Etiqueta: Masacre

Segovia también recuerda la masacre de 1996

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Autor

CNMH

Fotografía

El Colombiano, Medellín, 25 de abril de 1996

Publicado

29 Abr 2015


Segovia también recuerda la masacre de 1996

Segovia, un pequeño pueblo minero, se levanta entre las montañas del Nordeste de Antioquia. En el parque central hay un monumento que rinde homenaje a las víctimas de la masacre del 11 de noviembre de 1988. Sin embargo, su tamaño no parece hacerle justicia a la magnitud de los hechos violentos que ha padecido su población.


La comisión del Centro Nacional de Memoria Histórica, CNMH, llegó el viernes 24 de abril después de cuatro horas de viaje por tierra desde Medellín. El objetivo: asistir y participar en la primera conmemoración de la masacre ocurrida el 22 de abril de 1996.

Los hechos: la masacre de La Paz y El Tigrito, Segovia, 22 de abril de 1996

Con advertencias anónimas de un asesinato masivo, el pueblo de Segovia ya se preparaba para lo peor. Grafitis intimidantes, llamadas amenazadoras, extraños caminando por las calles encapuchados, boletines con advertencias que llegaban debajo de las puertas infundieron terror en la población.
Finalmente, el 22 de abril, a las 2:25 pm, aterrizó en el aeropuerto de Otu una avioneta comercial. Entre sus pasajeros se encontraban seis hombres que llegaban hacer parte del grupo victimario.

El capitán Rodrigo Antonio Cañas Forero, del Ejército Nacional, los esperaba en la pista para recibirlos. Tras mantener unas charlas en la base militar de Otu y en el estadero del aeropuerto, estos seis hombres se reunieron con otros dos que habían llegado, por tierra desde Medellín, en un carro de la empresa Frontino Gold Mines (FGM).

Montados en un campero y después de varios inconvenientes, los ocho hombres llegaron a las 7:40 p.m. al salón de billares Villa Flay ubicado en el barrio La Paz (casco urbano de Segovia). Encapuchados y armados con granadas, pistolas automáticas y revólveres, estos sicarios obligaron a las personas que se encontraban dentro del establecimiento a tenderse en el piso. Acto seguido, los ejecutaron. Solo algunas pocas personas lograron salvarse, pues aprovecharon los cortos momentos en que los victimarios se quedaban sin municiones. Cuando un hombre que se encontraba allí devolvió el fuego, los sicarios abandonaron el lugar.

Pero el terror no acabó. A las 8:00 p.m. el campero se estacionó frente al salón de billares El Paraíso, en el barrio José Antonio Galán (o El Tigrito); los hombres armados descendieron del vehículo para repetir el ataque.  Finalmente, estos ocho asesinos emprendieron la huida por la vía hacia Puerto Berrio dejando una estela de muerte a su paso.

La conmemoración

A las 10 de la mañana del 25 de abril de 2015, víctimas del conflicto armado en Segovia y sus alrededores empezaron a llegar a la Casa de la Cultura del pueblo. Allí, abogados provenientes de Medellín y de Bogotá, invitados por la Asociación de Víctimas y Sobrevivientes del Nordeste Antioqueño, atendieron individualmente a cada una de las familias para escucharlos, resolver sus inquietudes y brindarles una asesoría jurídica de acuerdo con cada caso.

A las 2:30 p.m. se dio inicio formal a la primera conmemoración de la masacre de 1996, 19 años después de los hechos. Luis Fernando Álvarez, director de la Asociación de Víctimas y Sobrevivientes del Nordeste Antioqueño, recordó a los asistentes que allí no solo los convocaba la masacre del 96, sino todas las ocurridas en el pueblo y todas las otras formas de violencia que han llenado de luto y de dolor a Segovia. Además, recalcó que las muertes no fueron aisladas, fueron premeditadas y con ellas se buscó silenciar los proyectos de vida de muchas comunidades y a la oposición política. “Queremos que estos hechos no se vuelvan a repetir en el futuro y podamos vivir sin escuchar el fuego de las metralletas y de los fusiles; que todas las comunidades levanten la memoria en honor de todas las personas que fueron asesinadas”, afirmó.

Cuando Luis Fernando Álvarez finalizó su intervención, la canción “No se puede sepultar la luz” empezó a sonar en el fondo del auditorio. En la pared central, frente a todos los asistentes, los nombres de las víctimas fatales y lesionadas de la masacre de 1996 empezaron a aparecer, uno por uno. Luego, empezaron a pasar lentamente antiguas noticias de prensa sobre los hechos publicados en los periódicos y revistas más importantes del país. El silencio se apoderó del salón.

Al finalizar la canción, Daniel Cabezas, religioso jesuita, se tomó el estrado para recordarles a los asistentes la importancia de seguir creyendo en Dios porque siempre está caminando al lado de cada una de las personas. Pidió recordar a las personas que murieron para decir “No Más” y seguir con la convicción de construir un país mejor.
Acto seguido, el grupo de hip hop, The raza, se subió al escenario. Inspirados en las historias de sus padres y en lo que vivieron desde pequeños, estos chicos nacidos en Segovia aprendieron a plasmar sus angustias, dolores y palabras de protesta en canciones. Además de cantar dos de sus composiciones, invitaron a los asistentes a recordar a las personas que ya no están, pero que nunca se olvidarán.“Memorias de un pueblo” retumbó en el lugar como un homenaje a las víctimas.

Posteriormente Ronald Villamil, investigador del CNMH y relator del informe “Silenciar la democracia. Las masacres de Remedios y Segovia 1982 – 1997”, subió al escenario para presentar la segunda edición de esta importante investigación. Además de agradecer a las personas que hicieron posible la realización de este texto, Villamil enfatizó en las deudas que tiene el Estado con esta comunidad. Asimismo, explicó las novedades que incluye esta segunda edición del informe, entre las que se cuenta la condena al político liberal César Pérez García como determinador y coautor de la masacre de 1988.

