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“Memorias que renacen del municipio de Carepa”

Noticia

Autor

Camilo Ara

Fotografía

Camilo Ara

Publicado

16 Mar 2018


“Memorias que renacen del municipio de Carepa”

Es el nombre que recibe un documental que recoge las memorias de las masacres ocurridas en las fincas bananeras de Osaka y Cuna del municipio de Carepa, en el Urabá antioqueño. Una pieza audiovisual en clave de resistencia de los sobrevivientes y las familias de las víctimas en esta región de Colombia.


Por: Daniel Valencia para el CNMH

Entre bananeras se escuchan voces que insisten en lo mismo: “El Urabá es más que sangre y dolor”, “más que malas noticias”, “aquí hay gente buena”, “no todo ha sido guerra”, “este es el paraíso”, “el territorio de los mil colores”, “la mejor esquina de América”. Cuando se llega a Carepa, municipio de Urabá, lo primero que impresiona es su paisaje: un mar de plátano y banano hasta donde alcanza la vista, y más allá. Después están los frescos y largos túneles verdes formados por árboles en la carretera y la mezcla de su diversidad cultural: se está en Antioquia y se respira el Caribe. Esto sumado a las voces de los carapenses, que claman por la verdad y la paz, es lo que los invitamos a preciar en el documental Memorias que renacen del municipio de Carepa, realizado por el Grupo de Iniciativas de Memoria del Centro Nacional de Memoria Histórica (CNMH) con la Alcaldía Municipal de la región y víctimas representantes de diferentes hechos victimizantes.

Su posición privilegiada en el Golfo de Urabá y la conexión que tiene con el océano Atlántico, el río Atrato, la zona selvática, las montañas y la frontera con Panamá lo hacen atractivo para el comercio de exportación y, al mismo tiempo, para los grupos armados como las guerrillas de las FARC y el EPL, los paramilitares de los Castaño, unificados bajo las Autodefensas Campesinas de Córdoba y Urabá, cuya expansión de armada provocó el incremento de homicidios en los municipios de Mutatá, Chigorodó, Carepa, Apartadó y Turbo. Mientras las guerrillas mataban a administradores de fincas, los paramilitares masacraban a trabajadores y sindicalistas.

 Trabajador de la finca bananera Zulemar en el municipio de Carepa.

“En Zungo ‘veloriaban’ a los muertos las familias solas. Los vecinos no podían acompañarlos por temor al señalamiento”, dice el testimonio de uno de los sobrevivientes en el documental. En medio de la cruenta disputa histórica del control de la zona para el narcotráfico y el arsenal de armas utilizadas, los lugareños son los que han sufrido las peores consecuencias y han sido victimizados por todos los actores armados que los señalaban unas veces como guerrilleros, otras como colaboradores de los paramilitares o las Fuerzas Militares. En todo caso aun hoy pesa sobre la región un estigma de “Zona Roja” o zona de violencia, y si bien es cierto que los Grupos Armados Posdesmovilización (GAPD), que allí operan, someten a la población a su poder, mientras sus habitantes resisten y luchan para dejar atrás los estigmas, reconstruir sus memorias y mejorar las condiciones para todos.

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Iniciativas, Urabá

Endulzar la palabra, un esfuerzo conjunto

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Autor

Daniel Sarmiento

Fotografía

Daniel Sarmiento

Publicado

20 Mar 2018


Endulzar la palabra, un esfuerzo conjunto

La exposición Endulzar la Palabra: Memorias Indígenas para Pervivir, cerró su temporada de exhibición en Bogotá el pasado 25 de febrero. Durante los tres meses que estuvo en la sala alterna del Museo Nacional, fue visitada aproximadamente por 24 mil personas, tanto de Bogotá como de otras partes de Colombia, y del mundo, que estaban en la ciudad por la temporada de vacaciones.


La exposición, además, contó con diferentes espacios académicos y culturales para discutir en torno al tema de los pueblos indígenas de Colombia y el importante papel que han jugado en medio del conflicto armado colombiano. La exposición es un ejercicio de representación de los procesos de memoria histórica de ocho pueblos indígenas de Colombia: Bora, Ocaina, Muinane y Uitoto M+N+K+A de La Chorrera; Wiwa, de la Sierra Nevada de Santa Marta; Awá de Nariño, Putumayo; Nasa del norte del Cauca y Barí del Catatumbo.

Las organizaciones, representantes de cada pueblo, han llevado a cabo procesos de memoria en un trabajo conjunto con el Enfoque Étnico del CNMH. Pero además, miembros de estas organizaciones indígenas también trabajaron en el proceso de construcción de la exposición en sus diferentes etapas.

Para lograr una articulación y ejecución de estas etapas, la exposición Endulzar la Palabra contó con otra alianza fundamental y fue el apoyo de diferentes agencias de cooperación internacional. La Embajada de Canadá en Colombia y el Fondo para el Desarrollo de las Naciones Unidas, PNUD, apoyaron la producción de la exposición, en su componente museológico y museográfico, además otros encuentros previos para discutir el guion de la exposición. Otros procesos de memoria fueron apoyados por la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) y la oficina técnica de cooperación de la Embajada de España en Colombia.

Publicado en Noticias CNMH



Enfoque étnico, MNMH

Las voces de los líderes sociales llegan a Medellín

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Autor

Maria Paula Durán

Fotografía

Maria Paula Durán

Publicado

07 Sep 2018


Las voces de los líderes sociales llegan a Medellín

Este 7 de septiembre comienza la Fiesta del Libro de Medellín, en la que estaremos con la exposición “Voces para transformar a Colombia”: una muestra de lo que será el Museo de Memoria Histórica que empezará a construirse este año. Los líderes y lideresas del país son nuestros protagonistas.


Medellín es la próxima parada de nuestra primera gran exposición “Voces para transformar a Colombia”. Durante la Fiesta del Libro y la Cultura, entre el 7 y el 16 de septiembre, el Museo de Memoria Histórica de Colombia abrirá un espacio en el Parque de los Deseos para que los paisas escuchen relatos de dolor y valentía que han sido ignorados por mucho tiempo.

En abril pasado, “Voces para transformar a Colombia” se estrenó en la Feria Internacional del Libro de Bogotá, con un pabellón de más de 1.200 metros cuadrados. Unos 73 mil visitantes recorrieron y participaron de la exposición: dialogaron con 162 víctimas, asistieron a 103 eventos artísticos y culturales y dejaron miles de ideas y compromisos con el país en distintos lugares de la muestra.

