caquetá, experimenta un nuevo aire. Esta es la historia de dos personajes que, después de muchos años, han vuelto a visitar estas tierras y participar del acto de reconocimiento como sujetos de reparación colectiva.


El pasado 4 de marzo de 2016 la población de Puerto Torres celebró, por decirlo así, que la Unidad de Víctimas reconoció a esta comunidad y a La Mono como sujetos de reparación colectiva. Los pocos habitantes que se quedaron en la región luego del dominio paramilitar, sufrido por la presencia del Bloque Sur Andaquíes, se encontraron en la escuela del pueblo y allí escucharon a las diferentes instituciones del Estado de que todo lo que padecieron sí pasó, que no debe volver a repetirse y tanto dolor debe repararse.

El silencio con el que las personas esperaban en el recinto, se vio interrumpido por el inicio del evento, que trajo consigo un ambiente de agradecimientos y solicitudes. Primero, palabras de reconocimiento para los dirigentes políticos que aportaron para el almuerzo, luego para quien puso los papas, y también hubo palabras de gratitud por el escenario. Todo fue cambiando hasta la intervención de los pobladores, quienes después de 15 años de lo que vivieron en su territorio, por fin sentaron su voz. Los niños de la escuela compartieron sus preocupaciones por la falta de sillas, mesas, balones y computadores; los habitantes se apropiaron por un tiempo, que pudo ser más largo, de la palabra, esa misma que les había quitado la guerra. “Aquí el gobierno no ha existido desde hace mucho tiempo. La carretera no está pavimentada, tenemos un puente caído desde hace mucho y nuestros proyectos productivos no se incentivan”.

Y es que esa mezcla de sentimientos, reclamos y gratitudes, tiene una explicación. Antes, a estas tierras no venían los políticos en campaña. Ninguna institución del Estado llegaba al territorio y, además, allí recaía una estigmatización porque los paramilitares se habían apoderado del pueblo, una cuadra con 40 casas. Hasta se apropiaron de la iglesia, la casa cural y la escuela, para cometer actos de tortura,  “capacitar”, si se puede llamar así, a sus hombres sobre cómo asesinar, descuartizar y enterrar a sus víctimas de la manera más rápida y sin dejar, aparentemente, rastro. La mayoría de los asesinados fueron campesinos acusados de ser guerrilleros.

En la época de la presencia paramilitar en Puerto Torres varios pobladores se vieron forzados a dejar sus casas, potreros y cultivos. Aquí, hasta el cura se había ido. En el 2001, cuando el padre Fredy Galindo era seminarista, fue enviado por el padre de Belén de los Andaquíes a Puerto Torres. “Yo ni sabía que esta gente estaba ahí, y cogen y me envían en el mixto” —un carro que funciona como medio de transporte entre municipios y veredas—, recuerda Fredy. En ese carro llegó a La Mono donde se encontró el primer anillo de seguridad, y luego a la última loma que se empina en la carretera y desde donde se divisa todo Puerto Torres. Allí, en un mirador de los paramilitares, le preguntaron quién era y qué venía a hacer; la defensa a su miedo, que ocultaba con una serenidad teatral, fue mostrar el carnet de seminarista. De inmediato lo dejaron pasar.

Al bajar a la zona urbana, incrédulo al desborde del horror que allí se vivía, se fue a la casa cural a dejar sus cosas. “¡Virgen santísima!”, exclamó al ver solo sangre, rasguños y una cama sin colchón; huellas de las torturas.

Al decidir que allí no se quedaría, buscó a dos mujeres del lugar para que lo acompañaran donde el comandante, en la tienda del casco urbano. Al rato, llegó en camioneta. “Comandante, me enviaron como seminarista y vengo a pedir permiso para poder celebrar la Semana Santa”, se presentó el padre Fredy con la seriedad que lo caracteriza. “Vea, haga lo que tenga que hacer, vino a una misión y tiene que cumplirla, pero no queremos ver a nadie después de las 6:00 p.m., usted haga lo suyo, pero sin movimientos raros”.

Nadie transitaba a esa hora por orden de los paramilitares, era un pueblito a oscuras, casi fantasma. Luego de esa charla corta, como quien pide permiso a un padre autoritario, el comandante le ofreció a Fredy un pan, un pedazo de salchichón y una gaseosa. “Comí delante de él. Al terminar, él sacó un fajo de billetes y pagó”. Ese mismo pan, el que el padre Fredy había acabado de comer, era uno de los que hizo con la comunidad para recolectar recursos para la celebración de la Semana Santa. ¿Quiénes compraban los panes? Los mismos paramilitares. Se sentaban, se quitaban las botas y comían mientras contaban sus historias de combate entre chistes.

Los pocos habitantes que quedaban en el pueblo se dirigían a la iglesia. Los paramilitares antes de ingresar al recinto religioso se quitaban la gorra pero no el fusil. Un año después, en 2002, el padre Fredy volvería hablar con el comandante, vender pan, dar la misa y bendecir a todos los que asistían a la ceremonia.

El padre Fredy, luego de esos años, no volvió a Puerto Torres hasta  2015, para marchar por la paz. También regresó el pasado 4 de marzo, un viernes, donde las personas, olvidadas de este pueblo al sur de Colombia, tuvieron la oportunidad de ser escuchadas de nuevo. “Hoy Puerto Torres renace de las cenizas, y créannos, el pueblo está totalmente dispuesto a la construcción de una paz”, comentó en su intervención la única profesora de la escuela del lugar. 