Luego, algunas víctimas presentes reclamaron justicia, verdad y reparación, y exigieron que estos hechos no se vuelvan a repetir.

A la salida del evento, todos los asistentes recibieron un ejemplar del texto “Silenciar la democracia”.

 


Conmemoración, Masacre, Segovia

Todo listo para la peregrinación a Trujillo

Noticia

Autor

CNMH

Fotografía

CNMH

Publicado

13 Jun 2015


Todo listo para la peregrinación a Trujillo

Con una conmemoración de los 25 años del comienzo de la masacre de Trujillo, y la celebración de los 20 años de la Asociación de familiares de víctimas (Afavit), este sábado los trujillenses realizarán su peregrinación anual.


Como cada año, se espera la llegada de cientos de peregrinos de todos los lugares del país, que expresarán su solidaridad con esta población del norte de Valle del Cauca, donde tuvo lugar lo que se conoció como la masacre de Trujillo. Esta consistió en una serie de desapariciones forzadas, torturas, detenciones arbitrarias y homicidios que fueron perpetrados por una alianza temporal entre narcotraficantes, paramilitares y agentes del Estado, y que dejó casi 400 víctimas.

Este año, el evento empezará con una procesión llamada ‘Recorriendo el Camino de Memoria y Resistencia’ que estará dirigida por la artista Yorlady Ruiz y el Grupo infantil Jimmy García Peña. Luego se llevará a cabo una eucaristía donde se recordará a los mártires de esta masacre y donde las matriarcas y patriarcas de Afavit realizarán un altar artístico.

En las horas de la tarde se hará un reconocimiento a los fundadores e impulsores de Afavit, organización que ha sido reconocida en múltiples ocasiones nacional e internacionalmente. En 2013 recibieron el Premio Nacional a la defensa de los Derechos Humanos y en 2011 fueron reconocidos en la misma materia por el Ayuntamiento de Siero (España). Así mismo, lograron que el libro ‘Tiberio vive hoy. Testimonios de la vida de un mártir’, escrito a mano por los trujillenses, ingresara en el registro de Memoria del Mundo de la Unesco.

El evento también será la oportunidad para que la Dirección de los Derechos Humanos del Centro Nacional de Memoria Histórica haga la entrega oficial del archivo de Afavit, el cual fue intervenido entre 2014 y 2015 y del que ya hay una copia disponible para consulta.

La peregrinación terminará con múltiples manifestaciones artísticas, entre ellas la Exposición “Que piedra” del artista Rodrigo Grajales.

 


Masacre, Peregrinación, Trujillo, Víctimas

3 de julio, entrega de restos exhumados de la fosa común de El Salado

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Autor

CNMH

Fotografía

Jesús Abad Colorado para el CNMH.

Publicado

30 Jun 2015




3 de julio, entrega de restos exhumados de la fosa común de El Salado

La masacre de El Salado es una de las más atroces del conflicto armado de Colombia. Fue perpetrada entre el 16 y el 21 de febrero del 2000 por 450 paramilitares, que apoyados por helicópteros, asesinaron a 60 personas en estado de total indefensión. Tras la masacre se produjo el éxodo de toda la población, convirtiendo a El Salado en un pueblo fantasma. Hasta el día de hoy no han retornado ni la mitad de las más de 7.000 personas que lo habitaban.

Este suceso hace parte de la violencia masiva ocurrida en Colombia entre 1999 y el 2001. En ese período, en la región de los Montes de María, donde está ubicado El Salado, la violencia se materializó en 42 masacres que dejaron 354 víctimas fatales. 

Tras la masacre perpetrada en el corregimiento, los paramilitares no le permitieron a las víctimas recoger los cuerpos de sus familiares y sepultarlos durante los dos días en que estuvieron en el pueblo, así que la descomposición de los cuerpos impidió una velación y un entierro, sumado a las condiciones de miedo que también impidieron que los familiares, amigos y vecinos se despidieran de las víctimas y acompañar a sus allegados de acuerdo a las tradiciones comunitarias.

Este 3 de julio con la entrega de los restos, y la reparación, se busca resarcir este hecho, en el año que se conmemoran 15 años de esta masacre. En El Salado continúan los actos simbólicos para reconstruir el presente y futuro de una comunidad estigmatizada como guerrillera, la cual fue involucrada injustamente en esta absurda guerra colombiana.

De esta manera la Unidad de Víctimas y el Centro Nacional de Memoria Histórica se unen a los familiares de El Salado para acompañarlos en la entrega de los restos exhumados de la fosa común de este corregimiento, como medida de reparación implementada en el marco del Plan de Reparación Colectiva de El Salado. Hecho trascendental ya que las víctimas esperan recibir los restos de sus familiares y darles un entierro digno 15 años después de que hubiesen sido inhumados en una fosa común ubicada en el centro del pueblo. 

Programación

Viernes 3 de julio:
Diligencia judicial de entrega de restos óseos
– 8:30 a.m. Encuentro con los familiares y acompañantes en ITSER para el traslado al cementerio
– 9:00 a.m. Ceremonia Judicial de Entrega De Restos Óseos. Capilla del cementerio en Carmen de Bolívar.
1. Apertura de la diligencia a cargo del Fiscal.
2. Lectura de documentos correspondientes a la entrega de los restos.
3. Palabras del Fiscal
4. Palabras de los familiares
5. Cierre de la diligencia.
6. Inicio del acto litúrgico.
7. Ceremonia de Inhumación.

Sábado 4 de julio:
Rueda de presa con tres representes de los familiares de la masacre de El Salado.
Velación en la iglesia de El Salado a partir de las 7:00 pm

Domingo 5 de julio:
Ceremonia judicial de entrega de restos óseos
LUGAR: Iglesia Católica del corregimiento.
1. Apertura de la diligencia a cargo del Fiscal.
2. Lectura de documentos correspondientes a la entrega de los restos.
3. Palabras del Fiscal
4. Palabras de los familiares (pronunciamiento de la familia frente a la diligencia y/o presentación del familiar)
5. Cierre de la diligencia.
6. Inicio del acto ecuménico (a petición de los familiares se realizará una ceremonia que combine las creencias cristiana y católica.).
7. Ceremonia de Inhumación.