Ahora es el turno de Medellín, una ciudad que ha sufrido el conflicto armado como pocas. Según cifras del Observatorio de Memoria y Conflicto del Centro Nacional de Memoria Histórica (CNMH), publicadas en el informe “Medellín ¡Basta Ya!”, entre 1980 y 2014 hubo al menos 132.529 víctimas del conflicto armado en la ciudad. El desplazamiento fue el hecho violento más repetido, con 106.916 casos. Le siguen el asesinato selectivo, con 19.532, la desaparición forzada, con 2.784, y luego las 1.175 víctimas que dejaron 221 masacres.

Esa violencia, por supuesto, no ha sido exclusiva de la capital sino que ha recorrido todo Antioquia: desde Argelia y Nariño hasta San Juan de Urabá, y desde Vigía del Fuerte hasta Segovia. Pero no solo las cifras de violencia nos llevan a esta región. Medellín y Antioquia son un ejemplo de resistencia y de capacidad organizativa de las comunidades, que han mostrado dignidad y capacidad de transformarse ante los escenarios más oscuros.

“Voces para transformar a Colombia” es una muestra de lo que será el Museo de Memoria Histórica de Colombia, que se empezará a construir este año y abrirá sus puertas en el 2020. Con videos, cómics, instalaciones, tejidos, pinturas, audios y textos, la exposición narra decenas de historias del conflicto armado a partir de tres ejes: la tierra, el agua y el cuerpo. Esas historias no son en blanco y negro, no hablan simplemente de víctimas y victimarios: hablan de seres humanos, de comunidades que han rechazado la guerra, de líderes que han defendido la vida.

Estamos en una coyuntura donde la paz les está costando la vida a líderes y lideresas en todo el país. Según el Observatorio de memoria y Conflicto, desde la firma del Acuerdo de Paz en diciembre del 2016, 22 líderes han sido asesinados en Medellín, y recientemente la ONG Nodo Antioquia denunció que solo en la Comuna 13 hay catorce amenazados. Y en todo el país, la cifra sube a tres dígitos: según Indepaz, hasta julio habían sido asesinados 123. Por eso, esta exposición es un espacio para contar sus historias y enaltecer su trabajo: el de las madres del barrio 20 de Julio, el de los reclamantes de tierras del Urabá, el de los indígenas wiwa en la Sierra Nevada, el de las mujeres de la Organización Femenina Popular, el de los defensores del agua en el Atrato y el de los campesinos cocaleros de Putumayo.

Es necesario que el país los conozca, los comprenda y los defienda. A la Fiesta del Libro y la Cultura llegarán los protagonistas de los relatos de la exposición, y esta es la oportunidad de hablar con ellos y ellas. Además, los visitantes del pabellón podrán asistir a obras de teatro, conversatorios, conciertos, performances, talleres y ciclos de cine, para profundizar en los temas de la exposición.

Sabemos que el final de esta historia, de nuestra historia, todavía no está escrito. Esta exposición es un relato en construcción. Queremos que los antioqueños construyan este museo con nosotros. Que se conmuevan y se hagan preguntas, y que imaginen futuros distintos y nos ayuden a transformar esta realidad.

Encuentra más información y la programación completa en: http://www.museodememoria.gov.co/voces-para-transformar/

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Fiesta del Libro, Líderes Sociale, Medellín, Museo, Voces para Transformar a Colombia

Préstele su cuerpo a un líder social asesinado

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Autor

Manuela Ochoa

Fotografía

Maria Paula Durán

Publicado

11 Sep 2018


Préstele su cuerpo a un líder social asesinado

La dramaturga Carolina Vivas y la docente Maribel Ciodaro presentaron en la Fiesta del Libro de Medellín “Aquí estamos”, un performance que buscaba ponerse en los zapatos de los líderes silenciados en Colombia. Los defensores de la vida y los derechos humanos, son los protagonistas del Museo de la Memoria Histórica presente por estos días en Medellín.


¿Quienes eran los 144 líderes sociales asesinados o desaparecidos desde la firma del Acuerdo de Paz en noviembre del 2016, hasta julio de este año, según cifras del Observatorio de Memoria y Conflicto? ¿Qué les gustaba comer? ¿Con quién vivían? ¿Por qué los mataron? Estas fueron algunas de las preguntas de las que partió “Aquí estamos”: un performance dirigido por la dramaturga Carolina Vivas y la docente Maribel Ciodaro, que se presentó el domingo pasado en el Parque de los Deseos de Medellín, como parte del programa del Museo de la Memoria Histórica de Colombia en la Fiesta del Libro.

La acción artística recorrió de forma circular el Parque de los Deseos. Un grupo de actores, vestidos con trajes amarillentos y zapatos embarrados, sostenían maniquís metálicos cubiertos con faldas, pantalones, camisas y blusas. Se movían como las nubes. Poco a poco formaron un público: espectadores de todas las edades que los perseguían a pesar del calor. Los acompañaba también la música del polaco Henryk Górecki, específicamente su “Sinfonía de las canciones de lamento”. Respiraban despacio.

Sus rostros cambiaron progresivamente de la mirada fija en el horizonte al contacto visual con el público, de la pesadumbre al júbilo. De repente, corrieron hacia la explanada donde bailaron e hicieron bailar a los maniquíes; los unos con los otros, en parejas, en grupos. Su ropa y sus zapatos cargados de tierra, se desempolvaban con cada movimiento. Se acercaban a contarnos cuál era su comida favorita o a cantarnos un pedazo de una canción. Poco a poco, cayeron al piso con un ramo de flores y un nombre escrito en un papel. Murieron. Los mataron.

Seguimos al grupo de actores y dejamos atrás los cuerpos simbólicos. Nos sentamos todos en un salón, donde volvió la música de Górecki. Mediante fotografías y testimonios de líderes asesinados en el Cauca y en la región Caribe, los actores encarnaron a sus familiares. Nos contaron sus recuerdos. Se proyectaron nombres de hombres y mujeres asesinados, y los aplaudimos al unísono. Celebramos su memoria, su legado.

Carolina Vivas y Maribel Ciodaro trabajaron bajo la consigna: “Préstele su cuerpo a un líder social asesinado” y durante cuarenta minutos, lo hicimos. “Aquí estamos”en homenaje a las personas que han muerto por defender el medioambiente, la tierra, los derechos humanos, la vida.

Encuentra aquí la programación completa del Museo de la Memoria Histórica de Colombia en la Fiesta del libro.