Antes de 2015, cuando se lanzó el informe “Textos corporales de la crueldad. Memoria histórica y antropología forense”, del Centro Nacional de Memoria Histórica (CNMH), Puerto Torres era otro pueblo olvidado de Colombia. Y es que gracias a este informe —narra las infamias que ocurrieron en el poblado, la exhumación de 36 cuerpos por un equipo forense del CTI en 2002, los relatos de la angustiosa espera de los familiares de estas víctimas—  elaborado por Helka Quevedo, el CNMH puso el tema en agenda y ayudó como puente para que otras instituciones miraran a Puerto Torres después de muchos años. 

 

Textos corporales de la crueldad

Gracias al informe y la insistencia de su investigadora, en 2015 se realizaron actos simbólicos por los 36 cuerpos exhumados en 2001 y por la comunidad que resistió en aquella época. Además se llevó a cabo una marcha por la paz que recorrió la carretera destapada y polvorienta que va desde La Mono a Puerto Torres, medios de comunicación nacionales se interesaron por hacer crónicas y reportajes. Todo conllevó a que la Unidad de Víctimas reconociera a Puerto Torres, La Mono, y las veredas que componen la región de El Plan, como sujetos de reparación colectiva; se brindará apoyo en la implementación de medidas de atención humanitaria, prevención, asistencia psicosocial y reparación integral.

El pasado 4 de marzo Silvio Torres, en el evento, se paró y tomó la palabra. Sus inquietudes, muy válidas, se basaban en qué forma serían reparadas las personas que se desplazaron a partir de la presencia paramilitar. Él, junto a sus esposa e hijos, se fueron en 2002 a causa del miedo, la confinación y las amenazas de la guerrilla. Por ser de Puerto Torres y no irse, las Farc lo tildaron de colaborador de los paramiltares. Él solo estaba en el medio.

Silvio tiene un arraigo especial con Puerto Torres. “Me mata la nostalgia porque los años más bonitos fueron acá, el río, la solidaridad, mis amigos y mi familia, mucha familia”, recuerda Silvio. Y es que en este pueblito los Torres eran mayoría, su padre había llegado desde Pitalito, Huila, luego de La Violencia, cuando el territorio era baldío. “Eran claros de selva, solo habían dos familias y mi padre marcó 640 hectáreas”. Luego de eso, Pablo Torres, el padre de Silvio, hizo la casa cerca al río y una pequeña capilla a la que le puso una virgen que trajo desde Quito. Cuando se pobló este rincón se convirtió en centro de peregrinación; llegaban por el río a la misa de un padre capuchino.

Luego se abrió una tienda que se surtía en Belén de los Andaquíes; los domingos se hacían mercados con alimentos que se descargaban en bote en las orillas del terreno de los Torres. Al pasar los años más personas llegaron, se instaló una inspección de policía y se le dio el nombre de Puerto Tarso, por la recomendación de un religioso que copió el título de un lugar europeo. Pero al ver que la familia Torres se había multiplicado con 11 hijos de don Pablo y otros Torres que habían llegado, se llegó al acuerdo de darle por nombre Puerto Torres.

A estos paisajes Silvio solo ha regresado tres veces, incluyendo esta. Su padre murió en 2008 y aunque siente un gran arraigo por su terruño, no ha decidido volver. “Es difícil la vía, muchos se han ido, aún quedan familiares, pero no es lo que era antes. Tal vez de pronto con todo esto vuelva a ser ese pueblo tranquilo y fraterno que mi papá dejo.

Fredy y Silvio después de pasar muchos años han vuelto. Fredy por parte de la Pastoral Social como representante y Silvio porque ama este territorio que tiene su apellido. Los dos esperan, con dudas y esperanzas, que el acto que se llevó a cabo  —con El Comité Territorial de Justicia Transicional, la Mapp OEA, el Museo Caquetá, el Centro Nacional de Memoria Histórica y la Unidad de Víctimas— no se quede solo en conversaciones vacías, y que la reparación sea una realidad en Puerto Torres.

 

 

 

José no quería un fusil, lo que quería era una guitarra.

Y cuando venían por él, él les contestaba así:

Tengo las manos ocupadas, no puedo cargar un fusil.

Estoy cantando canciones, no quiero ir a la guerra a morir.

 

El 31 de mayo, en el segundo concierto del Monumento sonoro, al que fueron invitados algunos integrantes de la comunidad de Jambaló, Adrián conoció a Sandra Montero, que tiene 13 años y quiere ser cantante; tiene una gran voz. Ella no ha vivido la guerra de cerca, y, sin embargo, las canciones que compusieron niños y niñas en otras partes de Colombia la acercaron a una realidad que, aunque es lejana no debe ser indiferente para ella. “Hay que comprender al país porque nosotros podemos estar en esas situaciones en cualquier momento”, dice. Su canción favorita se llama “Territorio de paz”

 

 

Por eso yo te invito a que cantes conmigo.

Por eso yo te invito a jugar.

La guerra no es un juego de niños y niñas.

Somos territorio de paz.

 

A esta acción de memoria se han ido sumando diferentes socios a lo largo de los años. En 2015 se realizó un convenio con la Caja de Compensación Familiar Compensar. Además se sumaron los esfuerzos de OIM y USAID. Allí se vio el poder que tiene la memoria viva, la memoria que es expresada por medio de la música. El concierto fue un espacio de encuentro para que estos niños, que tienen en sus manos el futuro del país, le enseñaran a los asistentes que la guerra es un asunto muy serio y que nos compete a todos, sin importar si nacimos en Bogotá, en el Cauca, o en cualquier parte de Colombia.

Escucha todas las canciones aquí:

 

 

Publicado en Noticias CNMH

 



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