 

El Salado, Exhumación, Fosas Comunes, Masacre

Bojayá planea su memoria

Noticia

Autor

CNMH

Fotografía

Cesar Romero para el CNMH

Publicado

27 Jul 2015


Bojayá planea su memoria

Al momento de construir una casa se hace indispensable seguir tres procesos: la planeación, ejecución y acabados. Por lo general, el éxito o fracaso de un espacio, sin importar su función, depende de cuanto tiempo se invierte en la planeación del proyecto.

En esta etapa se escoge el lugar en donde se construirá, se buscan referentes que ayuden a delimitar un estilo arquitectónico, se realiza todo lo concerniente a la planimetría y por último se hacen los presupuestos en donde se estima cuánto tiempo y dinero se invertirá para lograr finiquitar la obra.

Algunos representantes de la comunidad del Medio Atrato, se reunieron en Bogotá con el equipo de enfoque étnico del Centro Nacional de Memoria Histórica durante cuatro días para realizar el balance y reflexión de la conmemoración de la masacre de Bojayá de este año y la proyección de la misma para el 2016. Además, se trabajó sobre la intención de construir un espacio en donde se dignifiquen las memorias de las víctimas mortales y de los sobrevivientes de la masacre que tuvo lugar el 2 de mayo del 2002. Para esta construcción la comunidad decidió planear muy detalladamente cada aspecto de la iniciativa, por esta razón decidieron emprender una serie de visitas a lugares de memoria del país, buscando nociones, estilos y formas de narrar la memoria.

En Bogotá arrancaron con la visita al Museo Nacional de Colombia, a su sala Memoria y nación, en donde fueron recibidos por una guía que explicó cada pieza y su función en la construcción de la realidad nacional. Una de las piezas que más llamó la atención de los presentes fue un tejido en donde se narra la masacre de Mampuján. La idea fue tan bien recibida que Rosa Palomeque garantizó que se llevaría a cabo ya que “en Bojayá tejemos los nombres pero no la historia. Es una idea que vamos a trabajar”.

Posteriormente, el grupo se dirigió al Cementerio Central de Bogotá, en donde fueron recibidos por María José Pizarro, coordinadora de la estrategia de participación de víctimas del CNMH, quien dio un recorrido mostrando las tumbas de varias personalidades nacionales y explicando el proceso que tuvo que llevar a cabo para la reconstrucción de la tumba de su padre. En este espacio José Valencia, quien hace parte de Bojayá Stereo, resaltó la importancia de pensarse los materiales en los cuales se piensa construir el sitio de memoria, con el fin de garantizar que el tiempo no desmejore el proyecto.

Finalmente el recorrido terminó en el Eje de la Memoria de Bogotá, específicamente en el graffiti de Jaime Garzón, en donde se discutió la importancia de pensar la intervención del espacio y la participación de los jóvenes. Por ahora el proyecto de un lugar de la memoria en Bojayá se encuentra en etapa de planeación, y con el fin de estructurar de la mejor manera el proyecto los representantes de esta comunidad realizarán una serie de visitas a otras iniciativas de memoria en todo el país para nutrirse de ideas y lograr consolidar un espacio que no deje a Bojayá en el olvido sino que la reivindique y muestre todos sus procesos de resistencia a través del tiempo.

 


Bojayá, Masacre, Memoria Histórica

16 años de la masacre de Santa Cecilia

16 años de la masacre de Santa Cecilia

Autor

CNMH

Fotografía

Mauricio Builes para el CNMH

Publicado

29 Ene 2016


16 años de la masacre de Santa Cecilia

Hace 16 años en Santa Cecilia en el corregimiento de Astrea, norte del Cesar, un grupo de paramilitares conformado por más de 100 hombres armados asesinó a 12 campesinos de la región.


Este 28 de enero se llevó a cabo actividades conmemorativas en el corregimiento como medida de reparación simbólica. Teniendo en cuenta que los hechos ocurridos ese fatídico 28 de enero de 2000, trascendieron a toda la comunidad, la Unidad para la Atención y Reparación Integral a las Víctimas (UARIV), desde 2013 inició el proceso de reparación con esta comunidad, donde se establecieron, entre otras, medidas de reparación como: reconocimiento público de lo ocurrido y actividades conmemorativas.

Otra historia no contada

Antonio Fermín relata la historia de una masacre inesperada, como muchas de las que han arrasado los pueblos colombianos. “Esa noche yo me quedé en Santa Cecilia, en la madrugaba los perros ladraban mucho, me levanté a las cinco de la mañana, iba saliendo y los paramilitares me dijeron que el pueblo estaba rodeado y que debía ir con los demás, caminé y llegué donde estaban todos amarrados. Nos pusieron en posición de requisa”, dice.

Los paramilitares, comandados por John Jairo Esquivel, alias “el Tigre”, se apoderaron de la única casa de dos pisos en la zona y montaron su cuartel de la muerte, junto a un retén militar, en toda la entrada del pueblo. Con lista en mano, pidiendo la cedula de los pobladores, iban seleccionando sus víctimas, las apartaban y amarraban: “a mí se me acercó alias ‘el Llorón’ y me dijo que conmigo no era el problema, que era con los que estaban amarrados”, relata Fermín.