Publicado en Noticias CNMH



Fiesta del Libro, Museo, Teatro, Voces para Transformar a Colombia

Los rostros detrás de los archivos

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Autor

País Móvil

Fotografía

País Móvil

Publicado

11 Sep 2018


Los rostros detrás de los archivos

Ya están disponibles para consulta las historias detrás de 23 archivos de derechos humanos de los departamentos de Magdalena, Bolívar y Antioquia en www.archivodelosddhh.gov.co


La lucha de una madre en una vereda de Santa Marta, por sacar adelante a sus cinco hijos después del asesinato de su esposo. Los poemas de un campesino y los dibujos de un niño narrando el destierro y el retorno en Chibolo, Magdalena. Los esfuerzos de una fundación por unir a las víctimas de distintos hechos y distintos actores en el Carmen de Bolívar. La vida en las fincas bananeras del Urabá antioqueño, el accionar de las Convivir en esta región y los procesos de resistencia de las mujeres.

Estos son algunos de los relatos recogidos en video por ‘Cuenta tu historia con documentos’, un ejercicio de memoria oral desarrollado por el proyecto ‘País Móvil. Somos PARte de las memorias y la reconciliación’, de Usaid y Acdi-Voca, en asocio con la Dirección de Archivo de los Derechos Humanos del Centro Nacional de Memoria Histórica.

Este proyecto recorrió en 2017 los rincones más inexplorados de Santa Marta, Ciénaga (Magdalena), Cartagena, Turbo y Apartadó, y buscaba desarrollar acciones de memoria y reconciliación entre las comunidades afectadas por el conflicto armado.

Los relatos recopilados estuvieron acompañados por algunos documentos de archivo, como el  cuaderno escrito a mano por Nelson Barón de Chibolo, Magdalena, en el que escribió poemas y reflexiones sobre sus vivencias cuando fue desplazado por grupos paramilitares y cuando pudo retornar a la tierra que él y sus padres habían trabajado por décadas. Sin embargo, algunos objetos también aparecieron en estas narraciones, como la colcha de retazos elaborada por mujeres víctimas de la guerra en el Urabá que enseña la líder social Ángela Salazar, hoy integrante de la Comisión para el esclarecimiento de la verdad, la convivencia y la no repetición.  Ver video resumido de su entrevista aquí:

“Fue un ejercicio muy interesante que nos permitió observar los rostros que hay detrás de los archivos de derechos humanos, así como la diversidad de formas en que la población civil ha documentado el conflicto. No tenemos dudas de que contar con estas entrevistas en nuestro Archivo Virtual ayudará a dar contexto a los investigadores que nos consultan sobre estas regiones”, comentó Margoth Guerrero, directora técnica del Archivo de los DDHH del CNMH.

Además de este ejercicio, este proyecto también permitió realizar cuatro encuentros con 83 gestores de archivos de derechos humanos de estos municipios, en los que intercambiaron conocimientos y recibieron información sobre buenas prácticas y experiencias exitosas, que los inspiraron a usar sus archivos de formas más eficientes para lograr sus propósitos y los de sus organizaciones.

Para consultar estos relatos y ver los documentos que los acompañan consulte el Archivo Virtual de Archivos de los Derechos Humanos y Memoria Histórica.

 

Publicado en Noticias CNMH



Archivos DDHH, Memoria Oral

Ser trans e indígena en Colombia: la historia de Andrea Meza

Noticia

Autor

Juan Pablo Esterilla Puentes

Fotografía

Daniel Sarmiento

Publicado

13 Sep 2018


Ser trans e indígena en Colombia: la historia de Andrea Meza

Fue víctima del paramilitarismo, se exilió en Europa y ahora es una líder reconocida de la comunidad LGBTI.


Una mujer transgenerista pide una y otra vez la palabra en una reunión en la Gobernación de Cundinamarca.

-Andrea usted ya habló cuando estuvo el presidente en Girardot.
-Correcto doctor Rey, cuando estuvo el presidente en Girardot. Yo estoy en Bogotá y usted no me puede impedir a mí el derecho a la participación y a la expresión, le exijo respeto doctor Rey. Desde el año 2016 le estoy pidiendo una cita por escrito con la población y no me la ha dado, estoy grabando y necesito saber si me la va a dar o no para poder tomar acciones.

(El gobernador saca su agenda)

-4 de septiembre a las 10:00 a.m.
-Mi Dios me lo bendiga, me lo proteja.

Andrea Alexandra Meza no para de trabajar. Desde que nació hace 61 años en el seno de una familia wayuu en la ranchería Puturumana I de la Albania, Guajira, la vida le ha dado tantas vueltas como ella se las ha dado a la vida. Ella, -persona mayor, indígena y transgenerista-, es una de las víctimas del conflicto armado interno que ha encontrado en el ejercicio del liderazgo y las resistencias, el sentido de su existencia.

“Nunca me imaginé que la guerra me iba tratar tan fuerte, fue duro porque tenía mis arraigos en el Guamo, Tolima. Casi me matan y perdí todo. Salí estilo delincuente a las dos de la mañana y mi pareja no sé dónde quedó”, asegura Meza con voz quebrantada. Ese 29 de agosto, los cuatro sujetos armados que llegaron en dos motos de alto cilindraje a su peluquería, le reventaron la boca, le partieron el tabique y le dieron un calibrazo en la cabeza con una pistola 9 milímetros, fueron los responsables de inscribir en Andrea, una de las tantas formas de violencia y exclusión a las que se enfrentan la población LGBTI.

Tal y como lo sugiere uno de los testimonios que se recogió para la elaboración del informe del Centro Nacional de Memoria Histórica (CNMH), “Aniquilar la Diferencia”, publicado en 2015, la guerra “impidió” que la población LGBTI amara. Según el Registro Único de Víctimas y con fecha de corte del 31 de julio de 2015, se identifican 1.795 personas con orientaciones sexuales e identidades de género no hegemónicas, que han sufrido alguna manifestación de violencia por parte de actores armados. A ellas, se les ha quitado desde la posibilidad de amar a quien desean, hasta se les ha obligado a esconderse para evitar la violencia por el hecho de ser quienes son, por ejemplo.

Andrea llegó a Bogotá y buscó refugio en el barrio Diana Turbay de la localidad Rafael Uribe. Sin embargo, al cabo de tres meses, -tiempo en el que además ya había logrado encontrar un trabajo en una peluquería-, el Bloque Tolima la ubicó nuevamente y no dejó espacio para dudas.

– “¿Usted qué hace aquí? se tiene que ir, pasamos en dos horas y si está ya sabe”. Hoy, desde la tranquilidad que le da el no sentirse perseguida por grupos armados ilegales, Andrea encuentra parecida esa frase que le dijeron, con otras que personas LGBTI recibieron durante los años noventa e inicios de los 2000, época en la que el conflicto se exacerbó en todo el país y afectó de manera diferencial a su comunidad.

“Para ellos, los de la costa, fue duro. Lo hemos hablado y hubo muchas violaciones a personas de la comunidad en los Montes de María, por ejemplo. A las lesbianas las abusaban para que supieran qué es ser mujer y a los gais los hacían desfilar desnudos por las calles. Algunas fueron empaladas en Sucre y Córdoba. Las admiro porque fue un gran acto de resistencia mantenerse en el territorio estando los actores armados ahí mismo y diciéndoles – ¡ah maricón! ¿no te valió? ¡Te voy a matar!”. Detrás de esas violencias que pretendían “enseñar” con el abuso lo que es “ser mujer” está la heteronormatividad, es decir, “la imposición tácita pero inequívoca de normas que regulan la identidad de género y la orientación sexual de las personas, construyendo un “otro” o una “otra”.

Pero ¿cuál fue el acto de resistencia de Andrea ante esa nueva amenaza? Comprometerse a pagarle treinta millones a una amiga que le prestó quince, empacar maleta, cruzar el charco hasta París, y en últimas afrontar que era nuevamente desplazada. “No fue fácil la salida del país, implicaba aceptar que ya no tendría nada. Llegué a Europa a ejercer la prostitución, cosa que no es dulce. Pararse uno en la calle a menos 5 o menos 10 grados con un abrigo hacia atrás para poder vender, ser humillada por lasnmismas personas LGBTI que para poder dormir en el piso con unos cojines me cobraban 500 euros, y cuidarme de gente que me quería robar lo que me hacía, o de clientes de todo tipo: agresivos, borrachos, ladrones, era muy duro”, sostiene.

Según cifras del Registro Único de Víctimas, el desplazamiento forzado es el hecho victimizante de mayor ocurrencia contra la población LGBTI (1.606 afectaciones), seguido por las amenazas (362 victimizaciones declaradas).


Luego de casi una década, Andrea regresó al país. Lo hizo justo cuando en sus palabras, “el boom de tratamiento a las víctimas” empezaba a emerger. Así pues, al cabo de un tiempo se dirigió a la ya instaurada Unidad de Víctimas para relatar las violencias que sufrió. En Colombia, el Formato Único de Declaración para la Solicitud de Inscripción en el Registro Único de Víctimas, solo incluyó hasta el año 2012, categorías de registro que permiten hacerle un seguimiento a las víctimas de los sectores sociales LGBTI. Bases de datos anteriores a este año como el Sistema de Información de Población Desplazada no incluían la variable de orientación sexual e identidad de género.

El destino inicial de Andrea para rehacer su vida sería nuevamente el Guamo, pero las condiciones de seguridad allí y en otros municipios del Tolima como Saldaña, no eran las más seguras. A las trans literalmente les “estaban robando lo que no se habían comido” con las extorsiones que les realizaban reductos del paramilitarismo. La Unidad reconocería en 2013 a Andrea Alexandra Meza como víctima y a partir de ese mismo año ella decidió radicarse en Girardot, Cundinamarca.

Sin embargo, rehacer su vida siendo transgenerista y ahora siendo persona mayor, no ha sido fácil. Tal y como se narra en el reciente Informe “Ojalá Nos Alcance la Vida” del Centro de Memoria Histórica con apoyo de la organización HelpAge International y liderado por la Corporación Asuntos Mayores (COASUMA), la exclusión y la discriminación, así como los prejuicios y estereotipos vinculados con la vejez y el envejecimiento, ubican a las personas mayores en condiciones de vulnerabilidad y desigualdad social. “Yo como víctima, como población LGBTI, como indígena y como persona mayor no he visto la primera ayuda del Estado colombiano para mí, he presentado proyectos y no pasa nada”.

Andrea, la de porte indiscutible y energía inagotable, considera que las personas víctimas deben recibir más que conmemoraciones y mercados. Y es que precisamente ha sido, por ejemplo, desde la veeduría a esas iniciativas del Estado, -entregar mercados y conmemorar a las víctimas en actos cívicos-, que Andrea ha “levantado ampolla” con sus cuestionamientos; los cuales a la postre la han convertido en blanco de nuevas discriminaciones.

“Yo me levanté, pedí la palabra y dije: -doctor Villalba, yo quiero pedirle el favor que no se vaya a repetir lo que se ha venido repitiendo en años anteriores en cuanto a las ayudas. Los frijoles, la cebada, la avena y los atunes tienen gorgojos, quiero que se tomen los correctivos porque entre 2013 y 2015 se nos intoxicaron las víctimas-”. Como la Secretaria de Educación había sido la Secretaria de Gobierno durante los años de las conmemoraciones que critiqué, ella se paró y la cogió contra mí. –“Lo que está diciendo el señor Andrea no es cierto, el señor Andrea quería enlodarnos la fiesta, no tenemos la culpa que el señor Andrea no le gusten los payasos-”.

Ante el ataque de la Secretaria, Andrea no encontró respaldo alguno entre las personas que habían asistido a ese comité de justicia transicional del 2016 en Girardot, nadie se indignó por la ridiculización de la que fue objeto. Andrea no calló y actuó. “Doctora Sandra le exijo respeto porque yo salí hace muchos años del closet, tengo mucha autoestima, me quiero mucho y valgo mucho. Yo no entiendo usted porque me dice señor si estoy maquillada y no tengo barba ni bigote. Mañana mismo la denuncio ante la Fiscalía”. Y así sucedió.

A PRUEBA DE TODO, DESDE SIEMPRE

Barranquilla, Colombia, 1975.

-Ropa al piso.
– ¿Jueputa y ahora?

Andrea se quitó el camibuso, se bajó el pantalón y los interiores. Tan pronto se agachó, los demás de las filas empezaron a murmurar y ella corrió a taparse los senos. La señora miró el papel y la miró.

-Parese en la punta de los pies, (le hace presión con un dedo en ambos testículos y escribe apto).
-Doctora yo soy homosexual.
-Eso es piedrilla, en el Hospital Militar lo operan y queda un “monazo”.

A pesar de que inicialmente Andrea fue engañada, pues un militar -al que le había dado su confianza-, le mintió diciéndole que fuera al Batallón con un par de papeles para “sacarle la libreta”, hacer no solo el curso de suboficial sino completar ocho años al interior de la institución, fue algo que se convirtió en motivo de orgullo para ella. “La población LGBTI está preparada para todos los riesgos, no se le arruga a nada, si le toca tirar machete lo hace. Dependiendo la adversidad nos desenvolvemos, somos como el camaleón, ningún obstáculo nos queda grande. Yo tenía las fotos de mi paso por la Fuerza Pública y las tenía colgadas con orgullo en mi salón en el Guamo; esa soy yo les decía a mis clientes”.