Osmani Ortega, esposa de Dalwis Salcedo e hija de Rosa Elvira Rojas, —ambos asesinados en la masacre—, guarda en su memoria lo que sufrió durante esas largas horas de drama: “llegaban a las casas de los que estaban en la lista dando patadas, a todos los que estábamos amarrados nos sentaron en el piso, y a las cinco de la mañana éramos ocho allí. A mí me soltaron diciendo que estaba limpia. Y ‘el Tigre’ nos dijo que hiciéramos fiesta, que hiciéramos sancocho, que cuando ellos venían —refiriéndose a la guerrilla— hacíamos fiesta.”

Los paramilitares amarraron a 11 personas durante más de 12 horas, —desde las dos de la madrugada—a las tres de la tarde recibieron la orden de acabar con sus vidas. “Al primero que mataron fue al hijo de Ulises —Ulises Coronado Marín—, yo corrí cuando me dijeron ‘huye o te tiro yo’”, recuerda Antonio Fermín.

Según los testimonios de algunos habitantes de Santa Cecilia, a las personas asesinadas les dispararon en la cabeza y a Luz Aida Marín un perro le arrancó los senos. El pueblo quedó en silencio y desde ese día el grupo paramilitar se estableció en el corregimiento provocando el desplazamientos del 90% de sus habitantes, más de 350 familias. 

Al retornar les quemaron las casas

María Rojas se desplazó para Valledupar. Los primeros años en esta ciudad se atemorizaba al escuchar un perro ladrar, en una ocasión “llegaron a dar una serenata y mi hermana y yo vimos fue hombres armados”, explica María Rojas. Los traumas de la guerra la perseguían, llegando a confundir el sonido de unas trompetas con armas.

Con el tiempo, los labriegos decidieron regresar a las tierras, convencidos de una normalización del orden público, pero las cosas no han estado tan tranquilas como pensaron. El 30 de diciembre de 2013 un grupo de hombres no identificado ingresó al corregimiento y violentamente quemó siete casas. Varios líderes tuvieron que desplazarse.

16 años después de la masacre, compartimos “Santa Cecilia: Afectación, Daño y Resistencia” y “La memoria sin voz”, dos vídeos realizados por el Centro de Memoria del Conflicto de Valledupar y la comunidad para visibilizar esta tragedia.

Publicado en Noticias CNMH



Masacre, Paramilitares, Reparación, Reparación simbólica, San ta cecilia

La Gabarra, una historia de abandono

Noticia

Autor

Maria de los Ángeles Reyes (CNMH)

Fotografía

archivo Semana

Publicado

26 Ago 2015


La Gabarra, una historia de abandono

La incursión paramilitar en Norte de Santander dejó, además de decenas de muertos, cientos de familias desplazadas. Dieciséis años después, sus habitantes aún sufren las consecuencias.


Investigación publicada en Verdad Abierta

 

El 21 de agosto de 1999 aproximadamente 150 paramilitares llegaron al corregimiento de La Gabarra, en el municipio de Tibú, para concretar la tarea que se habían propuesto desde mayo de ese mismo año: imponer su autoridad en El Catatumbo.  

El Catatumbo ha sido un lugar de disputa para los grupos armados ilegales por su localización estratégica para las rutas del narcotráfico, el paso fronterizo con Venezuela y por el paso del oleoducto Caño Limón-Coveñas. Por la ausencia del Estado, los habitantes de la región se vieron obligados a convivir con todas las guerrillas.

Cuando los rumores de la presencia de los paramilitares empezaron a circular en la década de los noventa, muchos habitantes abandonaron sus tierras por temor a las actuaciones del naciente Bloque Catatumbo. La preocupación era tal, que varias oenegés habían convocado consejos de seguridad para alertar a las autoridades acerca del grave peligro que corría la población de Tibú. De hecho, el jueves 19 de agosto de 1999, dos días antes de la masacre, el entonces presidente Andrés Pastrana estuvo en un consejo de seguridad en Cúcuta, convocado por la oenegé, Minga.

Una masacre tras otra

Según la versión libre de Jorge Iván Laverde Zapata, alias “el Iguano”, Mancuso y Castaño tenían como uno de sus objetivos principales la conquista de Tibú; La Gabarra sería el primer paso para conseguirlo.

El 29 de mayo, en la vía que comunica a la cabecera con el corregimiento, cerca de 200 “paras”, que habían sido enviados desde Córdoba y Urabá, se ubicaron a lo largo de la carretera y pararon los vehículos que pasaban por ahí. Asesinaron a ocho personas, según reportes oficiales, con lista en mano (algunos testigos aseguran que fueron 16). Desde ese día hasta el 22 de agosto el CTI de la Fiscalía registró 77 muertos en Tibú, La Gabarra y algunas otras veredas del municipio.

Las alertas de varias autoridades defensoras de los derechos humanos lograron retrasar la llegada de los paramilitares a La Gabarra en mayo del 1999. Sin embargo, el excomandante del Batallón Contraguerrilla nº 46, teniente Luis Fernando Campuzano (condenado como coautor por esos hechos a 40 años de prisión según la sentencia de la Corte Suprema de Justicia del 12 de septiembre de 2007), permitió la llegada del grupo al casco urbano la noche del sábado 21 de agosto. Ese día, según testigos, el retén permanente del Ejército, que protegía al corregimiento, fue levantado. Además, se ordenó a los militares no salir de la base, argumentando que estaban siendo atacados por algún grupo insurgente, versión que también fue desmentida por varios testigos.

Ciento cincuenta paramilitares provocaron un apagón en La Gabarra y entraron a los bares y lugares de recreación aprovechando que los sábados en la noche varias personas de las veredas bajaban a divertirse. Las víctimas registradas en ese momento fueron 35. Sin embargo, durante la incursión paramilitar en El Catatumbo varios cuerpos fueron desmembrados y lanzados a los ríos Táchira, Zulia y Catatumbo, haciendo difícil las labores de reconocimiento y conteo de los cuerpos.