De aquella formación castrense Andrea también recuerda, y se le dibuja una sonrisa en la cara, la estricta disciplina con la que ejercía sus funciones entre semana, pero también la libertad que tenían los fines de semana. “Yo tenía mi apartamento afuera. El viernes me entraba al edificio, me arreglaba, maquillaba, me ponía mis vestidos y pelucas, y rumbeaba diagonal al batallón con oficiales y suboficiales. Todo el mundo me conocía como Alexandra, yo me armaba el cuerpo con espuma y medias, ellos no me reconocían”, agrega.

Dentro de sus luchas de activismo, y por la generación y preservación de la memoria de personas LGBTI víctimas, se ha encontrado con violencias en su contra de quienes nunca pensó. “El respeto nos lo hemos ganado las transgeneristas con sangre, con golpes, nosotras mismas nos hemos hecho respetar por la sociedad. Las luchas de la población LGBTI las inician son siempre las mujeres transgeneristas reclamando sus derechos. Esto no nos lo reconoce la propia comunidad; los gais no quieren ver transgeneristas, las lesbianas tampoco, pero a nosotros nos ha tocado abrir los espacios y no en vano casi siempre se escucha -matan a mujer trans, matan a mujer trans, matan a mujer trans”.

Siempre que Andrea necesita volver a coger impulso sencillamente vuelve a la raíz, a los días de infancia en la Guajira en los que “vivía en un territorio prácticamente nómada”, sin cerca alguna y con una comunidad que siempre respetaba las decisiones de todos, la suya de ser mujer también. La Andrea de los 61 abriles a sus espaldas es en últimas la misma que recibió a los 15 el espaldarazo de su pueblo para “seguir volando”, la que se fue a vivir primero con una familia Arijuna a Maicao y la que terminó viviendo luego en ciudades y países tan distantes como Aruba, Francia, Popayán y Valledupar.

Andrea regresó a Colombia para seguir cuestionando, más cuando siente que todavía hay tanto por hacer por la población, su población LGBTI. “Yo solo quiero que nos valoren a todos como seres humanos que somos, que no nos discriminen ni nos menosprecien por el enfoque diferencial al que pertenecemos. En cuanto a los gobiernos que se nos dé la oportunidad también de superarnos como se les da a todos los heterosexuales. Que tengamos la oportunidad de poder estudiar, de poder ser profesionales. Somos gente buena y tenemos mucho talento”, concluye.

* Este artículo hace parte de Divergentes, un proyecto sobre movilización y organizaciones sociales del portal ¡PACIFISTA! 
Copyright: http://www.pacifista.co/ser-trans-e-indigena-en-colombia-la-historia-de-andrea-meza/

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Bloque Calima, Conflicto, DDHH, Desplazamiento, LGBTI, Reparaciones Colectivas, Transgénero, Víctimas

El ejercicio de narrar una masacre invisible

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Autor

CNMH

Fotografía

CNMH

Publicado

18 Sep 2018


El ejercicio de narrar una masacre invisible

  • Este miércoles 19 de septiembre acompañamos a Dejusticia en la presentación del libro “Los Guáimaros y El Tapón: la masacre invisible”, que narra la vida de 15 campesinos asesinados en el 2002 en Montes de María en condiciones aún no resueltas.
  • Este libro propone rutas jurídicas para la búsqueda de verdad, justicia y reparación, y es un valiosos ejercicio de memoria histórica que el CNMH celebra.

La masacre de Los Guáimaros y el Tapón (San Juan Nepomuceno, Bolívar) no se nombró durante años. No existió. Incluso hoy, sigue sin conocerse los autores de este hecho. Los días 30 y 31 de agosto del 2002, 15 campesinos fueron asesinados en las fincas El Tapón y Los Guáimaros. Esta masacre provocó el desplazamiento de familias enteras de los corregimientos vecinos de Corralito y San José del Peñón, y se convirtió en la tercera más numerosa de esta región, conocida como los Montes de María.

Hace dos años, los familiares de las 15 víctimas empezaron a llamar la atención de su comunidad y del país con conversatorios, eucaristías conmemorativas y monumentos. Y este año, pudieron hacer realidad el sueño de llevar la vida de sus familiares a un libro, que construyeron con apoyo de la ONG de derechos humanos Dejusticia, y que será presentado en Bogotá este miércoles 19 de septiembre. El Centro Nacional de Memoria Histórica acompañará este ejercicio de memoria y verdad.

La idea de reconstruir las historias de sus muertos, a través de la mirada de padres, hermanos e hijos, fue su manera de hacer memoria para evitar que un hecho así se repita. “Que se sepa que fueron ejemplo y que no se fueron de esta vida porque quisieron, sino porque otros se la arrebataron”, dicen. Este libro también es un peldaño hacia la búsqueda de verdad.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 Cronología de la masacre de Los Guáimaros y El Tapón, ocurrida los días 30 y 31 de agosto del 2002 en San Juan Nepomuceno, Bolívar.

“Los Guáimaros y El Tapón: La masacre invisible”, como los familiares decidieron titular esta obra, significó horas de entrevistas a profundidad y se valió del género perfil para plasmar las historias. El libro se construyó con la participación activa de los miembros de la Asociación de Luchadores por la Verdad de Los Guáimaros, conformada por los seres queridos de quienes fueron asesinados y que son coautores.

“El resultado fue una serie de relatos llenos de cotidianidad, de nostalgia y de humanidad, que nos reafirmaron que cualquier persona, que cualquier vida, es un universo digno de ser contado”, explican en la introducción los autores por Dejusticia: Irina Junieles, Carolina Gutiérrez y Alejandro Jiménez.

A los perfiles, el recurso más potente de este libro, se suman otros dos capítulos. En el  que abre la obra, Junieles, investigadora de Dejusticia, hace una cronología de lo sucedido ese 30 y 31 de agosto de 2002. Por último, Jiménez, también investigador, presenta un análisis jurídico de las rutas que podría tomar el caso en la justicia ordinaria y en la justicia transicional para garantizar posibles escenarios de justicia, verdad, reparación y no repetición.

La presentación del libro será el miércoles 19 de agosto a las 5:30 pm en las oficinas de Dejusticia (Carrera 24 #34-61, Bogotá).
Entrada libre hasta completar aforo.

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Los Guáimaros, Masacre, Memoria, Montes de María, San Juan Nepomuceno

La fórmula de los indígenas Inga para sobrevivir

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Autor

Laura Cerón

Fotografía

Laura Cerón

Publicado

20 Sep 2018


La fórmula de los indígenas Inga para sobrevivir

Los Inga ubicados en la región del Caquetá, han resistido a siglos de violencia: a la expansión colonizadora al sur del país, a la explotación cauchera de la amazonia y a las disputas territoriales de los grupos armados. Este pueblo, de la mano de sus conocedores espirituales, trabaja por cultivar en los niños y niñas las tradiciones ancestrales. Esta es su manera de resistir pacíficamente y de garantizar su pervivencia.


A tres horas por la carretera que conduce de Florencia (Caquetá) a Piamonte (Cauca), se encuentra el resguardo indígena de Yurayaco. Allí reside una parte del pueblo Inga desdeel siglo XVIII, cuando los abuelos y padres del indio Apolinar Jacanamijoy, conocedores de la selva amazónica del Caquetá, decidieron emigrar con su familiay formar un resguardo indígena que brindara seguridad y protección a su comunidad.

La pérdida histórica de sus tierras y sus tradiciones ancestrales por la colonización campesina -que impulsó la explotación de la quina y el caucho-, y las disputas territoriales entre la guerrilla de las Farc y Bloque Central Bolívar de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC), los empujó a trabajar en la protección de sus saberes ancestrales y culturales como una forma de resistencia. Ellos saben que está en riesgo la extinción de sus conocimientos más antiguos.

El pasado 30 de agosto, el colegio indígena Yachaicurí del resguardo de Yurayaco -proyecto etnoeducativo creado hace unos 18 años- se convirtió en el lugar para conmemorar la vida y la resistencia de los líderes y lideresas, que han muerto trabajando por garantizar la supervivencia del pueblo ingano en el territorio. Con la participación protagónica de los niños y niñas del resguardo, esta conmemoración se convirtió en un homenaje a la vida, la sabiduría y el poder del pueblo inga.

Las tradiciones ancestrales fueron el centro de la conmemoración, pues generan vida e identidad en las nuevas generaciones. “Para pervivir en el tiempo y en el espacio no se puede olvidar las raíces y la memoria de los taitas y mamas”, afirmó Waira Jacanamijoy, coordinadora del resguardo de Yurayaco.

Explore en este reportaje gráfico las tradiciones que, desde hace siglos, han hecho parte esencial de la vida espiritual y organizativa del pueblo Inga, y han permitido su supervivencia.

 

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    AtumRumi Taita Apolinar, o la piedra del Taita Apolinar

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    La danza la Chakanaintegra

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    símbolos que forman la Chakana

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    Los cascabeles, carrizos y las zampoñas

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    plantas medicinales

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    Intervención artística de las Yakumamas o madres del agua

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    Los taitas

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    La tulpa

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    La mama Natividad Mutumbajoy

AtumRumi Taita Apolinar, o la piedra del Taita Apolinar, es un símbolo de sabiduría, energía y poder. Para el pueblo inga es un sitio sagrado, pues allí nace la memoria, el saber y el conocimiento ancestral. La vida espiritual del pueblo inga fluye entre esta piedra y el río Yurayaco. Por el proceso de colonización, la piedra ahora se encuentra en una finca que no hace parte del resguardo. Esto, sumado al turismo, ha puesto en peligro la vida y las tradiciones culturales que se fortalecen a raíz de la piedra.

La danza la Chakanaintegra las visiones y conceptos cosmogónicos con el territorio: la medicina ancestral, los saberes espirituales, los lenguajes, los significados y la organización social propia del pueblo inga. Chakana, que significa puente o escalera, crea una visión del universo representando lo masculino y lo femenino, el cielo y la tierra, el mundo de los vivos y de los dioses. “Así caminamos con nuestros saberes”, afirmó Waira Jacanamijoy.

Dentro de los símbolos que forman la Chakana se encuentra el fuego, integrador en todas sus dimensiones: armoniza la palabra, el canto, la danza, las ceremonias y la organización social; y es el que abriga y cocina los alimentos. Alrededor, lleno de flores silvestres, se encuentra el chumbe: tejido que usan las mujeres indígenas que representa las historias y los caminos por donde transita el saber. En frente está el sahumerio, que brinda la limpieza y purificación. La chicha, los tejidos y los alimentos también integraban la Chakana.

Los cascabeles, carrizos y las zampoñas, son piezas fundamentales en el rencuentro con la música inga. Hoy las futuras generaciones encuentran en las canciones su tradición espiritual, su territorio y su memoria. A pesar de que muchas canciones no han sido entonadas durante la guerra, para el pueblo inga continuarán los sonidos.

En la conmemoración se usaron plantas medicinales, las cuales son fuente y reserva del conocimiento milenario que tiene el pueblo inga sobre la naturaleza. Desde el eje de espiritualidad y medicina tradicional del plan de vida del pueblo inga, las mamas, sabedoras de los conocimientos ancestrales, buscan nuevos emprendimientos que ayuden a fortalecer a las futuras generaciones en sus conocimientos sobre medicina y botánica.

Intervención artística de las Yakumamas o madres del agua. Con cantos y sonidos, hechos con el caparazón de una tortuga de agua, se armonizan las conexiones con el territorio y con nosotros mismos. Estos cantos se vuelven una herramienta contra la contaminación de las aguas y de las especies que viven en la naturaleza.

Los taitas son el pilar fundamental de la organización social del pueblo inga. Son guías espirituales que orientan la permanencia y los desafíos en el territorio: la salud, la educación, la sociedad y la medicina. Muchos de ellos se han vuelto blanco de la guerra y han sido asesinados, al ser señalados de ayudar a la guerrilla, a los paramilitares y al Ejército. Su entrega a la comunidad es completa: con su experiencia ayudan a crear nuevos lenguajes y significados en las nuevas generaciones.

La tulpa es uno de los espacios fundamentales de encuentro en la cultura inga: allí se cocina; y se abrigan la palabra, el espíritu y el pensamiento. Alrededor del fuego se tejen espacios con los taitas y mamas para compartir historias, consejos, anécdotas y reflexiones. Durante la conmemoración se hizo un homenaje a los taitas y mamas que han muerto pero que han dejado grandes lecciones de amor, respeto y cuidado por las tradiciones ancestrales y el trabajo colectivo.

La mama Natividad Mutumbajoy es una lideresa espiritual y defensora de la cultura Inga en el Caquetá. Dentro de la institución educativa Yachaicurí lidera el eje de espiritualidad y medicina tradicional, el cual enseña a los niños y niñas el valor de las plantas ancestrales y la relación que tienen con la vida, el camino, el pensamiento y el espíritu. También da clases de inga a los niños y niñas de la institución.