16 años de abandono

La masacre del 21 de agosto marcó el inicio de una serie de disputas territoriales que dejaron, en total, según informes del Cinep, cerca de 100 muertos. En 2001 hubo dos masacres a manos de las Farc y el Eln en contra de raspachines. En 2004 hubo otra gran masacre de 34 campesinos a manos de guerrilleros de las Farc. Según el fiscal asignado al caso, Edgar Carvajal, esto fue la evidencia más clara de la ausencia del Estado en la zona de El Catatumbo. “El Estado se desentendió porque no le convenía estar ahí, y a la vez le convenía que las Auc estuvieran ahí porque, mal que bien tenían, controlada la presencia de la guerrilla”, afirmó el fiscal.

Una gran consecuencia que dejó la incursión paramilitar en el Catatumbo fue el despojo masivo de tierras y la cantidad de familias que tuvieron que salir desplazadas. Según la Unidad de Restitución de Tierras, Tibú es el municipio con más reclamantes de tierra en Norte de Santander.

Tras la desmovilización de los paramilitares, se entregaron 105 fincas, 17 locales comerciales y 39 casas. El proceso de restitución en el área urbana, según el fiscal Carvajal, fue más fácil de llevar a cabo porque las casas ocupadas eran muy fáciles de identificar; varias de ellas fueron utilizadas como centros de tortura y eran conocidas como “casas del terror”.

En cuanto a la zona rural, en el corregimiento se adelanta un proceso de restitución colectiva aproximadamente desde 2013, pero, según el fiscal Carvajal, el proceso es lento debido a que los predios han sido difíciles de identificar. Las Auc nunca apropiaron completamente los terrenos, sino que muchos fueron usados temporalmente para guardar ganado robado o sembrar temporalmente cocaína. “Es más, la mayoría de ellos se fueron cuando se desmovilizaron y se devolvieron a los lugares de los que venían porque no eran de la zona”, dijo el fiscal.

Para Maria Fernanda Pérez, investigadora del Centro Nacional de Memoria Histórica, existe otro elemento que ha agravado el tema de las tierras en la zona y es la siembra de palma y las apropiaciones de la tierra para esta actividad. Además, las pocas garantías de seguridad impide el retorno de los desplazados: “Tú vas allá y ves solo tanques, solo Ejército. Es evidente que es una zona en guerra”, dice la investigadora.

El pasado fin de semana, la casa parroquial de La Gabarra convocó una caminata conmemorativa desde la parroquia del corregimiento hasta el cementerio. “Es necesario no dejar pasar por alto esas fechas que siempre son tan dolorosas”, dijo el padre Juan Manuel.

El desplazamiento ha sido definitivamente una consecuencia constante y silenciosa en medio del conflicto armado en Colombia. El Centro Nacional de Memoria Histórica, en el marco de la Semana por la Memoria, que se llevará a cabo en octubre, lanzará la serie de desplazamiento “Una nación desplazada”, que contendrá un informe sobre los desplazamientos en El Catatumbo titulado: “Con licencia para desplazar”.

 


Desplazamiento, La Gabarra, Masacre, Norte de Santander, Paramilitares

20 años después de la masacre de El Aracatazo

Noticia

Autor

Juliana Patiño
Periodista del CNMHa

Fotografía

CNMH

Publicado

03 Sep 2015


20 años después de la masacre de El Aracatazo

20 personas fueron asesinadas por los paramilitares en la cantina El Aracatazo de Chigorodó, Antioquia, durante una celebración popular hace 20 años. Sus dolientes no solo han permanecido excluidos a la reparación colectiva, sino que varios han sido revictimizados. El pasado 22 de agosto se llevó a cabo un evento conmemorativo que evidenció el dolor latente de las víctimas y el único apoyo real que reciben: el que se ofrecen entre ellas mismas.


El llanto y el temblor de las manos no le permitieron escribir el mensaje en el globo inflado de helio.  Me pasó el marcador y me pidió que escribiera por ella: “Hijo querido, usted siempre fue tan bueno conmigo, siempre juicioso, siempre obediente. Quiero que sepa que no he podido olvidarlo. Que Dios tenga misericordia y le perdone lo malo que haya hecho. Yo no tengo ni una queja suya. Atentamente: su mamá, María Rosalba López”. Luego sujetó el lazo blanco que ataba el globo y se unió al grupo que había escrito otros 19 mensajes para cada una de las víctimas mortales de la masacre de El Aracatazo. A la cuenta de tres todos soltamos los globos al cielo con deseos impresos por el descanso de sus almas. Nos quedamos observando en silencio cómo se elevaban hacia el arcoíris que se proyectaba alrededor del sol.

María Rosalba López parió catorce hijos, la guerra le ha quitado seis. Hace apenas un mes y medio entraron hombres encapuchados a su casa y se le llevaron a otro. El día de los globos, María Rosalba estaba allí en el Parque Educativo de Chigorodó, Antioquia, para conmemorar a Jorge González López, el hijo que le mataron los paramilitares en la masacre de El Aracatazo, hace 20 años.

Jorge y otras 19 personas fueron asesinadas con tiros de gracia la noche del 12 de agosto de 1995 en la cantina El Aracatazo, del barrio El Bosque en Chigorodó, por los paramilitares Dalson López Simanca y José Luis Conrado Pérez, por orden de Ever Veloza García, alias ”HH”, exjefe del Bloque Bananero. A su vez, “HH” aseguró que estaba cumpliendo órdenes de Carlos Castaño.

Para conmemorar los 20 años de este episodio, la Mesa Municipal de Víctimas de Chigorodó preparó un evento con el apoyo del  Centro Nacional de Memoria Histórica, CNMH, USAID y OIM. Fue una jornada de reflexión, de alivio simbólico y de mensajes de solidaridad para los dolientes. Hubo pendones y telares con los nombres y fotografías de las 20 víctimas mortales de la masacre, velas y flores con las que los asistentes elaboraron un mandala que representaba el apoyo y la energía que se dan entre las víctimas. Los asistentes expresaran su mensaje de solidaridad, y se preparó la construcción de un jardín de la memoria en el mismo parque que albergó el evento, donde cada víctima de la masacre tendrá una planta que aluda a su memoria.