 

Publicado en Noticias CNMH



Agenda Conmemorativa, Caquetá, Indigenas, INGA, Líderes Sociale

Una ventana de la memoria

Noticia

Autor

Daniel Valencia

Fotografía

Daniel Valencia

Publicado

20 Sep 2018


Una ventana de la memoria

La Unidad Policial para la Edificación de la Paz (UNIPEP) presenta su iniciativa virtual “Ventana de la memoria”, que busca visibilizar lugares de memoria de personas y miembros de la institución que han perdido su vida en medio del conflicto armado.


Se trata de una herramienta tecnológica diseñada a partir de la aplicación de Google Maps que permite a cualquier persona y en cualquier lugar del mundo, observar de manera virtual 96 lugares de memoria histórica que ha identificado la institucional policial, que dignifican y recuerdan a los hombres y mujeres policías que han perdido la vida en medio de conflicto armado interno colombiano.

Efren Yezit Muñoz Morales es el impulsor y gestor de la iniciativa de memoria que nace a partir de la formación y acompañamiento recibidos en el tema construcción digital de memoria a través del CNMH y el grupo de Apoyo a Iniciativas de Memoria. Muñoz labora en el área de Memoria Histórica y Víctimas del (UNIPEP), creada en abril de 2016 para resaltar la labor de paz y convivencia que tiene la policía por definición en su mandato.

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    Memoria Policía Meta. San Juan de Arama, Meta. Vía principal entre San Juan de Arama y el cruce de la Bodega. Este es un homenaje a la memoria de los policías víctimas de las FARC, quienes fueron tacados el 3 de octubre de 1997, cuando se desplazaban sobre esa vía y venían realizar actividades de seguridad y convivencia en zona rural de este municipio.

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    Memoria Policía Huila. Algeciras, Huila. Km 1 vía principal de ingreso al municipio. Esta placa recuerda que el 12 de noviembre de 1990 a las 12 del día, fueron atacados por subversivos del segundo frente de las FARC “Asaís Pardo”, el cabo primero Oscar Escobar Páez, el agente Wilson Tigreros y nueve niños integrantes de la policía cívica – juvenil, quienes acompañaban una competencia ciclística entre los municipios de Algeciras y Campoalegre en el departamento del Huila.

 

El sitio tiene información sobre lugares que incluyen placas conmemorativas, cenotafios, mausoleos, parques, etc. donde es posible verlos en fotografía y encontrar una reseña breve de cada lugar. Hasta el momento hay 96 identificados y registrado y la idea es seguir alimentando la plataforma y profundizando la información

Es importante mencionar que el blog no solo incluye a miembros de la policía sino también a víctimas de la población civil y quiere promover, como asegura Efren Muñoz, una visión pluralista, incluyente y holística: “Queremos registrar incluso en nuestros productos las versiones que ha dado las FARC y las memorias que puedan partir desde allí también para que haya un contrapeso”, afirma el uniformado.

Por eso, sumándose a cumplir con su papel en la implementación de los acuerdos, donde han aportado prestando la seguridad en zonas veredales (ahora ETCR), esquemas de seguridad para desmovilizados, trabajo con Naciones Unidas en territorio, entre otros, Muñoz resalta la importancia de también articularse desde la implementación de medidas de satisfacción, reconocimiento a las víctimas y sus familiares, dignificación y aporte a la construcción de memoria.

Finalmente, añade Efren Muñoz, “la documentación de la Memoria Histórica Institucional representa un aporte para la memoria histórica nacional, que reafirma el cumplimiento de la misión constitucional para alcanzar la paz, la justicia, la reparación y no repetición de los hechos de violencia que marcaron la historia y la memoria de millones de Colombiano”.

Visite aquí la página de la iniciativa de memoria.

Publicado en Noticias CNMH



Iniciativas de Memoria, Policía

El renacer del Alto Naya

Noticia

Autor

Laura Cerón

Fotografía

Carlos Bravo

Publicado

24 Sep 2018


El renacer del Alto Naya

El 21 de abril de 2001 el Alto Naya vivió la tragedia que trae consigo una masacre paramilitar. El hecho rompió el tejido comunitario creado por los indígenas nasa, campesinos y afrodescendientes que compartían la vida y el trabajo del campo en la región. Este año, después de 17 años, en el mes de agosto, sus pobladores conmemoraron el hecho por primera vez en la vereda Río Mina, -lugar que concentró la violencia paramilitar-, para transformar el dolor en una herramienta colectiva contra el olvido y volver a cultivar sus sueños y esperanzas.


El Alto Naya nace imponente en las montañas de la cordillera occidental, entre los departamentos del Cauca y Valle del Cauca y se conecta con el río que lleva su mismo nombre. Antes del 2001, el Naya no conocía la guerra de frente, pero sí sus consecuencias. Desde 1950 recibió a varias familias de indígenas del pueblo Nasa que encontraron en sus tierras fértiles un lugar donde vivir después de la violencia bipartidista. A la parte baja del río, cerca de la desembocadura que termina en el océano pacífico llegaron pueblos afrodescendientes que buscaban refugio desde finales del siglo XVII a causa de la esclavitud. Campesinos, indígenas y afrodescendientes que trabajaban en la parte alta de la montaña andaban días enteros por sus laderas y filos, abriendo caminos para transportar víveres y herramientas hasta organizar los primeros caseríos, entre ellos La Playa, El Playón y Río Mina.

El pasado 3 de agosto, más de 300 personas decidieron volver a recorrer sus caminos para asistir a una fiesta por la memoria. Luego de 17 años, el Cabildo Playón Nasa Naya  organizó la primera conmemoración de la masacre en la vereda Río Mina, lugar que vivió la muerte de varios de sus pobladores el 21 de abril de 2001. Para la comunidad este acto de memoria fue motivo de alegría, pues sentían que estaban cumpliendo un sueño al dignificar el recuerdo de sus seres queridos y reivindicando su derecho a vivir en el territorio.

 

 

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    Durante la conmemoración, niños y niñas pintaron piedras con los nombres de las víctimas y las fechas de los asesinatos de la masacre en el Alto Naya que luego harían parte de un memorial que se construyó en Río Mina

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    La guardia indígena de la vereda Río Mina también la integran jóvenes afrodescendientes que habitan la región

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     Miembros de la guardia indígena de Caloto comparten sus conocimientos a los indígenas de la guardia indígena de El Playón durante la conmemoración.

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    Desde el retorno a Río, las mujeres han participado en la defensa del territorio desde espacios como la guardia indígena

 

¿Cómo entró la violencia al Alto Naya?

Los sueños de las familias que habitaron el Alto Naya con la esperanza de encontrar un lugar tranquilo para vivir se vieron interrumpidos con la llegada de la coca a la región. Según el Análisis de conflictividades y construcción de paz del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), la bonanza cocalera que se dio desde la década de los 80 y se desplegó por el sur del país, convirtió las tierras nayeras en una fuente de disputa entre los actores armados. La primera entrada armada la hizo la guerrilla de las FARC y posteriormente el ELN, quienes controlaron la zona durante el periodo de mayor efervescencia.

Las históricas condiciones de exclusión y la creciente demanda de la coca atrajeron a muchas personas en busca de trabajo a la región; sus angostos senderos se transformaron en caminos de herradura por el que diariamente transitaban cientos de mulas para abastecer los caseríos.

Desde 1998, los indígenas nasa buscaron organizar un cabildo como un ejercicio propio y autónomo de gobernanza. Sin embargo, el control que establecieron los grupos armados en la región cobró la vida de varios dirigentes, entre ellos el primer gobernador del cabildo de La Playa, Elias Trochez, quien fue señalado de apoyar a los paramilitares y fue asesinado en el 2000 por el ELN. Para muchos la presencia de los grupos armados en la región siempre fue un motivo de discusión, “ahí comenzó el problema con los grupos armados porque decían que queríamos pasar por encima”, afirmó Alex.

La vida en el Naya sufrió un fuerte impacto con la masacre que llevó a cabo el Bloque Calima de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC) en la región. “Era semana santa y en esa semana no enseñé. En mi escuela no había nadie, los niños ya estaban en su casa. Yo vivía en un caserío cerca y el martes nos avisaron que iban a entrar los paramilitares. Nos dio pánico y miedo porque no los había visto en mi territorio. Según lo que la gente decía era que iban acabando a todo el que se iban encontrando”, afirmó Alex Rodríguez* habitante de la región.

El resto es historia: las armas, las muertes, el dolor y la huída. Aunque esta cifra no está confirmada, los habitantes aseguran que el terror sembrado en Río Mina con la masacre de varios de sus pobladores llevó al desplazamiento de cerca de 3.000 personas a los municipios y ciudades cercanas.

El retorno

Durante los meses posteriores a ese 21 de abril de 2001, varios indígenas se desplazaron forzadamente a Santander de Quilichao, Timba, Buenos Aires y Jamundí. Sin embargo, muchos otros se negaron a abandonar sus tierras y decidieron regresar. Era eso o seguir viviendo en condiciones de pobreza.

Fue así como Río Mina poco a poco volvió a recuperar la vida que tenía antes. Sus habitantes decidieron hacerle frente a la guerra y organizar su territorio. Aunque desde el año 1998 habían formado el cabildo de El Playón, no fue sino hasta el año 2002 que este logro su reconocimiento por el Ministerio del Interior como parte de las múltiples luchas colectivas que emprendieron los indígenas del pueblo nasa. Con este reconocimiento la organización indígena iniciaría un camino para fortalecerse y hacer gobierno propio en el territorio.

Con el tiempo se unieron a los demás cabildos conformados en la región del Cauca y Valle del Cauca e hicieron parte de la Çxhab Wala Kiwe Asociación de Cabildos Indígenas del Norte del Cauca (ACIN). Día y noche vienen trabajando  para fortalecer su estructura organizativa, recuperar sus prácticas culturales, proyectarse políticamente y actuar de acuerdo a las necesidades de sus habitantes.

Uno de sus sueños es ampliar y fortalecer el proceso de guardia indígena, símbolo de resistencia pacífica entre las comunidades indígenas. En 2016, gracias al trabajo organizativo y con las ventajas que trajo la firma del acuerdo de paz se inició una escuela de liderazgo junto a los otros cabildos de la región para capacitar a la guardia indígena en esta zona del país, además de formarlos como mecanismo humanitario de control territorial, protección y convivencia.

“Ahora uno se siente más protegido por las organizaciones que hay, el cabildo ha sido lo mejor que ha podido pasar en estos momentos. Uno se siente bien con ellos, las Juntas de Acción Comunal también hacen un papel muy grande en la región. Antes no había organización, si hubiese habido esta organización todo hubiese sido muy diferente. Antes no había líderes que nos prepararan física y mentalmente para muchas cosas, no venían las entidades, nada. Uno acá no se daba cuenta de lo que pasaba en el mundo”, comentó Carmen Muñoz*, habitante del Naya.

Conmemorando la vida y los sueños del Naya

Durante tres días, el cabildo de El Playón organizó una serie de actos simbólicos que buscaban unir nuevamente a los nayeros y nayeras de la región. El hecho de convocar a los pobladores para recordar y sanar de forma colectiva se convirtió así en una estrategia la para la resistencia y pervivencia en el territorio.

En una ceremonia privada, los familiares de las víctimas recibieron unas mochilas tradicionales del pueblo nasa conocidas como cuetanderas y que son tejidas con lana de oveja. Las cuetanderas se ofrecieron como reconocimiento a los años de dolor, pero también como símbolo de la esperanza que representa el conocimiento ancestral y semilla de esperanza en el futuro.

“Conmemorar me parece muy bonito, muy importante porque le trae a uno recuerdos tristes pero uno se siente acompañado de que alguien está interesado en la región, podemos hablar con alguien que lo escucha. Uno sabe que la región del Naya la tienen en cuenta, no solamente para lo malo, no solamente decir que aquí hay mafia o guerrilla, no. Aquí vivimos seres humanos”, comentó Carmen.

Dentro de la conmemoración también se dieron espacios para dialogar y pensarse la región el Alto Naya. Uno en el que la economía cocalera, las intimidaciones a los líderes sociales y víctimas no hagan parte de su panorama social. Al contrario: que los niños y niñas tengan la posibilidad de crecer en un territorio autónomo y libre de violencia.

“El sueño mío a corto plazo es tener un colegio bueno, que desde el prejardín los niños aprendan la cultura naya, donde uno pueda decir ‘vea, este año salen 50 bachilleres del Naya’, que haya un enlace para que vayan a la universidad. Quisiera que la gente pensará diferente Quisiera que la juventud no sólo pensara en dinero. Mi sueño es que el Naya sea un lugar donde se respeta la cultura, las diferentes etnias, un lugar donde uno lucha por lo  que siente y anhela”, afirmó Fernando.

Con cantos, poesías, plantas medicinales y pinturas en piedras simbólicas, el pueblo nayero de Río Mina recordó por lo alto a sus víctimas. Con dolor, pero también con la esperanza de ver su pueblo fortalecido.

Publicado en Noticias CNMH



Guardia Indígena, Naya

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