María Aydé Cortés, representante de la Mesa y de la Asociación de Víctimas de Chigorodó (ASOVICHI) fue el artífice de todo el evento; trabaja con persistencia y mucha paciencia en temas de memoria y reparación simbólica para que las víctimas de su municipio elaboren los duelos necesarios y se fortalezcan como sujetos civiles y políticos, que reclamen y demanden la verdad y la reparación que merecen.

La mayoría de los dolientes directos de la masacre también estuvieron ausentes. Ángela Salazar, amiga de María Aydé e integrante de la Iniciativa de Mujeres por la Paz, comentó que las madres y dolientes de los asesinados en el Aracatazo nunca han recibido atención psicosocial, mucho menos reparación colectiva y que no han trascendido su dolor, al punto de no tener la fortaleza para presentarse en eventos públicos como esta conmemoración. María Rosalba apoyó esta opinión. Ella nunca ha recibido atención de ningún tipo y reconoce que asistir a las conmemoraciones públicas la hace sentirse menos sola pero también le despierta muchos recuerdos dolorosos.

El Centro Nacional de Memoria Histórica, USAID y OIM insiste en que los actos conmemorativos son escenarios para el reencuentro entre miembros de comunidades que han sufrido rupturas, pero también son momentos idóneos para que las víctimas reiteren sus reclamos y demandas al Estado y los representantes de las instituciones se encuentren de frente con los sujetos a quienes deben reparar.

Según las víctimas ningún funcionario de la Alcaldía Municipal de Chigorodó ni de la regional Urabá de la Unidad de Víctimas asistió a los actos del día de los globos, pero decenas de víctimas de otros hechos violentos de municipios vecinos rodearon, abrazaron y ofrecieron todo su apoyo a María Rosalba y a las otras tres mujeres, familiares de los jóvenes asesinados en El Aracatazo. Al final de la jornada, deshicieron el mandala y llenaron de margaritas y claveles rosados y amarillos las manos temblorosas de las cuatro mujeres.

El Aracatazo fue solo el comienzo de una serie de masacres de grandes dimensiones en Urabá.

El 29 de agosto​ de ese mismo año miembros del frente quinto de las Farc asesinaron a 16 personas buscando tomar represalias contra exintegrantes del Epl; esta fue la masacre de Los Kunas, porque así se llamaba la finca  donde ocurrió, en el corregimiento de Zungo, en Carepa.

Después, el 14 de septiembre en el municipio de Turbo, siete simpatizantes de la Unión Patriótica fueron asesinadas por las Accu. Y, seis días después, las Farc volvieron a arremeter en contra de desmovilizados del Epl en Apartadó. En dos meses, más de 60 personas murieron en Urabá, convirtiendo a la región en uno de las más violentas del país en 1995.

 


El Aracatazo, Masacre, Paramilitares

16 años de la masacre de Santa Cecilia

Noticia

Autor

Mauricio Builes

Fotografía

Mauricio Builes

Publicado

29 Ene 2016


16 años de la masacre de Santa Cecilia

Hace 16 años en Santa Cecilia en el corregimiento de Astrea, norte del Cesar, un grupo de paramilitares conformado por más de 100 hombres armados asesinó a 12 campesinos de la región.


Este 28 de enero se llevó a cabo actividades conmemorativas en el corregimiento como medida de reparación simbólica. Teniendo en cuenta que los hechos ocurridos ese fatídico 28 de enero de 2000, trascendieron a toda la comunidad, la Unidad para la Atención y Reparación Integral a las Víctimas (UARIV), desde 2013 inició el proceso de reparación con esta comunidad, donde se establecieron, entre otras, medidas de reparación como: reconocimiento público de lo ocurrido y actividades conmemorativas.

Otra historia no contada

Antonio Fermín relata la historia de una masacre inesperada, como muchas de las que han arrasado los pueblos colombianos. “Esa noche yo me quedé en Santa Cecilia, en la madrugaba los perros ladraban mucho, me levanté a las cinco de la mañana, iba saliendo y los paramilitares me dijeron que el pueblo estaba rodeado y que debía ir con los demás, caminé y llegué donde estaban todos amarrados. Nos pusieron en posición de requisa”, dice.

Los paramilitares, comandados por John Jairo Esquivel, alias “el Tigre”, se apoderaron de la única casa de dos pisos en la zona y montaron su cuartel de la muerte, junto a un retén militar, en toda la entrada del pueblo. Con lista en mano, pidiendo la cedula de los pobladores, iban seleccionando sus víctimas, las apartaban y amarraban: “a mí se me acercó alias ‘el Llorón’ y me dijo que conmigo no era el problema, que era con los que estaban amarrados”, relata Fermín.

Osmani Ortega, esposa de Dalwis Salcedo e hija de Rosa Elvira Rojas, —ambos asesinados en la masacre—, guarda en su memoria lo que sufrió durante esas largas horas de drama: “llegaban a las casas de los que estaban en la lista dando patadas, a todos los que estábamos amarrados nos sentaron en el piso, y a las cinco de la mañana éramos ocho allí. A mí me soltaron diciendo que estaba limpia. Y ‘el Tigre’ nos dijo que hiciéramos fiesta, que hiciéramos sancocho, que cuando ellos venían —refiriéndose a la guerrilla— hacíamos fiesta.”

Los paramilitares amarraron a 11 personas durante más de 12 horas, —desde las dos de la madrugada—a las tres de la tarde recibieron la orden de acabar con sus vidas. “Al primero que mataron fue al hijo de Ulises —Ulises Coronado Marín—, yo corrí cuando me dijeron ‘huye o te tiro yo’”, recuerda Antonio Fermín.

Según los testimonios de algunos habitantes de Santa Cecilia, a las personas asesinadas les dispararon en la cabeza y a Luz Aida Marín un perro le arrancó los senos. El pueblo quedó en silencio y desde ese día el grupo paramilitar se estableció en el corregimiento provocando el desplazamientos del 90% de sus habitantes, más de 350 familias. 

Al retornar les quemaron las casas

María Rojas se desplazó para Valledupar. Los primeros años en esta ciudad se atemorizaba al escuchar un perro ladrar, en una ocasión “llegaron a dar una serenata y mi hermana y yo vimos fue hombres armados”, explica María Rojas. Los traumas de la guerra la perseguían, llegando a confundir el sonido de unas trompetas con armas.

Con el tiempo, los labriegos decidieron regresar a las tierras, convencidos de una normalización del orden público, pero las cosas no han estado tan tranquilas como pensaron. El 30 de diciembre de 2013 un grupo de hombres no identificado ingresó al corregimiento y violentamente quemó siete casas. Varios líderes tuvieron que desplazarse.

16 años después de la masacre, compartimos “Santa Cecilia: Afectación, Daño y Resistencia” y “La memoria sin voz”, dos vídeos realizados por el Centro de Memoria del Conflicto de Valledupar y la comunidad para visibilizar esta tragedia.

Publicado en Noticias CNMH


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El legado de los ausentes: 16 años de la masacre de El Salado

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Autor

César Romero

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César Romero

Publicado

17 Feb 2016


El legado de los ausentes: 16 años de la masacre de El Salado

Hace 16 años, del 16 al 21 de febrero de 2000, la música fue testigo de una de las masacres más aterradoras en la historia del conflicto armado colombiano. A ritmo de gaitas y tamboras, más de 450 paramilitares apoyados por helicópteros asesinaron a 16 campesinos, acusados de ser guerrilleros. Durante más de cuatro días a su paso por veredas y carreteras, este escuadrón de la guerra dejó 60 personas muertas.

16 años después de esta aterradora ruta de la muerte, queremos recordar a la comunidad de El Salado a través del libro “El legado de los ausentes. Líderes y personas importantes en la historia de El Salado”, la más completa descripción biográfica sobre cinco perfiles de dirigentes emblemáticos de esta comunidad de los Montes de María. Una reconstrucción de sus vidas realizada por el Centro Nacional de Memoria Histórica a través de los relatos de sus familiares, amigos y conocidos.

“Recordé gratos momentos vividos en El Salado”

Es 14 de octubre de 2015. La música que suena con intensidad desde un quiosco en la entrada principal de El Salado, se mete en los oídos de todos los asistentes al lanzamiento de un libro sobre perfiles biográficos de líderes y personas importantes en la historia de esta comunidad. Los adultos, jóvenes y niños bajo la brisa de la noche, esperan atentos frente a un muro blanco en el que proyectan fotografías de aquellas personas que dieron su vida para servir a otros, que buscaron el bienestar colectivo y levantaron la voz contra la injusticia.

Actualmente, la vida en El Salado ha alcanzado un nivel aceptable de calma. A pesar de que son muchas las necesidades básicas insatisfechas, el fantasma de la guerra permanece oculto. Primero el canto relata lo vivido por los familiares que se desplazaron, pero que están presentes en este pequeño homenaje: 

“…recordé gratos momentos vividos en El Salado, este pueblito de mi alma donde pasé mi niñez, se conserva todavía la casa donde me crie. En mis sueños te recuerdo como eras anteriormente, cálido y acogedor como el paraíso de Adán y Eva, de sanas costumbres y ese calor de tu gente”, cantó Edilma Cohen, sobrina de Pedro Eloy Cohen, uno de los líderes ausentes a los que se les rindió el homenaje.

Luego el sonido de una fiesta de quince anunciaba que de ese pueblo callado, oculto y desolado no queda nada. Y es que es una fecha emblemática también porque se entregó puerta a puerta un libro que hace parte de una medida de satisfacción del plan de reparación colectiva de la comunidad. “El legado de los ausentes”, corresponde a la historia de cinco líderes, cuatro hombres y una mujer, (Pedro Eloy Cohen, Agustín Redondo, Gustavo Redondo Suárez, Álvaro Pérez Ponce y María Cabrera) junto con una historia de un actor colectivo que son los Tabacaleros.

Ausentes de cuerpo porque cuando se recuerda a quien ya no está, la memoria lo hace existir. La memoria nos permite conocer a quien no vamos a tener la posibilidad de estrecharle la mano. Así ocurrió, por ejemplo, en el lanzamiento de este libro en El Salado. Las palabras, cantos y poemas nos presentaron los mayores personajes de este lugar. Estos líderes, como son reconocidos por la comunidad, fueron el médico del pueblo, el luchador por un acueducto, de una biblioteca, de un puesto de salud, la cancha de fútbol, un parque, las murallas del cementerio o la enfermera. 

Álvaro Pérez Ponce fue asesinado en la masacre del 23 de marzo de 1997 a manos de los paramilitares; Gustavo Redondo falleció el 30 de abril de 1990, luego de varios años de retiro de la vida pública a causa de los achaques por su avanzada edad y los rigores de un implacable cáncer de garganta. A María Cabrera las balas de la guerrilla silenciaron su lucha el 7 de agosto de 2003. Pedro Eloy Cohen fue el segundo en caer, el 13 de julio de 1990, un sicario se acercó a su farmacia, solicitó un medicamento y cuando él se volteó para alcanzárselo le disparó a quemarropa. Agustín Redondo, a pesar de que murió de muerte natural a sus 79 años el 25 de agosto de 2010, el tiempo no le alcanzó para atestiguar cómo su legado había inspirado la reconstrucción de El Salado. Ninguno de ellos murió en la masacre del año 2000.  

Con su trabajo, estos cinco personajes han hecho que después de tantos embates de la violencia en esta región, encontremos un lugar tranquilo, dominado por la alegría de su gente, con niños que corren de lado a lado esquivando los problemas que el Estado no ha solucionado. Basta con recorrer este pueblo para ver lo que hicieron estas personas por él: “cambiaron la forma de pensar de la comunidad, de ver el mundo, le enseñaron a los campesinos que son sujetos de derechos”, explica Andrés Suárez, asesor de la Dirección del Centro Nacional de Memoria Histórica y relator del libro.

 

Lágrimas por la memoria

El hecho de reconstruir paso a paso la vida de familiares que ya no están, tiene su gota de sufrimiento, y en ocasiones han sido bastantes para poner ese sufrimiento al servicio de otros, para conocer estas historias. Por ejemplo, Elvia Badel, esposa de Álvaro Pérez Ponce, relata en un escrito, “El día en que mi vida cambió”, detalle a detalle de cómo se dio la incursión paramilitar del 23 de marzo de 1997, donde murió su compañero. “En 2008, de la Fiscalía llega un oficio donde le dicen a mi hijo que debe asistir a Sincelejo, que el postulado Salvatore Mancuso va a hablar sobre la masacre del 23 de marzo de 1997 y allí confiesa que es el autor material del homicidio de Álvaro Pérez Ponce. Lo asesinó porque presuntamente era un guerrillero, pero no mostró la evidencia, un video o una foto, algo que dijera que sí era guerrillero. Pregunto yo: ¿Será que un guerrillero está con su familia en su casa y vestía ese día pantalón gris con camisa de rayas manga larga, un sombrero de color marrón y unas pantuflas, será que así visten los guerrilleros?, no usan fusil…” 

Hace décadas que el dolor que cubre a El Salado hace suponer su fin, una comunidad de los Montes de María que huyó por la masacre y tantos homicidios, pero, pasados los años, empezó a volver aunque ha encontrado una realidad difícil.

El Salado ha vivido los últimos años un proceso de cambio muy profundo que impactó fuertemente la manera como se vive el presente. Una masiva intervención externa del sector privado y público en solidaridad con las víctimas, trajo consigo un fuerte impacto en términos materiales, muchos de ellos son el fruto del “Legado de los ausentes”.

Publicado en Noticias CNMH


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Lanzamiento de El Topacio, una masacre olvidada

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Autor

CNMH

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CNMH

Publicado

22 Jul 2016


Lanzamiento de El Topacio, una masacre olvidada

El lanzamiento de este informe se llevará a cabo el  28 de julio a las 7:00 p.m. en el parque principal de San Rafael, Antioquia.


  • Esta investigación reconstruye la masacre de 14 mineros de la vereda El Topacio ocurrida entre el 12 y 14 de junio de 1988. Un hecho que no ha recibido la atención que se merece a pesar de ser un hito en la memoria de los habitantes de la región.
  • La década de los 80 es una de las más violentas en el país: 182 masacres dejaron 1.242 víctimas. Tan solo en el año de 1988 se registraron 64 masacres. 

Memorias de una masacre olvidada, la nueva investigación del Centro Nacional de Memoria Histórica, reconstruye la masacre de 14 mineros de la vereda El Topacio (municipio de San Rafael, Antioquia) ocurrida entre el 12 y 14 de junio de 1988 a manos de un grupo de hombres armados vestidos con prendas camufladas. Las víctimas de este hecho fueron secuestradas, descuartizadas y arrojadas al río Nare. El 20 de junio se hallaron partes de los cuerpos desmembrados, y luego las trasladaron en helicóptero hasta el cementerio de San Rafael. La vereda se vació: todos sus habitantes, unas 500 personas, huyeron al casco urbano o a otros municipios. 

La década de 1980 es conocida como una de las más violentas en el país: 182 masacres dejaron 1.242 víctimas. Pero el pico más atroz se dio en 1988 con el registro de 64 masacres, entre las que se cuentan algunas tan conocidas como las de las fincas Honduras y la Negra, Mejor Esquina, Coquitos y Segovia. La masacre de El Topacio, aunque ocurrió el mismo año, no ha recibido la misma atención a pesar de ser un hito en la memoria de los habitantes de la región. 

Este informe se convierte en una forma de recordar y llamar la atención sobre un hecho marcado por la crueldad y la sevicia que no debe ser olvidado jamás. Este trabajo es el resultado de un proceso de construcción de memoria sobre la masacre ocurrida en El Topacio que se llevó a cabo con los familiares, allegados de las víctimas y habitantes del municipio de San Rafael, por lo que recoge sus voces y su tono. Por medio de estas fuentes se pudo reconstruir los años de terror que vivieron los habitantes de San Rafael, atrapados entre la presencia histórica de las Farc y dos oleadas de llegada de los paramilitares, primero a fines de los años ochenta y luego a fines de los noventa y comienzos del 2000. 

La investigación da cuenta del modo en que esta masacre se inscribió en el exterminio de la Unión Patriótica, en la estigmatización de los habitantes de las veredas del cañón del río Nare como auxiliadores de las Farc y en la descripción de los procesos penal y contencioso administrativo contra algunos miembros del Ejército en este hecho. 

El proceso judicial que se abrió en su oportunidad no dio frutos e igual suerte han corrido las investigaciones que a partir de 2010 la Fiscalía inició y que aún hoy, casi 30 años después, no arrojan resultados ni responsables. 

El informe cierra con varias recomendaciones. Entre otras, llama al Estado a preservar los archivos de todo tipo que puedan contribuir al esclarecimiento; a las Farc a reconocer las infracciones al DIH que cometieron; y a las empresas de energía a aceptar su culpa en los impactos generados por la construcción de las hidroeléctricas. Además, pide a la justicia esclarecer tanto la relación entre los paramilitares y el Ejército, como los hechos ocurridos. 

MÁS INFORMACIÓN:
Tatiana Peláez. Comunicadora del CNMH
Celular: 300 657 0140
Correo electrónico:
tatiana.pelaez@centrodememoriahistorica.gov.co

 


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